Novela «ejemplar» del escritor español publicada en 1613.
Un caballero inglés lleva de Cádiz a su patria, como despojo de guerra, una doncella (Isabela), la cual es educada como una hija, por él y por su esposa. Era de tan excepcional hermosura y discreción que el hijo de los dos señores ingleses (Ricaredo) se enamora de ella y la pide a sus padres por esposa. Concertados los desposorios, la reina Isabel les llama a la corte, a la que Isabela se presenta, ya como esposa de Ricaredo, vestida a la usanza española «con una saya entera de raso verde acuchillada y forrada en rica tela de oro, tomadas las cuchilladas con unas eses de perlas, y toda ella bordada de riquísimas perlas; collar y cintura de diamantes, y con abanico a modo de las señoras damas españolas; sus mismos cabellos, que eran muchos, rubios y largos, entretejidos y sembrados de diamantes y perlas, le servían de tocado».
Ya en palacio, y ante la reina, al quedarse sola, «pareció lo mismo que parece la estrella o exhalación que por la región del fuego en serena y sosegada noche suele moverse, o bien así como rayos del sol que al salir del día por entre dos montañas se descubre; todo esto pareció, y aun cometa que pronosticó el incendio de más de una alma de los que allí estaban, a quien amor abrasó con los rayos de los hermosos soles de Isabela». La reina prendada de Isabela, la toma a su servicio y exige de Ricaredo hazañas que le hagan digno de su amada. «Dos navíos —dice la reina— están para partirse en corso, de los cuales he hecho general al barón de Lansac». Ricaredo será capitán de uno de ellos, y deberá partir a los días. Pero a Ricaredo, católico en secreto, como su familia, en un país de protestantes, le asaltan graves problemas de conciencia, ya que deberá luchar contra los católicos o, si no lo hace, pasará por católico y por cobarde y no obtendrá el premio de Isabela. Ya en alta mar, muere el barón de Lansac y Ricaredo asume el mando. Encuentra a dos galeras, con enseña turca, que llevan preso un navío portugués.
Les atacan y vencen. El navío portugués regresaba de las Indias con un cargamento precioso, del que se apodera Ricaredo, que deja en libertad a los prisioneros, en su mayoría católicos españoles. Un matrimonio viejo, los cuales resultan ser los padres de Isabela, le pide que les lleve a Inglaterra, en donde poco después hacen su entrada triunfal. Padres e hija se reconocen, y la reina accede al matrimonio de los enamorados. Mas he aquí que el «arrogante y altivo» conde Arnesto, hijo de la camarera mayor de la reina, se ha enamorado de Isabela, y obliga a su madre a pedirla a la reina. Ésta mantiene su palabra, el conde reta a Ricaredo, pero es detenido por la guardia real, y la madre desesperada envenena a la muchacha, que es salvada «in extremis» a cambio de su belleza. A pesar de su fealdad, Ricaredo persiste en desposarla. Con todo, sus padres conciertan un nuevo matrimonio con una heredera escocesa.
Isabela y sus padres marchan hacia España, después de que Ricaredo ha prometido a la «española inglesa» que irá a buscarla en el término de dos años. Ya en España, Isabela recobra su extraordinaria belleza. Llegan noticias confusas de la muerte de Ricaredo, e Isabela, desconsolada, profesa en un convento. Pero se presenta el enamorado, que había caído en poder de los corsarios, y se celebran las bodas. «Esta novela j— moraliza Cervantes — nos podría enseñar cuánto puede la virtud y cuánto la hermosura, pues son bastante juntas y cada una de por sí a enamorar aun hasta los mismos enemigos, y de cómo sabe el cielo sacar de las mayores adversidades nuestros mayores provechos». La crítica suele considerar La española inglesa como una de las «novelas ejemplares» de tono idealista y de concepción italianizante.
Lo más importante de ella no son las situaciones narrativas, los problemas de almas (que por un momento asoman en el relato en la persona de Ricaredo capitán de la armada), el perfil psicológico de los personajes (que es siempre exterior y decorativo), sino la misma narración en sí: los raptos, las agnórosis, los amores desdichados, etc. Es interesante notar el hecho de que Cervantes, apasionado cantor de la derrota de la Invencible (v. Poesías), sitúe la acción en la corte de Isabel de Inglaterra, que es vista más allá de los límites de un fervor nacionalista. Por ejemplo, la reina gasta de hablar en español («Habladme en español, que yo lo entiendo bien, y gustaré de ello») y, cuando le dicen que Isabela es católica, contesta «que por eso la estimaba en más, pues tan bien sabía guardar la ley que sus padres le habían enseñado».
J. Molas