[La vie littéraire]. Título de cuatro volúmenes de artículos críticos de Anatole France (François-Anatole Thibaut, 1844-1924), publicados desde 1888 a 1892, fruto de su colaboración literaria en «Le Temps». Sin particular originalidad o audacia de pensamiento, estas páginas tienen fama casi exclusivamente por la refinada elegancia del tono y por las irónicas gracias de un estilo agradablemente sazonado de ingeniosas sentencias.
En los prefacios a los dos primeros volúmenes, después de haber revelado sus gustos exquisitamente librescos con un homenaje a la Crítica (género literario propio de las épocas de viva cultura y dignísimo de una humanidad verdaderamente civilizada), Franca confirma su escepticismo libre de prejuicios: no quiere admitir por verdadero ningún «sistema», sino que proclama la libertad de valerse alternativamente de los principios más diferentes, y de variar, según la ocasión, de punto de vista. Y tampoco falta alguna alusión irónica hacia la «joven literatura», ya que nuestro crítico sostiene que no consigue comprender demasiado ni la poesía simbólica, ni la prosa decadente. En realidad, la selección de sus temas no sale de los límites de un eclecticismo mundano ilustrado: Dumas hijo, Maupassant y Goncourt, Prudhomme, Renán, alguna incursión en el pasado (Balzac, Thiers, Constant, Flaubert), Gastón Paris junto a Gyp, Zola y Renán junto a Feuillet, alabanzas a Leconte de Lisie, pero también a Coppée, a la inteligencia de Paul Bourget.
En realidad, France revela aquí más que nunca sus orígenes parnasiano-positivistas. Pero su penetrante buen sentido le sustrae a ciertas exageraciones programáticas, como se puede ver por la brillante polémica con Brunetiére, contra las absurdas pretensiones de una crítica «científica», basada en la famosa teoría de la «evolución de los géneros». Y esto es el tercer volumen, que es también el más sabroso, por la abundancia de noticias históricas y de recuerdos personales, porque France crítico sobresale principalmente en la evocación pintoresca y en el retrato psicológico (D’Aurevilly, Arène, Villiers de l’Isle Adam, Verlaine). Son también notables algunas páginas, cautas y llenas de reservas, pero no privadas de penetración, acerca de Baudelaire; y una nota sobre la monja Rosvita, en uno de cuyos Dramas (v.) mientras tanto se inspiraba para su novela Tais (v.).
En la misma dirección, el cuarto volumen, que se recomienda por algunos sabrosos «excursus» en el pasado (Pascal, Juliano el Apóstata, Madame de La Fayette, Madame de la Sablière, Racine…) y en el cual hallamos junto a normales y generosas alabanzas para Banville, un bello artículo en honor de la poesía de Moréas, que viene a ser una palinodia de las desdeñosas declaraciones de pocos años antes sobre la poesía modernísima, como para demostrar que al fin y al cabo la crítica de France, aunque voluntariamente confinada en un fácil y sonriente eclecticismo, no renunciaba por ello a los recursos ni de su refinada cultura ni de su inquietud y curiosa inteligencia. (Premio Nobel 1921.)
M. Bonfantini