[Die Tagesansicht gegenüber der Náchtansicht]. Es la última obra publicada en Leipzig, el año 1879, por el filósofo alemán Gustav Theodor Fechner (1801-1887), en la que resume su concepto de la realidad. La visión de la noche es la idea materialista-mecánica del universo: todo principio de distinción cualitativa, de individualización y de libre actividad desaparece para dar lugar a la necesidad indiferente y oscura.
La visión del día es la idea de la animación del mundo, los astros, la tierra, el hombre, los animales, las plantas y los mismos minerales. Todo vive con una vida individual, múltiple y diferenciada, y las infinitas vidas individuales se armonizan en el alma suprema del universo, en Dios, que es la fuente de su ser y de su proceso, a la vez que resultado del uno y del otro (v. Zend-Avesta). Tal idea corresponde a una fe abierta y activa en la vida: a nuestra actividad responde un consentimiento simpatizante de los seres; el mundo es una armonía en la que nuestra vida se integra y que halla en Dios su verdad y justificación. Nuestro vivir y obrar es vivir y obrar en la comunión con otras existencias, en la misma vida y actividad divinas en la que todo se consagra. Especialmente en esta última obra el pensamiento de Fechner asume un tono cada vez más alejado del primitivo naturalismo y cada vez más profundamente religioso.
Con ello el motivo de la trascendencia se acentúa y a la vez también el de la conciencia del destino individual de cada uno; el problema de la inmortalidad del alma, o sea, del individuo como personalidad redimida en los límites de la existencia empírica, que él había tratado en su escrito juvenil: El librito de la vida después de la muerte [Das Büchlein von Leben nach dem Tode, 1836] lo recoge más maduramente en el Zend-Avesta, donde asume un sentido religioso más acentuado. Así Fechner tiende aquí a conectar su punto de vista con el cristiano, un cristianismo del que se elimina toda «theologia crucis». La simpatía que enlaza todas las criaturas con la divina armonía del mundo se identifica con la «charitas», y la actividad de cada una de ellas — su propio vivir y sufrir, nacer y morir — adquiere en Dios un sentido positivo y un valor; pues ello precisamente significa la afirmación de que Dios es espíritu y debe ser adorado en espíritu y verdad, y que en Dios vive y obra el hombre.
La redención no es sino el despertar a la visión del día y la certidumbre del valor de la vida, de donde deriva la comunión de los espíritus y su jubilosa liberación más allá de la muerte. Nos hallamos muy lejos aquí de todo proceder científico especulativo. El pensamiento está más bien guiado en esta obra por una fantasía dirigida a crear un movimiento de serena certeza para las esperanzas y afanes de los hombres. Y en ello estriba el valor de la obra de Fechner.
A. Banfi