La Dama de la Guadaña, Paul Roux

[La Dame á la faulx]. Drama poético del poeta y dramaturgo Paul Roux, llamado también Saint-Pol-Roux y Saint-Pol-Roux el Magní­fico (1861-1940), publicado en 1899. La dama de la guadaña es un largo poema a tres voces: el Hombre, la Mujer y la Muer­te, compuesto en 1890 por el autor y dedi­cado, no sin melancolía, «a la primera atre­vida que encarne mi trágico drama». El poeta parece no hacerse demasiadas ilusiones respecto a las posibilidades escénicas de este vasto drama, de lirismo suntuoso y con frecuencia oscuro, que querría ser el «es­pectáculo de la humanidad entre el múlti­ple conflicto de la Vida y de la Muerte», y que, sólo el cine podría, sin duda, materia­lizar, ya que exige el parpadear de las estrellas, el amanecer del sol, el vuelo de los pájaros, el rocío, etc. «He querido — de­cía Saint-Pol-Roux — convirtiendo la ale­gría en una religión, con gran respeto por la vida, hacer obra de santidad y estimo que de este drama se desprende el ro­busto consejo de vivir, de vivir su parte de energía común y de armonía universal».

Este consejo lo encontramos formulado en términos tan nobles y emotivos por Magnus, el héroe principal, en el transcurso de la escena final de la obra, en que se le ve caer abatido por la Muerte, a la que ha desafiado:

« ¡Oh, hermanos míos en la humanidad! / No debilitéis vuestras breves horas / En el desierto del sueño. / No frecuentéis este mundo como cadá­veres. / ¡Vivid, es decid, obrad! / Id, hermanos míos en la humanidad, / Rea­lizad vuestra parte de la tarea común / En las viñas de la vida / Cuya noble for­tuna espera bajo el azul del sol».

Por con­sejo de algunos amigos, entre ellos Jean Ro­yere, Paul Adam y André Fontains, Saint- Pol-Roux rehízo la obra para que pudiera ser representada, pero el Comité de Lectura de la Comedia Francesa, falto de entusias­mo, le pidió una nueva revisión y supre­siones; el poeta, nos dice su biógrafo Paul Pelleau, «sonrió, besó la mano de los come­diantes y se despidió de sus compañeros». Debía, no obstante, mucho más tarde, en la soledad bretona de Camaret, reemprender su labor sobre La Dama de la guadaña, que hubiera querido ver representada en su octogésimo aniversario. Desgraciadamente esta nueva versión fue destruida con la mayor parte de sus manuscritos en 1940, durante la guerra.