Recorrido literario de los lugares de la Mancha mencionados en el libro de Cervantes, original de Azorín (José Martínez Ruiz, 1873-1967), El escritor parte de su casa de Madrid y se dirige en tren a Argamasilla de Alba, donde evoca la figura de Don Quijote y nos muestra las circunstancias del pueblo en su época, a tenor del informe que se hizo en 1575 para las Relaciones topográficas de Felipe II.
En aquel siglo cambia tres veces el emplazamiento del pueblo, azotado por las epidemias. De aquí arranca un agudo estudio psicológico de la población, exaltada y enfermiza, que nos sitúa en el ambiente mental de Don Quijote. Presenta luego a los hidalgos que son los actuales «académicos» de Argamasilla, y ante ellos plantea problemas de autenticidad cervantina. Los eruditos locales se angustian y se indignan por la duda de que Cervantes hubiese estado preso en la cárcel de Argamasilla o de que realmente Don Quijote hubiera habitado en el pueblo. Identifican a Alonso Quijano con un don Rodrigo de Pacheco, cuyo retrato está en la iglesia como exvoto en acción de gracias a la Virgen por haberle librado de «una gran frialdad que se le cuajó dentro del cerebro». Siguen unas «siluetas» de Argamasilla, que son agudísimos estudios de personajes manchegos.
El viaje continúa en carro y Azorín va a la famosa venta de Puerto Lápiche; tras la descripción de la actual, el médico le lleva al solar de la antigua, donde Don Quijote fue armado caballero. Va después a la aldea de Ruidera y sube al castillo de Peñarroya; encuentra a su paso los batanes que infundieron pavor una noche al caballero y a su escudero, entreteniéndose en minuciosas y exactas descripciones de paisaje. Visita luego la cueva de Montesinos, en la que penetra. De allí marcha a Criptana, describe la población y sube a visitar los célebres molinos, uno de los cuales ve funcionar. Allí le acoge una alegre cofradía de caballeros que se denominan los «Sanchos de Criptana» y con elfos hace una excursión a la ermita del Cristo de Villajos, seguida de una sólida comida campestre; le hacen oír el himno que el farmacéutico don Bernardo ha compuesto para el Centenario del Quijote. Va luego al Toboso, «pueblo único, estupendo», de casas anchas y nobles, ya derrumbadas, entre las cuales está la de Dulcinea, tradicionalmente identificada con Aldonza Zarco de Morales. Conoce a los «miguelistas» del Toboso, convencidos de que el abuelo de Cervantes era de allí, haciendo la semblanza de algunos de ellos, especialmente del maestro don Silverio, a quien el libro va dedicado.
Estos «miguelistas» están resentidos contra los académicos que afirman que Cervantes nació en Alcalá y no en Alcázar de San Juan, de neta estirpe manchega. El viaje termina en Alcázar con una apología de la exaltación española, razonada sobre las estampas anteriores. Lleva la obra como apéndice una «Pequeña guía para los extranjeros que nos visiten con motivo del Centenario» y que no es más que una amable sátira del modo de vivir en Madrid y del tiempo que diariamente se pierde. Con su lenguaje impecable, Azorín penetra agudamente en el alma de las tierras cervantinas, más atento a los tipos y paisajes que a las cuestiones de erudición, solamente apuntadas al paso. Se publicó en 1905 con motivo del tercer centenario del Quijote. Ediciones posteriores van ilustradas por fotografías de hombres y pueblos que con su estampa de hoy evocan de manera sorprendente los pasajes del libro inmortal.
L. Monreal y Tejada