[As Primaveras]. Colección de poesías del brasileño Casimiro de Abreu (1837-1860), publicada en 1859. Junto a Guimarães y Conçalves, el marqués de Abreu, cuyo nombre es popularísimo en Brasil, es sin duda el más romántico entre los románticos de su época.
Por encima de las influencias de corrientes literarias extranjeras, hacia las que fueron las preferencias de sus coterráneos y contemporáneos, prevalece su rica vena y su indócil sensibilidad, algunas veces mórbida hasta el punto de aproximarlo al italiano Pascoli. Los temas de este único libro suyo son elegiacos y sensuales, tristes y melodiosos, impresionistas y fragmentarios, verdaderos instantes de vida, jirones de un alma melancólica y dolorida. Algunas veces parece un intimista anticipado, como en «Mi casa», «Fragmento», «Mi alma está triste», esta última su mejor poesía sin duda.
El otro aspecto congénito a esta poesía, y el que mejor la define, es el de la «saudade», la intraducible palabra portuguesa que es afín, por su significado, a la «Sehnsucht» alemana y la nostalgia griega, así como a la catalana «enyorança», y a la gallega «morriña»; pero con matices lusitanos y brasileños. Su alma no conoce otra medida, pero con ella alcanza el clima expresivo de su arte. La intensidad del «pathos» no ofusca la claridad de la visión; viven en él dos personas: una que llora por el bien perdido o a punto de perder (murió muy joven), y otra que, modulando en ritmos elegiacos las bellezas de la vida y de la tierra, expresa en el canto la desesperación de una juventud ya abandonada a la muerte: «Quiero volver a ver el cielo de mi tierra/tan claro y azul/y las nubes sonrosadas que se acumulan/corriendo hacia el Sur./Quiero dormir a la sombra de las palmeras/bajo el arco de sus ramas/y tratar de coger grandes mariposas cándidas/que revolotean en el cielo y en el jardín./Si no es así, que muera/pero con una tumba bañada de luna/ bajo los altos mangales/y dormiré tranquilo/para siempre».
«Saudade», tristeza típica de tierras cálidas, mágicamente envolvente como las lianas, la niebla y el profundo misterio matutino de las selvas intactas. «Mi alma está triste», dice el poeta, «como la selva desierta». Entre los elogios convencionales a las selvas vírgenes, esta nota de tristeza es muy aguda y sincera.
U. Gallo