La Tierra, Émile Zola

[La Terre]. Novela de Émile Zola (1840-1902), publicada en París el año 1887. Forma parte del ciclo de los Rougon-Macquart (v.), y figura entre la Obra (v.) y el Sueño (v.).

El joven Juan Macquart se ha batido valerosamente como sol­dado en la campaña de Italia en 1859, en Solferino; cuando vuelve a su patria encuen­tra trabajo en una granja. Aquí se mani­fiesta como hombre de instintos primitivos y pasionales: no quiere ser nunca un ven­cido. El campo le atrae por su solemnidad a la vez que por la seguridad del trabajo cotidiano. Pero no por ello dejará de sufrir dolores y contrastes. En todos aquellos con­tornos es bien conocido un viejo campesino, Fouan, por su -extremo egoísmo en el apego a la tierra y al dinero: esta pasión está acen­tuada en sus hijos, ávidos y pendencieros; uno, Buteau, tenaz y voluntarioso; otro, llamado Jesucristo, holgazán y borracho. Son parientes de Fouan las dos hermanas Mouche, Lisa y Francisca. Esta última se casa con Juan después de haber sido su amante.

A su vez Lisa, sedienta de rique­zas, se une a Buteau. Entre las dos herma­nas se suscita un grave antagonismo tan pronto como Buteau se encapricha de Fran­cisca y trata de seducirla sin respeto para su propia mujer. Dominado por la codicia de la tierra, no siente el amor hacia la mu­jer más que como amo: tiene el «sentido de la propiedad» más todavía que su padre, atado sórdidamente a sus títulos de renta. Por ello, para aumentar sus haberes, se deja arrastrar al mal y al delito. Francisca, que odia a Lisa porque la ve más rica, y des­precia al cínico Buteau, apenas llegada a la mayoría de edad quiere dividir la casa pa­terna; así despoja a su propia familia para dar parte a Juan. Pero éste es considerado por todos como un intruso, que sin derecho alguno se ha adueñado de la tierra. Paula­tinamente actúa Francisca de un modo atá­vico, como todos los aldeanos del lugar; lo cual no obsta que ante la perspectiva de ser madre, sienta indiferencia por un «extraño»- como Juan. La «tierra» se convierte también para ella en el único sueño.

Pero en el con­flicto con la hermana (que incluso con exor­cismos trata de impedir el inmediato naci­miento del sobrino y hasta permite torpe­mente que Buteau viole a la infeliz mujer), Francisca pierde la vida; herida gravemente por los dos malvados, no revelará el delito y morirá sin haber hecho testamento. En su apego a la vida, sabía bien que de esta forma el marido, sin hijos, no heredaría nunca la tierra; ésta y su parte de la casa pasarían por consiguiente a Lisa, y a Buteau. Por su parte estos últimos arrojan ignomi­niosamente a Juan. Pero la pasión de la tierra pide nuevas víctimas. El viejo Fouan, que inconscientemente había visto herir mortalmente a Francisca, es asesinado por su hijo y por su nuera; entonces se simula una desgracia accidental. En medio de tanta miseria suscitada por la sed de riquezas, Juan huye horrorizado, cuando comprende el misterio de la muerte de Francisca. Desde el cementerio, adonde acompañó en poco tiempo los restos de la mujer y del viejo, contemplará en toda su sencillez la exten­sión de los campos.

La tierra es verdadera­mente sana y limpia cuando el espíritu es bueno. Pero la vida de los campesinos transcurre entre luchas agrias y sórdidas; con­tinuar una existencia semejante significa quedar preso en el remolino de una pasión sin fondo. Mientras está a punto de estallar la guerra con Prusia (v. La debacle), Juan comprende que la tierra conservará siempre la fe en el porvenir y en el trabajo regene­rador. La gran madre Naturaleza personifica así la patria en su historia secular. Sobre este tema se desenvuelve el libro que, a pesar de los defectos de que adolece todo el ciclo zoliano, encierra páginas intensas y seguras.

C. Cordié