«Novela ejemplar» del gran escritor español Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), publicada en 1613. La fecha de su redacción debe situarse entre 1597 y 1603. La obra no es sino una visión de la vida española de fines del siglo XVI, debido a lo cual, y al margen de su gran interés literario, se convierte en un documento inapreciable para el conocimiento de la sociedad de aquella época. Cervantes nos narra las aventuras y desventuras de dos hijos de nobles familias metidos a picaros por el simple afán de aventura y de riesgo. Estos nobles disfrazados de pícaros nos permiten entrever unas concepciones sociales y estéticas muy diferentes de aquéllas en que los nobles se vestían de pastores y ansiaban una vida bucólica.
Al principio de la obra, y con ocasión de los tres años que ha llevado don Diego de Carriazo en las «almadrabas de Zahara», Cervantes prorrumpe en una invocación a los picaros: « ¡Oh picaros de cocina, sucios, gordos y lucios, tullidos falsos, cicateruelos de Zocodover y de la plaza de Madrid, vistosos oracioneros, esportilleros de Sevilla, mandilemos de la hampa, con toda la caterva innumerable que se encierra debajo de este de «pícaro»! Bajad el toldo, animad el brío, no os llaméis picaros si no habéis cursado dos cursos en la academia de la pesca de los atunes. ¡Allí, allí, que está en su centro el trabajo junto con la poltronería! Allí está la suciedad limpia, la gordura rolliza, la hambre pronta, la hartura abundante, sin disfraz de vicio; el juego siempre, las pendencias por momentos, las muertes por puntos, las pullas a cada paso. Los bailes como en bodas, las seguidillas como en estampa, los romances con estribos, la poesía sin acciones. Aquí se canta, allí se reniega, acullá se riñe, acá se juega, y por todo se hurta. Allí campea la libertad y luce el trabajo; allí van, o envían, muchos padres principales a buscar a sus hijos, y los hallan; y tanto sienten sacarlos de aquella vida como si los llevaran a dar muerte». Vuelto a su tierra y a su familia, don Diego de Carriazo es enviado a Salamanca, junto con su amigo don Tomás de Avendaño para estudiar latín y griego. Pero en Valladolid despiden al ayo que les acompaña con una carta en la que dicen que marchan a Flandes.
Su verdadero intento es ir a las famosas Almadrabas. Llegados a Toledo se aposentan en el mesón del Sevillano, que tiene gran fama, debida en parte a una de las doncellas que allí sirve, «la más hermosa fregona que se sabe» y de la que un mozo de muías hace el siguiente elogio: «Es dura como el mármol, y zahareña como una villana de Zayago, y áspera como una ortiga; pero tiene una cara de pascua y un rostro de buen año: en una mejilla tiene el sol, y en la otra la luna; la una es hecha de rosas y la otra de claveles, y entre ambas hay también azucenas y jazmines. Esta doncella, llamada Constanza, no es hija ni parienta de los mesoneros, ni tampoco es «fregona», sino que lava la plata. En cuanto la ve, Avendaño se enamora de ella, y deciden, él y Carriazo, quedarse en el mesón. Cambian respectivamente sus nombres por los de Tomás Pedro y Lope Asturiano, y mientras uno ejerce de mozo de cebada el otro hace el oficio de aguador. Surge entonces el gran cuadro de la vida en el mesón y de la gente baja de la ciudad: las serenatas a Constanza, los amores de la Gallega y la Ar- güello, el baile del contrapás, el incidente de Lope con los aguadores y su pleito del asno, etc. Los versos amorosos dedicados por el fingido Tomás a Constanza son descubiertos por el mesonero en el libro de la cuenta de la cebada. Tomás decide, por fin, expresar sus sentimientos y su condición a Constanza, y así lo hace en una carta. Pero no recibe, de la discreción de la doncella, sino una prudente respuesta.
Al cabo de un tiempo y a instancias del Corregidor de la ciudad, es declarado el origen de Constanza: resulta ser hija de una noble señora que la dió a luz en el mesón y que disimulaba su estado, antes del parto, con la excusa de padecer hidropesía. Allí dejó a Constanza, que ahora tiene ya quince años, entregando al mesonero una considerable cantidad de dinero y unas señas con las que pudiera después ser reconocida como hija suya. Al día siguiente de la revelación hecha por el mesonero al Corregidor, llegan al mesón los señores de Carriazo y de Avendaño, padres de los fingidos Lope y Tomás. El padre, don Diego de Carriazo va en busca de una hija que tuvo años atrás con una noble señora, y cuyas señas y fortuna le han sido ahora transmitidas por un antiguo mayordomo de la dama. Esta hija no es otra que Constanza. Verificado el reconocimiento de la hija y de los hijos, y aclaradas las situaciones, Constanza casa con su enamorado, don Juan de Avendaño. «Dio ocasión la historia de «la ilustre fregona» — termina Cervantes — a que los poetas del dorado Tajo ejercitasen sus plumas en solemnizar y en alabar la sin par hermosura de Constanza…».
Los críticos han coincidido en señalar el valor que como documento social tiene esta novela de Cervantes. El profesor Valbuena la califica dentro del grupo de las que él llama «ideorrealistas» (junto con La gitanilla v. y El celoso extremeño, v.) porque en ella aparece mezclado un abierto realismo con una visión idealista y platónica del amor. Rodríguez Marín ha estudiado el fundamento histórico de don Diego de Carriazo, y Oliver Asín ha insistido por su parte en el carácter histórico de la obra y la ha relacionado con El mesón de la corte de Lope de Vega. Otros han querido ver en la figura de Constanza una alusión a la hija natural de Cervantes, Isabel de Saavedra. La cita de Alfarache al principio de la obra ha constituido uno de los problemas capitales para fijar la fecha de redacción. Finalmente cumple mencionar la magnífica glosa de Azorín de La ilustre fregona, «La fragancia del vaso» (cfr. Castilla).
A. Comas