La educación cristiana, Antonio Rosmini Serbati

[Della educazione cristiana]. Obra pedagógica publi­cada postumamente en 1856.

Al tratar de un tema de tan trascendental importancia para la sociedad, el filósofo intenta delimitar con claridad el cometido de la educación con­siderada como ciencia experimental, y las diversas modalidades que la capacitan para realizar el bien propuesto por los legisla­dores y los hombres de buena voluntad.

Las almas se educan desde la infancia: junto con el cuerpo se va formando la mente, estableciéndose una correspondencia entre las cosas materiales y las morales. La vida en la familia y las primeras amistades del muchacho engendran, más que la escuela o la sociedad, los elementos que desempeña­rán una parte esencial en la formación espi­ritual.

Al ejemplo ilustre de una educación inspirada en la recta y santa conciencia del bien (de acuerdo sobre todo con San Francisco de Sales y San José de Calasanz) hay que unir la consideración de lo mucho que puede la educación privada en compe­tencia con la del Estado; así se realiza más fácilmente en el ámbito de pequeños nú­cleos el sueño de educar y de seleccionar caracteres, que es la ambición de los ver­daderos educadores. Con mayor motivo, los viajes y los contactos con la vida contri­buyen poderosamente a formar la mente y el corazón; de este modo se favorece al mu­chacho y su particular misión en la socie­dad. Muchos motivos engañosos se hallan, no obstante, en la educación tradicional, a veces por influencia de obras literarias que desvían del recto camino.

Bien entendida, la historia artística y literaria de un pue­blo es profundamente educativa, porque se inspira en los grandes ejemplos del pasa­do y en la belleza que trasluce en los sue­ños con que los hombres se distraen de sus fatigas. Pasando a la verdadera instrucción, es decir, a la enseñanza que es método y disciplina escolar, Rosmini da consejos so­bre la manera de formar los maestros, sobre la forma de enseñar con amor y de hacer comprender el valor de las lenguas como conocimiento de otros pueblos y ejercicio de la lógica mental.

Historia, religión y ciencia son, en conjunto, vivos incentivos para razonar: de este modo se edifica con solidez sobre el rico mundo de los afectos, sin perderse en minucias retóricas. Los pen­samientos selectos, como son los de los grandes filósofos y el pleno conocimiento del pasado, no sólo instruyen proporcio­nando útiles conocimientos, sino que edu­can el espíritu y lo fortifican para la socie­dad.

Así es como la educación cristiana inspira al joven pensamientos verdaderos, claros y ciertos: la doctrina, unida al amor del maestro, forma la personalidad y no deja que se disperse en el atomismo de las di­versas nociones. El verdadero maestro es aquel que siente el deber de la educación y se forma a sí mismo con fe y humildad para dedicarse a los demás. Sólo así el Cristia­nismo es verdaderamente eficaz como disci­plina moral.

El principio supremo de la ciencia se plantea con una certeza que no puede ser sino Dios: todo depende de es a verdad sustancial. La obra de Rosmini, basada en los principios establecidos desde 1826 en su trabajo Sobre la unidad de la educación, manifiesta la sencillez didáctica y moral de un nuevo sistema, basado en la experiencia viva de una metodología: de ello da fe el desarrollo logrado en el curso de un siglo por los institutos rosminianos.

Las razones más estrictamente filosóficas de la nueva pedagogía fueron publicadas en otro libro, también postumo, en 1857: Sobre el supremo principio de la metodología y algu­nas de sus aplicaciones al servicio de la educación humana.

C. Cordié

Enciclopedia Noguer