La Fiesta del Señor de la Nave, Luigi Pirandello

[La sagra del signore della nave]. Comedia en un acto de Luigi Pirandello (1867-1936), tomada de la novela del mismo nombre y representada en 1924. Con ella se inauguró el año siguiente, en la sala Odescalchi de Roma, el Teatro de Arte fundado por Pi­randello, que más tarde debía tener como primera actriz a Maria Abba. Las preocu­paciones corales y espectaculares de un Pi­randello ingeniosísimo son aquí evidentes en su esfuerzo de plantear y afrontar pro­blemas escénicos, en definitiva poco eleva­dos. Participación de la platea en la repre­sentación, la acción elevada al máximo gra­do, juego de masas, todo esto puede parecer una mala pasada que juega al autor la ex­cesiva deferencia para con el leviatán tea­tral: si no es el esfuerzo de intentar nue­vas soluciones corales después de que la crítica de la tradición teatral italiana había concluido con Seis personajes (v.) y con Enrique IV (y.).

En esta fiesta, vendedores, marineros, malandrines, aldeanos, van y vie­nen entre los gritos, el redoble de tambores, las más variadas reacciones de la multitud: un conjunto de colores casi milagroso y una extraña indecisión al dar cuenta de todo, acumulando los detalles. En este griterío de la muchedumbre, que puede recordar ciertas escenas de la Nave (v.) de D’Annunzio, una línea dramática ofrece la contradicción entre el grueso señor Lavaccara, y su joven pedagogo. El señor Lavacca­ra, arrepentido en el último momento de haber enviado su cerdo Nicola a la carni­cería, quisiera retirarlo; pero ya es demasiado tarde, y ya no le queda otro remedio que llorar la pérdida de una bestia tan in­teligente. El pedagogo surge afirmando que no son las bestias, sino los hombres, quie­nes han de tener inteligencia, e indica la dignidad, la sobriedad de quienes le rodean. Pero sus afirmaciones quedan sofocadas por el espectáculo de orgía, de embriaguez, de lujuria, a que la multitud se abandona por completo. Pero cuando avanza la procesión con el Cristo, la multitud cae de rodillas gritando aterrorizada el «mea culpa».

G. Guerrieri