Obra de Pío Baroja (1872-1956), quien en un interesante prólogo que antecede a varias ediciones de la narración, nos ha hablado ya de su teoría sobre la novela, de sus preferencias literarias y — lo que aquí importa más — de La dama errante. Suyas son estas palabras: «un libro como La dama errante no tiene condiciones para vivir mucho tiempo; no es un cuadro con pretensiones de museo, sino una tela impresionista; es, quizá, como obra, demasiado rápida, dura, poco serenada… Ese carácter efímero de mi obra no me disgusta…». Sin embargo, como veremos, la novela tiene desde esta lejanía, una serie de valores que todavía nos afectan. La narración está inspirada en el atentado contra los reyes en el día de su boda. Hay una serie de tipos y de datos extraídos de la realidad, como el propio Baroja declara.
Nilo Brull, el anarquista autor del atentado, «es como la síntesis de los anarquistas que vinieron desde Barcelona, después del proceso de Montjuich, a Madrid, y que tenían un carácter algo parecido de soberbia, de rebeldía y de amargura». El doctor Aracil e Iturrioz son tipos que han vivido, y los otros personajes de la novela fueron tomados al natural lo mismo que el viaje por la Vera de Plasencia es el recuerdo de uno hecho por el escritor con su hermano Ricardo y con Ciro Bayo. Sobre María Aracil, Baroja no da información concreta: se limita a asegurar que nada tiene que ver con Soledad Villafranca, la amiga de Ferrer. Todos estos elementos y la experiencia obtenida por el narrador al conocer los hechos, sirven de urdimbre a la novela, cuya trama es la que sigue: el doctor Aracil, hombre ligero y efectista, vive con María, su única hija, muchacha de dieciocho años, de carácter totalmente opuesto a su padre. El doctor tiene veleidades anarquistas y por ellas conocen a Nilo Brull, terrorista catalán que, adulando a Aracil, llega a comprometerle en el atentado contra los reyes, sin que el médico haya consentido en ello. Brull lanza la bomba y logra salvarse en el tumulto que se organiza. Entonces busca amparo en casa de Aracil, que lo esconde. La policía consigue informes inmediatos sobre el terrorista catalán y su amistad con el galeno. Aracil huye con su hija y comienza la persecución. Escondidos por un guarda de la Casa de Campo huyen, ayudados por él, a Portugal.
Entretanto, Brull se ha suicidado. Por el camino, el médico y su hija van conociendo la incomodidad de las posadas, la brutalidad de las gentes, la penalidad de las fatigas. Atravesando Extremadura, tras cruzar áridas tierras de Castilla, se dirigen a Portugal. Allí está la salvación y, luego, el barco que los llevaría a Inglaterra. La novela tiene, a pesar de la opinión del autor, valor duradero. Hay una serie eje motivos, literarios unos, extraliterarios otros, cuya eficacia no se ha agotado. La narración pertenece al ciclo barojiano que pudiéramos llamar de «preocupación española». Aracil expone un estado de cosas, que dista mucho de la probidad; las gentes que se cruzan por el camino tampoco son felices; la situación política se aparta mucho de la verdad o de la honradez. Para remediar los males van aduciéndose triacas y panaceas, aunque, como ocurre siempre con los arbitrismos, el resultado sea la desesperanza. Crítica política, crítica social y, con ella, las tierras improductivas para beneficio de unos pocos, los caminos convertidos en acequia para las propiedades de los ricos; la codicia, la desesperación o el hambre, como voces unánimes en el coro de desdichas. Todo esto entenebrece el cuadro de «España negra» que traza Baroja, con incisiones de buril y técnica de aguafuerte: las ventas tétricas, el ciego cantador de romances, el hombre que muere en el camino, los gitanos, los engañabobos… Cuadros en los que no cabe una lucecilla de optimismo porque por encima vive la abulia de los que pudieran ser los mejores y la injusticia de leyes que hubieren podido ser buenas.
M. Alvar