[Die Schuld]. Drama en cuatro actos de Amandus Gottfried Adolf Müllner (1744-1829), representado en Viena y publicado en 1816. Es una de las más conocidas «tragedias del destino» [«Schicksalstragodien» ].
Elvira, viuda de un noble español llamado Carlos, muerto en un trágico accidente de caza y esposa de Hugo, gran amigo del desaparecido, vive con él en el sombrío castillo de Oerindur en las costas del Mar del Norte. En el aniversario de la muerte de Carlos, la rotura sin ninguna razón aparente, de las cuerdas de un arpa en la inminencia de un temporal, mientras Hugo tarda en volver de la caza, despierta en Elvira aterradores presentimientos, de los que en vano se burla Jerta, que, a pesar de ser el tipo de la pura virgen germánica, fuerte y animosa, queda también aterrorizada cuando Elvira, casi sin darse cuenta, le explica que ella y Hugo se amaban antes aun de la muerte de su primer marido. El latente antagonismo existente entre las dos mujeres aumenta luego cuando al volver Hugo, se entera de que él es tan sólo hijo adoptivo del conde de Oerindur y que Jerta no es, por lo tanto, su hermana. La llegada de un misterioso extranjero que se da a conocer finalmente como don Valero, padre del difunto Carlos, venido del lejano país de España para vengar a su hijo, hace aún más trágica la atmósfera. Éste acaba por acusar explícitamente a Hugo de asesinato y de sus explicaciones se desprende, además, que también Hugo es hijo suyo, alejado en los primeros meses de vida por la maldición de una gitana, según la cual llegaría a ser asesino y fratricida.
A pesar de todo, pues, el destino se ha cumplido; y Hugo tiene que reconocer que no sólo asesinó a su mejor amigo, sino a su hermano. Al acercarse la medianoche, mientras Hugo, siguiendo el consejo de Jerta, piensa ofrecer su espada al rey para una arriesgada expedición a tierra extranjera donde podrá encontrar la gloria o la muerte, el padre, espada en mano, le pide razón de la muerte de su hermano. Los dos se reconcilian luego, gracias a la repentina aparición de Elvira, y Hugo parece ceder a las súplicas del padre, que le invita a acompañarle a España. Pero Elvira no se deja engañar, e intuyendo que Hugo medita suicidarse, decide no sobrevivirle; y en efecto, al dar la medianoche, será ella misma la que le dará el puñal con el cual después se atravesará ella el pecho. Como puede verse, no falta ninguno de los elementos caros al repertorio fatalista de la época; breves y a menudo poco convincentes son las justificaciones psicológicas siempre subordinadas al fatigoso mecanismo externo. La atmósfera trágica es forzada pero obsesionante y una innegable habilidad teatral consigue dar unidad escénica a la inverosímil acción.
A. Manghi