[La comedie de la mort]. Recopilación de poesías de Théophile Gautier (1811-1872), publicada en 1838. Es el volumen que corona y cierra el período romántico del escritor, desarrollando los motivos más tétricos y funerarios, predilectos de la reciente tradición literaria. El poema con que se inicia y que da título a la obra, está formado por una serie de escenas sombrías y atroces ligadas entre sí, con hilo alguna vez bastante tenue, en un díptico. Primero, «La vida en la muerte» [«La vie dans la mort»], que representa los cadáveres inquietos y sin paz en el fondo de sus tumbas: la virgen es presa de los sucios besos y de las mordeduras del gusano, que se embriaga en sus brazos de marfil y en su cándido seno; y Rafael, el angélico y ardiente pintor, impreca contra los científicos modernos, bajo cuyo despiadado análisis el siglo se retuerce agonizando, después de haber perdido para siempre el amor, la poesía y la belleza. Luego «La muerte en la vida» [«La mort dans la vie»], que representa la muerte interior, la invisible nada que los vivos llevan bajo su sudario de carne. Cada alma es un sepulcro: conducido por la Muerte, a quien el poeta describe bajo el aspecto siniestro y fascinador de una virgen diáfana coronada de cicuta y violetas, descubre la vanidad de los anhelos más poderosos que mueven el mundo: el saber, el amor, la gloria.
Fausto, después de haber mordido la manzana de oro de la ciencia, grita que la ciencia es la muerte, y añora el amor; Don Juan, mientras, viejo, tembloroso y sumido bajo sus vestiduras fastuosas, llora, azotado por la lluvia ante un balcón desierto, piensa que quizás en la virtud o en la ciencia reside el enigma de la vida que la voluptuosidad no le ha revelado; Napoleón, decepcionado con la gloria, envidia a Títiro y Dafnis y a los pastores de su Córcega salvaje. El poeta tiene un gesto de rebeldía y lanza su deseo de vida, conjurando a la Naturaleza en- sus infinitas formas de belleza, invocando las rosas, los cantos, las mujeres y la musa antigua eternamente joven, pero la carcajada burlona de la Muerte vibra incluso a través de los velos de la mujer que estrecha contra su pecho. Siguen las «Poesías diversas»: largas retahilas sobre la propia desgracia («Ténébres»), sobré la soledad («Thébaide»), sobre el fluir inexorable del tiempo («Pensée de minuit»), y, en contraste, enérgicas afirmaciones sobre el valor del arte («Le triomphe de Petrarque», «Á un jeune tribun»). El asunto de muchas poesías está sacado de obras de pintores (Salvador Rosa, Miguel Ángel, Durero, Rubens), y en la proximidad de las expresiones plásticas y pictóricas, como en la musical delicadeza de algunas poesías más breves que alterna con las mayores, encontramos ya en ciernes el poeta de Esmaltes y camafeos (v.).
E. C. Valla