La Dama Blanca, François Adrien Boieldieu

[La dame blanche]. Ópera cómica en tres actos, de François  Adrien Boieldieu (1775-1834) con libreto de  Eugéne Scribe, estrenada en París en 1825.

La escena se desarrolla en una comarca de las montañas de Escocia; la Dama blan­ca es una estatua misteriosa del castillo de los difuntos condes de Avenel, que el vulgo cree sea el espíritu protector de la noble familia y de la aldea toda. El intendente Galveston, que custodia el castillo, trata de hacerse propietario de él y prepara una subasta pública para poderlo comprar a buen precio; pero a tal designio se opone secretamente Ana, una huerfanita protegida de los Avenel, que juró a la condesa mo­ribunda velar sobre los derechos de un hijo suyo, desaparecido de la aldea por obra del propio Galveston, y que hace llegar a Dickson — un cartero que se cree en deuda con la Dama blanca por un beneficio recibido — una misteriosa invitación para que se halle en el castillo la próxima noche. Pero como él no se atreve, va en su lugar George Brown, joven oficial que luego se descubre que es el heredero de los Avenel. Llegado al lugar de la cita, el fantasma de la Dama Blanca (bajo el que se oculta Ana), le exhorta a comprar el castillo, prometiéndole que obtendrá la suma necesaria y, como premio, el amor de la muchacha que él quiere. Tiene lugar la subasta pública, y tras de una animada puja con Galveston, George compra el castillo por 500.000 fran­cos.

Al día siguiente, al llegar la hora del pago, aparece la Dama blanca, y ofrece a George la suma, tomada del tesoro secreto del castillo. Galveston, airado, arranca el velo que oculta el rostro de Ana, y, viéndose vencido, ya no le queda más recurso que partir. La obra termina con la boda de Ana y George, entre cantos y danzas jubilosas de los paisanos. Para tan modesto argu­mento, supo Boieldieu encontrar la música más apropiada, graciosa y simple, en el estilo para él familiar de la «ópera comique» francesa de su tiempo, tan semejante al género de la opereta, pero, en un sentido mucho más digno del propio de la opereta moderna. La estructura es, en efecto, si­milar a la del melodrama serio francés y alemán de la primera mitad del siglo XIX: arias, conjuntos de las más diversas clases, recitales acompañados, algún intento de «melólogo» (declamación acompañada por la orquesta), y precediéndolo todo, una obertura de corte clásico. Si el espíritu de esta música es, en general, de una calidad más bien mediocre, la elaboración es bas­tante fina y revela, en la forma y en la orquestación, la mano de un músico for­mado en la tradición de Cherubini, e in­directamente de Haydn y de Mozart.

La música está caracterizada, en el fondo, por un aura de misterio poético, a cuyo logro colaboran notablemente los colores instru­mentales, sobre todo en los trozos en que aparece o en que se evoca la Dama blanca, a menudo acompañados con las sonoridades del arpa. La melodía, de nivel en general modesto, alcanza algunas veces mayor al­tura, como en el aria «Viens, gentille da­me» (2.° acto) con acompañamiento de trompa. La escena más lograda, es la del encantamiento (2.° acto), de ágil movimien­to, y que, según se dice, fue admirada por Rossini.

F. Fano