Comedia en cinco actos. Sigue las líneas generales de una historia de amor honesto realzada por el contraste con el amor lascivo.
El drama del buen amor y la comedia del mal amor desembocan en el mismo final: el casamiento, dichoso para Zelótipo, penoso y amargo para Cariófilo. Y a pesar de que el autor ha derrochado su simpatía sobre el amante virtuoso, el interés artístico va hacia el vicioso y calavera, cuya figura está trazada con más vigor y autenticidad. Zelótipo, portugués de Coimbra, posee una doble personalidad: es heredero de una rica tradición de caballeros sentimentales, y al propio tiempo mozo de cámara del rey. Cariófilo es la aceptación de la nueva realidad, de una sociedad sin mitos de heroísmo, entregada al mercader y al leguleyo. Filtra, la alcahueta, no tiene la grandeza de su antecesora Celestina, aunque conoce sus artes. Eufrosina lleva sobre sí la pesada carga de las heroínas de la novela sentimental y celestinesca.
Silvia de Sousa, la medianera del amor honesto, es una figura que se mueve con espontaneidad; en su tercería hay algo de malignidad y propio interés (ayuda a su primo, al que ama, Zelótipo, en beneficio de Eufrosina), porque conoce la táctica femenina y sus ardides dilatorios. Las escenas entre las dos muchachas ante el cesto de la costura o en la terraza frente al paseo provinciano, son un modelo de diálogo cómico y tienen toques de emoción poética, cuando comentan la suerte de la mujer condenada a la clausura y la maternidad. Los criados son más humanos y menos cobardes que los de La Celestina; no reciben, sino que acechan, las confidencias del amo. Las criadas bullen como títeres. El mundo universitario está representado por el Doctor Carrasco, cargado de ambiente coimbrano. Filótimo es el hombre sensato; don Carlos, un personaje brioso. Así como La Celestina (v.) de Rojas tenía por escenario una imprecisa ciudad o, mejor, «las desoladas cumbres de la pasión sin patria», La Eufrosina se sitúa desde el prólogo en Coimbra a la sombra de las alamedas del Mondego.
Refleja el tumulto de la vida estudiantil, las rivalidades de escolares e indígenas, la cháchara de las criadas al borde del río, los amores y amoríos provincianos. Pero a través de las conversaciones de los dos mozos de cámara nos llega potente el rumor de la vida nacional: la pequeña historia de la corte de Aleirim, las libres costumbres de Lisboa, el orgullo de las conquistas indianas, el cansancio de un mundo fatigado de victorias y deseoso de paz. A cada paso encontramos alusiones a las miserias de la vida cortesana. Toda la obra es una vigorosa «defensa e ilustración» de la lengua portuguesa. Dos peligros la acechaban: la boga de la literatura y lengua castellanas que dominaba los géneros de entretenimiento y la penetración creciente del latín que, favorecido por la educación, aspiraba a ser la lengua de los géneros eruditos y de los ambientes cultos, e inundaba la literatura de neologismos.
La Eufrosina es un modelo de lengua cortesana. Siguiendo la teoría del «decorum» o adecuación del estilo a la jerarquía del personaje y a la altura de la situación, adoptó tres escalones diferentes: un escalón sublime para los monólogos heroicos y las escenas tradicionales de la confesión de amor y desesperación; un escalón medio para el tono de la conversación culta y un escalón ínfimo para las escenas en que dialogan tipos populares. La fecha de composición de esta importante obra de Ferreira de Vasconcellos ha sido fijada en los años 1542 – 1543 por Eugenio Asensio a quien se debe una magnífica edición moderna — con prólogo y notas —, de la Eufrosina, editada por el Instituto «Miguel de Cervantes» del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Madrid, 1951).
C. Conde