Novela de la escritora española publicada en 1914.
En el marco de la tierra de Astorga se desarrolla la historia amorosa de Mariflor (Florinda) y el sacrificio de su alma. En un tren, camino de su pueblo, Florinda ha conocido a Rogelio Terán, apasionado poeta y, pronto, rendido adorador de la doncella. La muchacha, va a preparar su boda con un primo al que no conoce y del que nada sabe; sin embargo, las costumbres de la tierra exigen su entrega porque así lo convinieron las familias. La situación económica en casa de Florinda es desesperada: en manos de los usureros van quedando los últimos restos de una hacienda otro día floreciente, mientras los hombres se pierden en la emigración y las mujeres se consumen sobre los surcos abiertos. El matrimonio de Florinda con su primo Antonio salvaría la dramática situación, pero Terán se ha cruzado en el camino.
Pasa el tiempo: la muchacha sueña con el poeta y rechaza a su pariente, los familiares niegan su consenso a los amores literarios de la joven, el párroco del pueblo y consejero de la familia no acierta a resolver el problema, de América no llega la esperada ayuda… Sin embargo, un día se presenta Terán, amigo del cura, y sus amores con Florinda casi casi se formalizan. Antonio, el pretendiente desconocido, apremia deseando una pronta respuesta y va al pueblo con propósito de resolver dificultades, pero al conocer el estado ruinoso de la familia, retira su promesa de matrimonio. Florinda, entre tanto, decide su acción: negarse al matrimonio con su primo, pero suplicarle ayuda económica. Las condiciones de Antonio son tajantes: salvará la situación a cambio de la boda.
Terán marcha del pueblo y olvida a su enamorada. Los agobios aumentan; las enfermedades se ceban en aquellos cuerpos vencidos; Florinda lucha con débiles esperanzas. Pero un día —perdida definitivamente la sombra de Terán — toma su cruz y redime a todos con el heroísmo de su sacrificio. La novela nos parece hoy un tanto difusa, bastante falsa en alguno de los tipos, grandilocuentes a veces; sin embargo, conserva un jugoso estilo la descripción de la vida rústica, narrada en forma directa y con numeroso dialectalismo; la narración de creencias populares o descripciones de fiestas típicas —de indudable valor folklórico — mantienen su vigor antiguo.
M. Alvar