Drama en prosa y verso, los hermanos Machado. Está dividido en tres actos y el último en dos cuadros. Fue estrenado en Madrid el año 1931. La colaboración de los dos hermanos para obras teatrales comenzó en 1926. En esta época Antonio está en Segovia y Manuel vive en Madrid. Las cortas estancias de Antonio en Madrid y la correspondencia constante les permite aunar los esfuerzos y coordinar el trabajo. La Duquesa de Benamejí es un artificioso cuadro, voluntariamente proyectado dentro de lo convencional.
Se trata de una «españolada» en el más trascendental sentido de la palabra. Aristócratas y bandidos entrecruzan deberes y pasiones, y como justificación de época eligen la de Fernando VII, recién repuesto en el trono absoluto por el duque de Angulema, y por escenario la serranía andaluza. El romanticismo más desatado rige la obra y no hay por qué buscar en ella coherencia, ni otra lógica que la de las pasiones convencionales. La duquesa que da nombre al drama ha conocido al bandido en un incidente casto y sentimental, cuando aún era poco más que un niño. Ella lo ha olvidado y no identifica al Lorenzo Gallardo, Rey de la Serranía, con el muchacho que entonces la atendiera y confortara.
El bandido, adornado de toda la nobleza y generosidad imaginables, entra en el palacio de la duquesa, tras un tiroteo con las tropas que le persiguen, mandadas por Carlos, marqués de Peñaflores, y rendido pretendiente de la dama. Reconoce ésta al bandido, cede al recuerdo y a la profunda impresión que le causa, y de aquí derivan las peripecias de la acción planteada entre deberes y pasiones, como dije, y resuelta de un modo trágico por la intervención de una gitanilla enamorada del bandido, que en el momento de salvarse éste por diligencia de la dama, asesina celosa a la duquesa. Lorenzo Gallardo hace utilizar su salvoconducto para que se salven sus compañeros y él es conducido a la horca. Si dramáticamente es poco consistente, en cambio tiene aciertos seguros.
En primer lugar el tema de «españolada» está deliberadamente escogido, con conciencia perfecta de su limitación y, pudiéramos decir, de su inselección. Le salvan los dos grandes poetas por la sugestión del ambiente de época, la de la verdadera pandereta que hemos de ver con la aureola más atractiva del romanticismo. Uno de los personajes es el juez que sentenciara a los «siete niños de Écija» pocas semanas antes de la acción de este drama, y otro un oficial francés, de los de Angulema, que ha de subrayar características españolas, aunque en el drama aparezcan aparentemente caricaturizadas. Pero capitalmente el decoro que asiste en el drama, lo mismo en la ingeniosa construcción teatral que en el lenguaje, lo mismo en la prosa que en el verso. Sobre todo en éste me parece claramente perceptible la mano graciosa, maestra en garbo andaluz, de Manuel.
J. Mª de Cossío