[La vie en fleur]. Libro de memorias de Anatole France (François-Anatole Thibaut, 1844-1924). Publicado en 1922, es la última obra literaria del anciano maestro casi octogenario, el cual se inclina con una sonrisa a un mismo tiempo irónica y enternecida sobre su lejana adolescencia.
Viniendo a completar la serie de los recuerdos de su primera edad, después de los otros tres libros sobre el mismo tema, El libro de mi amiqo (v.), Pierre Noziére (v.) y el Pequeño Pierre (v.), mantiene la ficción del escritor de presentarse a sí mismo niño, muchacho y joven, bajo otro nombre, como bajo un ligerísimo disfraz que le permitiera (como se explica en un agudo epílogo) mayor libertad de palabra. France habla de él desde los trece a los dieciocho años, evocando sus estudios, el nacimiento de su vocación literaria, los primeros contactos con el mundo, los primeros amores; pero siempre con púdica gravedad, atento a escrutar y poner de relieve más los trazos comúnmente humanos y ejemplares que los extremos originalísimos de su carácter. Y el estilo de aquellas últimas páginas se va haciendo cada vez más aireado y ligero, como si el escritor quisiera condensar su larga experiencia de vida en pocos y armoniosos dibujos sutiles y precisos, en raras, delicadas sentencias, en sus últimos refinadísimos retratos.
Como en los libros precedentes, la abuela materna lo dirigía hacia el siglo XVIII, su padre hacia el mundo de la ciencia y la cultura libresca, y su madre a la plácida esfera de los afectos más seguros y naturales; así ahora el padrino Danquin, con su casa y los que le rodean, es como la viviente imagen de la vieja burguesía francesa; el ingeniero de la «vía de Bagdad» representa el mundo de los grandes negocios de la Tercera República; las figuras, captadas con penetrante facilidad, de algunos condiscípulos ofrecen las señales del carácter de las nuevas generaciones. El incisivo retrato de Marie Bragation, de una firmeza de diseño digna del mejor France, sugiere en su marmórea compostura una idea del amor clásicamente trágico y serenamente aceptado, en un aura exquisitamente proustiana, hasta el punto de hacer comprender por qué el joven escritor de Los placeres y los días (v.) dedicó precisamente a France su primer libro.
El encuentro con la superioridad intelectual, la única que France honra profundamente, y los primeros coloquios con aquella gloria que, según la tradición humanista, sólo es genuina cuando procede del pensamiento, nacen curiosamente al contacto con un personaje de grandísima cultura y de profundo ingenio, quien, según parece, no escribió un renglón jamás en su vida: un viejo amigo de familia, monsieur Dubois. En él debe verse el primer modelo de aquellos viejos sabios, irónicos e indulgentes, sarcásticos y sonrientes, filósofos jueces del incongruente espectáculo de la vida, que se encuentran en todas las narraciones de France. Y precisamente en las páginas sobre Dubois es donde Anatole France, hombre y escritor, mejor se revela, dejando entrever la natural profundidad de una alma tenida injustamente por demasiado tranquila y superficial. [Trad. española de Luis Ruiz Contreras (Madrid, s. a.)]. (Premio Nobel 1921.)
M. Bonfantini