Las Confidencias de una Mujerzuela (1859-1871), Abel Hermant

[Les confidences d’une biche (1859-1871)]. Novela del escritor francés Abel Hermant (1862-1950), publicada en 1909 perteneciente al ciclo comprendi­do bajo el título de «Memorias para ser­vir a la historia de la sociedad» [«Mémoires pour servir a l’histoire de la société»]. Contiene una reconstrucción de la vida pa­risiense durante el Segundo Imperio, pues­ta en boca de lady Ventnor, una amiga del vizconde de Courpiére (cfr. El señor de Courpiére), que frecuenta asiduamente su salón y consigue de ella una fuerte suma para fundar un gran periódico. Esta se­ñora, que a pesar de la cincuentena con­serva todavía gran parte de su fascinación juvenil, ha adquirido su título casándose con un inglés, pero a los esplendores actuales ha llegado sólo a través de un pasado aven­turero, cuyos episodios más salientes evoca con ostentosa sinceridad. Agradable carac­terística de su narración es el que cada uno de sus cuadros está colocado de la ma­nera más adecuada para valorarlo; así, ca­da capítulo, nos transporta a diversos lu­gares, de un teatro a un prostíbulo, de una sala amueblada con el pésimo gusto de la época, al suntuoso palacio de los Campos Elíseos, donde tuvo ella un día uno de los salones más célebres de París. Conforme se va elevando en la escala so­cial, aparecen cada vez con más frecuencia en sus memorias los personajes históricos, cuyo nombre no da, pero que fácilmente se reconocen a través de sus vivas des­cripciones.

Huyó muy joven de Lyon, su ciudad natal, después de que el amante de su madre, un glorioso superviviente de Solferino, la hubo violado, dándole con ello un pretexto para huir del aburrimiento provinciano: no llevó a París más que su belleza y el tenaz apodo de «Solferino». Pero en aquel mundo salido de la nada que fue el Segundo Imperio, la vida galan­te podía llevarla muy lejos. Baudelaire y Gautier pidieron a la belleza de la «Solfe­rino» el aguijón para sus sueños de fuma­dores de haschisch; Sainte-Beuve la reco­gió en su casa haciéndola pasar por su so­brina y cuidándose de su instrucción. Del duque de Morny tuvo un hijo; se vanaglo­rió de haber sido hasta colaboradora polí­tica del duque de Orange, salvando a Fran­cia de una guerra. Sus relaciones con el emperador no llegaron a consolidarse por culpa de un incidente, pero, en compensa­ción, unció a su carro al príncipe Jerónimo, que evocaba el rostro y la fascinación del Gran Corso. El gran periodista Emilio Girardin la apreció como consejera y la adoptó como hija; un joven noble y rico se hizo matar en la guerra por ella, instituyéndola heredera de cuanto poseía, y por ella murió loca una rival celosa, dejándola libre para derrochar los millones del ma­rido. En fin, el revolucionario Frechart, la salvó por amor durante la Commune, haciéndola huir a Inglaterra, donde su gene­rosidad con los evadidos la hizo poder acercarse a la reina Victoria y la llevó al matrimonio con lord Ventnor. Éstas son las líneas generales de la narración, rica en escenas dramáticas y cómicas, en las que revive la crónica de un mundo muerto. En ellas encontramos la limpidez, la vigilante atención por los detalles, el sereno relieve y la fría y mordiente ironía característica de Hermant, así como también la nitidez del estilo y el señorío levemente arcaizante del lenguaje.

E. C. Valla