El maestro Tomás Bretón escribió para él sainete de Ricardo de la Vega cinco números musicales, el primero de los cuales está formado a su vez por otros cuatro, el cinco por tres y el cuarto por dos. En conjunto, la partitura se compone, pues, de once números, con dos preludios y un final brevísimo para el descenso del telón.
Bretón, que ya había estrenado varias óperas, entre las que debe destacarse Los amantes de Teruel (v.), y algunas zarzuelas de éxito resonante, se encontraba, al escribir La Verbena de la Paloma, en la cima de su madurez técnica, y no debemos extrañar que nos haya dado, con una armonía sintetizada, pero justa y precisa, apoyada a menudo en unas atractivas modulaciones, unas ligeras ideas contrapuntísticas, muy características de la cultura musical de la época, y una orquestación cuidada y consciente, una obra que es quizá la más afortunada que se ha producido en el llamado teatro de zarzuela. De todas las obras de Bretón, desde las más ambiciosas a las más ligeras, La Verbena de la Paloma es la única que permanece todavía, viva y fresca, en los programas de todas las compañías de «género lírico».
«Tomás Bretón, el músico español que tuvo más aliento y nervio para la composición operística — afirma Jaime Pahissa —, no pudo eclipsar con las óperas que escribió el éxito y el brillo inmarcesible de la joya de las zarzuelas, La Verbena de la Paloma, modelo acabado del género». El acierto más sobresaliente de su música es, sin duda, dejando aparte la belleza de sus melodías, que ha tenido la fuerza suficiente para crear un clima de música popular madrileña, la fuerza ambiental que ha logrado dar al texto de Ricardo de la Vega y el haber sabido llegar, con un género sustancialmente popular, a producir una obra que «podrá señalarse siempre como una de las joyas más exquisitas de la zarzuela española y servir de verdadero modelo a los compositores de este género».