[L´école des vieillards]. Comedia en cinco actos representada en 1823. El sexagenario Danville, rico naviero de Le Havre, se casa con una joven de veinte años, Hortensia. Su confianza en la seriedad de su joven esposa es tan grande, que la envía a París, aunque acompañada por su madre, para solicitar un cargo para él. En la capital, Hortensia, aconsejada por su madre, conoce el placer de gastar sin tino y toma gusto a la vida elegante. El mismo día en que ha de llegar Danville con Bonnard, su amigo y cajero, Hortensia ha prometido a su enamorado, el duque d’Almare, que irá al baile del Ministro.
La llegada de su marido la hace vacilar, pero la insistencia del duque triunfa sobre sus escrúpulos. Cuando Danville llega a su casa y se entera de que su mujer está en la fiesta en casa del ministro, corre allí para recogerla, pero no la encuentra. Hortensia, en efecto, arrepentida, no estuvo en el baile más que algunos instantes. Al regresar a su casa, Danville encuentra finalmente a su mujer, pero no sola: el duque d’Almare, que ha traído el decreto para el deseado cargo, la acompaña. Los dos hombres se baten en duelo, y el duque se contenta con hacer saltar la espada de la mano de su contrincante. A través de varias peripecias Danville adquiere la certidumbre de que su mujer no le ha traicionado y tiene la alegría de una especie de reconquista matrimonial.
Continuando el manido argumento cómico del matrimonio entre un hombre anciano y una mujer joven, la comedia tiene un sobrio patetismo propio de los nuevos tiempos: Danville no es nunca ridículo ni tirano, Hortensia no es maliciosa ni rebelde. La dignidad, y el afecto juvenil del anciano emocionan e interesan. Los efectos cómicos están confiados a personajes secundarios: la suegra chiflada y el cajero Bonnard, solterón empedernido. La obra anticipa con felicidad un tipo de teatro honesto y serenamente burgués, destinado a tener un gran éxito en la segunda mitad del siglo.
G. Alloisio
Todo el éxito de este dramaturgo deriva de su prosaísmo: los espectadores refractarios a la furia lírica de los dramas románticos se encontraron a gusto en su llaneza, que les pareció la misma razón personificada. (Lanson)