Le cadenze d’un monello sardo]. Colección que reúne lo mejor de la producción lírica de Annunzio Cervi (1892-1918), publicada en 1918. Pertenece Cervi a los vanguardistas que se reunían hacia 1915 en torno a la «Diana» de Nápoles, y en este librito se revela como el pilluelo de ingenio reidor que recrea su vista catalogando el mundo con agudas observaciones lírico humoristas. No necesita Cervi hacer esfuerzos de voluntad para infantilizarse y ver las cosas con mirada virginal: «Pilluelo era y pilluelo vuelvo a ser, pues a cada vuelta de la calle / liquidación de fin de temporada / la primavera me vende una ingenuidad / de niño, por pocos céntimos de atención /: y de aquí que cada día es un nuevo día». Las pillerías de Cervi, cuando, por ejemplo, ronda alrededor de los «sesudos burgueses, panza repleta, cara contenta, junto al banco de la banda, en la tarde de pascua», recuerdan la alocada «gaminerie» de Rimbaud adolescente, cuando maltrata a «les bourgeois poussifs qui portent, les jeudis soirs, leurs bétises jalouses» al concierto de la música militar en la plaza de la estación de Charleville. Pero no son estas semejanzas más que afinidades instintivas, de ningún modo dolosas imitaciones.
Una conmovida humanidad es propia de la lírica de Cervi; en «Interferencias de otoño» y en «Octubre en melancolía de destino equivocado» —dos de las mejores Cadencias—, abandonadas las burlas, la nostalgia de los primeros años ya lejanos alcanza un temblor elegiaco como de violoncelo triste: «desesperado muchachuelo con rostro de hombre, yo me alejo incomprendido», que transparenta los sufrimientos del hombre. Estos sentimientos dan consistencia de organismo vital a todo lo que son cosas extrínsecas a su temperamento. A su impresionismo, por ejemplo, que es característico por la novedad de las comparaciones, de los verbos, de los adjetivos. Algunas de sus zarabandas de imágenes que en otro poeta serían hinchados barroquismos — en un poeta que las tomase en serio — en él son escapatorias agradables, porque sabe inyectarles una fina y maliciosa ironía. Pero este extraño funámbulo, que baila al borde del mal gusto, tiene otras veces expresiones llenas, compactas, definitivas. Hay en él una riqueza de hallazgos fonéticos y coloristas, abandonados a una manera de componer que a veces es un verdadero paroxismo de sintaxis extraña y a los que, sin embargo, ni el retórico más exigente podría menospreciar ni una letra. Y tal pericia en los diminutivos, que le consienten matices novísimos. Aun con lo poco que de él nos queda, deja de sí un rastro definitivo en la poesía moderna italiana.
L. Fiumi