[Science and the Modern World]. Es la obra filosófica más conocida del pensador anglo norteamericano Alfred North Whitehead (1861-1943): aquella que marca definitivamente el paso de su primer período, de carácter principalmente científico, al segundo, de carácter metafísico. Publicada en 1926, tuvo numerosas ediciones. Es un estudio de algunos aspectos de la cultura occidental durante los últimos tres siglos, en cuanto ha sido influida por el desarrollo de la ciencia. En otros tiempos la preocupación dominante del pensamiento era la religión, la moral y la metafísica: hoy es, en cambio, la interpretación científica de la naturaleza. Todo nuestro modo de vivir está en estricta función de la ciencia. Pero la ciencia en sí — y éste es el hilo conductor del libro — es imperfecta, y debe dejarse integrar por la filosofía, «la forma más eficaz del saber humano, el arquitecto de los edificios del espíritu, y, al mismo tiempo, su elemento disolvente». Aun cuando la filosofía parece ausente del panorama intelectual, ella guía, aunque de un modo oscuro, toda forma de pensamiento. Por tanto, la ciencia ha de abandonar la peligrosa ilusión de ser autónoma, sometiéndose a la crítica superior de la filosofía, y de tener intuiciones divergentes sobre la naturaleza de las cosas, confiándolas a ella, para que las armonice en un plan mucho más elevado. El libro consta de diez breves conferencias dadas en América en 1925, con la adición de dos capítulos originales. Sin embargo, hay un hilo único de pensamiento que vincula todos los temas tratados. En los ocho primeros capítulos da una rápida ojeada a las teorías y métodos científicos, desde Galileo a la física moderna de la relatividad y de los quanta.
Más que los progresos técnicos, el autor quiere captar el significado cultural y espiritual de la triunfal marcha de la ciencia, sus causas más ocultas y sus principales consecuencias en todos los sectores de la vida. Sigue un capítulo en que se tratan ampliamente las relaciones entre ciencia y filosofía. Se llega en él a la conclusión de que la «filosofía moderna está matizada de subjetivismo, en contra de la actitud objetiva de los clásicos. El acento está puesto siempre sobre el sujeto de la experiencia». La ciencia, en cambio, esencialmente objetiva, trata de absorber todo subjetivismo. De aquí la lucha abierta entre las dos disciplinas, que solamente se puede superar, de un lado, con una filosofía más adecuada al espíritu moderno; del otro, dando una mayor importancia a las experiencias psicológicas, éticas y estéticas sobre la concepción meramente fisicomecánica del mundo. En este sentido el matemático Descartes representa una visión parcial de la realidad, el psicólogo James, en cambio, una visión más completa. Siguen dos capítulos dedicados a la más alta metafísica. En el primero: «Abstracciones», Whitehead desarrolla una concepción platónica de dos mundos: el mundo ideal de los «objetos eternos» y el mundo actual de los fenómenos individuales de nuestra experiencia. El primero es un mundo de posibilidades; el segundo, de «ocasiones actuales particulares, que realizan íntegramente en el espacio y en el tiempo aquellas eternas posibilidades, y representan unas jerarquías acabadas de elementos que pertenecen a la infinita jerarquía orgánica de lo real».
El otro capítulo, «Dios», desarrolla la más extraña teología. Se concibe a Dios como la entidad que, entre las infinitas actuaciones posibles de los objetos eternos, elige algunas — los fenómenos efectivamente actuados — pero sin obedecer en su elección a ningún criterio racional. Dios, por tanto, es la «extrema limitación, y su existencia la extrema irracionalidad… Dios no es concreto, aunque es el fundamento de la actualidad concreta, y puesto que preside el juego universal del mundo, es el origen tanto de todo el mal como de todo el bien que en él se encuentran». Sigue un interesante estudio sobre los contrastes entre religión y ciencia, que, según Whitehead, no tendrían razón de ser con una ciencia inspirada en la filosofía. Y el libro finaliza con una alusión a los «Requisitos para el progreso social», en que, después de un corto examen de las principales reacciones de la ciencia sobre nuestra sociedad civilizada, se combate la especialización técnica y se concluye exaltando «la potencia de la razón y su decisiva influencia sobre la vida de la humanidad».
A. Dell’Oro