Comedia de Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza (1581?- 1639), publicada en 1618. Tres estudiantes — don Diego, don García y don Juan —, encontrándose casualmente a última hora de la tarde en una de las calles de la ciudad, deciden llevar a cabo una de sus habituales bromas pesadas, y tienden una cuerda de un lado a otro de la calzada. Gran confusión de caídas y fuga de la gente despavorida, que luego riñe detrás de la escena. Llega la ronda y las cosas se ponen mal para los tres jóvenes, a los que se une Zamudio, otro estudiante. Pero don Juan» que ha participado en la broma de mala gana, se ha alejado ya con anterioridad, y don Diego y Zamudio son salvados por Enrique— un viejo sabio, estudioso y experto en magia —, que con sus encantos los hace desaparecer a los ojos de los perseguidores. Sólo don García cae preso de los esbirros.
En el segundo acto, Zamudio se burla de Enrique, y éste le castiga con los prodigios de su arte, unas veces burlescos, otras terroríficos. Entretanto, doña Clara, novia de don Diego, recibe de parte de éste como regalo una caja con una carta en la que dice que dentro de aquélla hay una estatua encantada que predice el futuro. Cuando doña Clara la abre sale don Diego, quien, no pudiendo casarse con ella a causa de su pobreza, ha decidido hacerla su amante y trata de emplear la violencia, pero sin éxito, como sabemos luego, por la obstinada resistencia de ella. En el tercer acto, don Diego y Zamudio, por virtud mágica, entran en la cárcel y liberan a don García y a otros prisioneros, pero mientras tanto Enrique es arrestado, y en una iglesia se lleva a cabo una especie de proceso contra la magia que el viejo defiende, mientras un fraile dominico hace la requisitoria. Enrique se arrepiente y confiesa que la magia es arte «malo y perverso». Mas para todos llega el perdón del rey, junto con la noticia de la muerte del tío de don Diego, por lo cual éste, convertido en conde y rico, puede casarse con doña Clara. Y con estos faustos desposorios termina la comedia.
Es una obra juvenil y una de las más pobres del poeta, muy lejana aún de aquel tipo de comedia moral con la que el autor se adelanta a su época y que le convirtió en uno de los maestros del teatro europeo. No hay caracteres, no hay situaciones dramáticas, no hay enredo; es una sucesión de escenas donosas que con frecuencia tienen aire de pantomima, por la gran cantidad de juegos escénicos de las maquinarias teatrales obligados por la representación de prodigios mágicos. En efecto, la magia, que, por otra parte, es un motivo muy en boga en el teatro español del siglo XVII, llena una gran parte de las escenas y del desarrollo de la obra que casi podría llamarse más «féerie» que comedia. Y, no obstante, hay aquí un estudio del detalle descriptivo y una espontaneidad lírica en tono menor que hacen presagiar al poeta de la elegancia formal, sencilla y discreta; un aspecto de acuerdo con el sentido vigilante de moralidad viva que caracteriza su teatro.
F. Carlesi