[Major Barbara]. Comedia en tres actos de George Bernard Shaw (1856-1950), escrita en 1905 y estrenada en 1906. Una gran fábrica de armamentos va transmitiéndose, desde hace siglos, por adopción; el fundador, un expósito, la cedió como herencia a otro expósito, y este singular ejemplo es mantenido por los sucesores. El actual propietario, Andrés Underschaft, acaudalado y poderoso, casó con una Lady Britomart, de cuyo matrimonio tuvieron un hijo y dos hijas; más tarde se divorciaron pacíficamente por incompatibilidad de caracteres. Transcurridos algunos años, la esposa, no resignada a ver desheredado al hijo propio en favor de un desconocido, solicita una entrevista con su antiguo esposo. De este modo, al reunirse, Andrés conoce y admira a su hija Bárbara, joven de recio carácter y de sentimientos profundamente religiosos y filantrópicos, que actúa como comandante en el Ejército de Salvación. Ella, que siente horror por la profesión de su padre, le invita a visitar el asilo donde trabaja; por su parte el padre accede a condición de que a su vez consienta Bárbara, junto con su madre, los hermanos y su prometido, en devolver la visita acudiendo a su taller, en el que se aprestan los medios para destruir miles de vidas. En el Asilo del Ejército de Salvación, entre los desamparados que se presentan para obtener asistencia, destaca un individuo que se acusa de haber apaleado a su madre. No es verdad, pero aquel pobre diablo se calumnia porque sabe que lo más apreciado es el arrepentimiento de los mayores pecadores.
Surge entonces un pícaro, llamado Bill, el cual se lamenta de que el Ejército de Salvación había alejado de él a su hijita, y llevado por la violencia, llega a golpear a una anciana y una colega de Bárbara. Perdonado cristianamente, pretende reparar el daño con una oferta de dinero que le es rechazada. Mejor resultado obtiene un donativo de cinco mil libras esterlinas, que llega de parte de un viejo lord. Interrogado Underschaft, manifiesta que se trata de un gran fabricante dedicado a la destilación de alcohol, y al mismo tiempo ofrece él mismo otras cinco mil libras. Bárbara exige que se rehúsen los donativos de un envenenador del pueblo y de un fabricante de satánicos ingenios bélicos, pero las ofertas acaban por ser aceptadas. Observa entonces Bill que su óbolo ha sido rechazado solamente por considerarlo mezquino. Bárbara siente vacilar su fe. Bien distinta es la visita que hacen a la oficina y a las instituciones anexas, creadas en favor de los obreros y empleados; todo respira orden y comodidad en aquella especie de ciudad industrial. Underschaft ha querido combatir lo que para él constituye el peor azote social: la pobreza. Y al prometido de Bárbara, Cusins, quien observa que él es gobernado por su profesión en mayor medida que él la gobierna, le responde Andrés diciendo que la verdadera dirección es una voluntad más amplia, de la que él no es más que una parte. El propio Cusins, que si no es un expósito lo parece, ya que ha nacido de un matrimonio no reconocido en Inglaterra, será adoptado por Underschaft, que le destina para sucederle en la dirección de la fábrica.
Bárbara no abandonará el Ejército de Salvación puesto que ha descubierto en el establecimiento paterno un campo adecuado para desarrollar su obra: ya no salvará a los hambrientos, sino que atenderá a criaturas bien nutridas, que no están menos necesitadas de luces. La comandante Bárbara es una de esas comedias en las que Shaw se entrega a su peculiar diálogo centelleante, al juego de las agudezas y a los sutiles contrastes. Los personajes se nos muestran como mecanizados y los verdaderos protagonistas son las discusiones y las situaciones. La tesis, es decir, que la redención económica y social de la plebe es condición preliminar para su redención social, si bien aparece defendida con una eficacia ejemplar y una pureza que no es habitual en el teatro de Shaw, queda relegada a un segundo plano frente al estudio festivo y ameno con que los dos representantes de las concepciones opuestas — Underschaft, el práctico, y Bárbara y Cusins, los idealistas — consiguen expresar su humanidad y su buena fe. Humanidad vista en una forma cómica, a veces estilizada, como en un momento en que el abogado Cusins toca el tambor en la banda del Ejército de Salvación, pero siempre presente como elemento necesario para el juego de la paradoja. [Trad. de Julio Brontí (Madrid, s. a.)].
E. Di-Carlo Seregni