La Rebelión de las Masas, José Ortega y Gasset

El li­bro más famoso y difundido de José Ortega y Gasset (1883-1955), traducido a innume­rables lenguas y que le dio enorme noto­riedad internacional.

Se empezó a publicar en Madrid, en forma de artículos, desde 1926; apareció como libro en 1930. En 1937 agregó su autor un «Prólogo para france­ses» y en 1938 un «Epílogo para ingleses», que desde entonces acompañan al texto ori­ginal. No se puede comprender bien el sen­tido de este libro de Ortega si se lo toma independientemente, sin relación con el res­to de su obra. La metafísica de Ortega es una teoría de la vida humana; esta vida es, por lo pronto, vida individual — la mía, la de cada cual —, pero en esta vida indivi­dual acontece el hecho radical de la convi­vencia, primero en forma interindividual, además en forma de «sociedad» o vida co­lectiva en sentido estricto, constituida por usos, vigencias, creencias.

La sociología de Ortega, como teoría de la vida colectiva, no es, por tanto, sino un capítulo de su metafísica, en la cual se funda. En esta perspectiva y sobre esos fundamentos es como aparece todo el alcance y la signifi­cación de este famoso libro. Ortega parte en él del hecho de las aglomeraciones: todo está lleno de gente, lo que antes no ocu­rría. Las muchedumbres lo invaden todo. Hay que analizar este hecho, y Ortega re­curre a los conceptos de masa y minoría (v. España invertebrada). Una sociedad está siempre integrada por una masa y una mi­noría especialmente cualificada; las masas no son sólo ni principalmente las «masas obreras»; masa es el que se siente «como todo el mundo»; no se trata de una división en clases sociales, sino en clases de hom­bres, que se dan en todas las clases socia­les.

El nivel social ha subido enormemente, a la vez que la población ha aumentado; todo ello ha llevado al triunfo de las ma­sas. Pero lo decisivo no es esto, sino la aparición de un tipo humano al que Ortega llama el «hombre-masa»; éste ha ampliado sus deseos y sus posibilidades, pero se sien­te ingrato respecto a lo que ha hecho posi­ble eso; tiene la psicología del «niño mi­mado», del «señorito satisfecho»; usa de los bienes que encuentra en la sociedad, co­mo si existiesen espontáneamente; no apela a ninguna instancia fuera de él, no se exige, vive en inercia. Frente a esa forma de vida está la vida noble, como exigencia y es­fuerzo: «noblesse oblige». Para los hombres selectos, vivir es un perpetuo esforzarse, exigirse, una tensión o entrenamiento; son los ascetas.

Bajo la perfección técnica, se produce una ola de barbarie — en que no hay instancia a que recurrir—, de primiti­vismo; una de sus formas más refinadas es lo que Ortega llama «la barbarie del especialismo», y que consiste en que el hombre que «en algún campo» tiene autoridad y competencia se comporta «en todos» como si la tuviera, aunque sea un perfecto igno­rante en ellos; el especialista se comporta en general como podría hacerlo en el rin­cón de ciencia que domina, y entonces se convierte en un bárbaro petulante, en un auténtico hombre-masa. Las masas son, na­turalmente, necesarias; la masa es lo que no actúa por sí misma; una masa puede no es­tar formada de hombres-masa, y entonces funciona bien; lo grave es que la masa sea infiel a sí misma; ésta es la rebelión de las masas, rebelión contra sí mismas, contra su auténtico papel.

Y el Estado se ha conver­tido en «el mayor peligro», porque su in­tervencionismo amenaza con la estatificación de la vida social y con la anulación de la espontaneidad. El Estado es una máquina, y su hipertrofia chupa la sustancia a la so­ciedad y la deja exangüe. En la segunda parte del libro, Ortega se pregunta: «¿Quién manda en el mundo?» Europa — dice Orte­ga — siente graves dudas sobre si manda o no, y sobre si mañana mandará. Hay una desmoralización general: «Europa se ha que­dado sin moral»; la vida tiene que estar puesta siempre a una empresa, y las em­presas nacionales europeas se han quedado pequeñas, no son suficientes, incitantes ni técnicamente posibles. En un capítulo, Or­tega investiga lo que es nación, y la inter­preta como empresa, como quehacer común y unidad de destino.

Ve en la empresa co­munista el peligro de que el comunismo prenda en Occidente. «El comunismo — es­cribe — es una ‘moral’ extravagante, algo así como una moral. ¿No parece más de­cente y fecundo oponer a esa moral eslava una nueva moral de Occidente, la incita­ción de un nuevo programa de vida?» Esa empresa es para Ortega la unidad europea, la constitución de los Estados Unidos de Europa; sólo en ese quehacer pueden los europeos sentirse unidos, empeñados en una tarea digna de ellos y capaz de restaurar la moral en Occidente. El «Prólogo para franceses» precisa la idea de esta unidad de Europa como supranación distinta de los estados nacionales y que los incluye. El tema del «Epílogo para ingleses» es el pa­cifismo, tendencia contra la cual Ortega prevenía en 1937 y 1938 a los británicos. El error del pacifismo es pensar que para eli­minar la guerra basta con no hacerla o, a lo sumo, trabajar en que no se haga. Y la verdad es que la paz es una cosa que tam­bién hay que hacer.

Hay que inventar toda una serie de nuevas técnicas que sustitu­yan a la guerra, que desempeñen mejor la función histórica de ésta; si no se hace, las guerras reaparecerán una y otra vez. Uno de los peligros mayores es la informa­ción respectiva de unos pueblos sobre otros y el hecho constante de la opinión torpe y equivocada que mutuamente tienen y di­funden. Y la consecuencia de todo ello es una crisis de las vigencias europeas, en qué consiste Europa como sociedad total; y del mismo modo, el restablecimiento de Europa sólo podrá tener un carácter total y común, al brotar, en el recato del ensimismamiento, una nueva fe.

J. Marías