[The turn of the Screw]. Narración del novelista norteamericano Henry James (1843-1916), publicada en 1898. Es una historia fantástica, leída en Nochebuena a un grupo de amigos por una persona que posee una relación escrita de un testigo directo del obsesionante suceso, una institutriz, a la que fueron confiados en circunstancias algo misteriosas dos niños, Miles y Flora.
La nueva institutriz pronto llega a tener la certidumbre de que los espíritus malignos de un anciano^ criado y de la institutriz que la precedió en el cargo persiguen a los dos niños, que, por una especie de complicidad, guardan celosamente su secreto, creyendo que todo el mundo lo ignora, o que, si alguien lo conoce, nadie se atreve a hablar de él. La institutriz, en cambio, se apresta a la lucha para liberar a los dos pequeños de la maléfica influencia, y consigue alejar a la niña de la casa. El niño, sin embargo, en el mismo momento en que el valor de la muchacha derrota la visión que le persigue, muere. El título deriva de la observación de que la presencia de un niño en una historia de este género constituye una «vuelta de tornillo», es decir, un aumento de horror. Por el hecho de implicar a dos niños, la historia citada sufre, pues, el efecto de una doble «vuelta de tornillo». James trata el argumento con extraordinaria habilidad.
Los personajes, la institutriz y el espectro de la ex institutriz Miss Jessel, la anciana criada Mrs. Grose y el espectro del criado Peter Quint, los dos niños, todos, viven la misma atmósfera de pesadilla. Los espectros no adquieren una mayor existencia concreta que la que puede tener una alucinación, pero las mismas personas vivas participan en su irrealidad, como si los espectros y los que están en condición de verlos estuviesen vinculados por una afinidad que los hiciera familiares. En otras partes, el relato es humanamente más emotivo; a veces el factor técnico prevalece sobre la fuerza creadora, y el exceso de tensión puede producir en el lector cansancio en vez de aumento de angustia. El mismo James escribió que su trabajo no pretende ser más que un juego de habilidad, fruto de un frío cálculo artístico. [Traducción de Juan Antonio Antequera con el título Los fantasmas del castillo — «La vuelta del tomillo» (Barcelona, 1946)].
C. Izzo