[La beauté sur la terre]. Novela del escritor suizo (cantón de Vaux) Charles-Ferdinand Ramuz (1878-1947), publicada en 1928. Ninguna otra novela de este autor nos brinda un simbolismo tan acusado como La belleza sobre la tierra. Como es sabido, en la mayoría de sus libros, Ramuz se complace en narrar algún dramático episodio de la vida rural, línea que aquí reaparece invariable. En alguna perdida aldea, cada cual marcha mansamente por su camino hasta que una circunstancia imprevista viene súbitamente a romper la calma desatando la ruina, el dolor y la perdición. En esta obra, Ramuz ha querido mostrarnos un caso de psicología colectiva creado por la presencia de un ser digno de atraerse todas las miradas. Preciso es convenir, si consideramos el personaje aisladamente, que se cubre con las más brillantes galas de la poesía. La heroína, Julieta, una muchacha de dieciocho años, nacida en Santiago de Cuba, al encontrarse sola a la muerte de su padre, decide aceptar sin entusiasmo la hospitalidad que le brinda su tío en una aldea de la Suiza francesa. ¿Qué augura su extrañamiento? Nada bueno. Sobre todo si pensamos que Julieta es bella, tan extraordinariamente hermosa que, a los ojos de Ramuz, encarna nada menos que la Belleza sobre la tierra. Añadamos que el tío en cuestión es dueño de un mesón muy frecuentado.
Tan pronto como Julieta se instala en casa de su pariente, todo el mundo se apresura a formar en el inevitable corro admirativo, al principio de una forma respetuosa, para, poco a poco, ceder este fervor dando paso a sentimientos menos platónicos y, finalmente, desencadenar el fuego de las codicias carnales. De este modo, sin la menor incitación de su parte, Julieta se ve deseada por toda clase de gentes que su corazón no ha llamado, porque la muchacha es honesta y, por otra parte, poco sensual. El cortejo de varones, cuyo número aumenta incesantemente, provoca en la heroína asombro inicial, después desolación y, por último, terror. Tanto es su terror que prefiere librarse de todos aquellos homenajes huyendo, y se fuga alejándose incluso del enamorado más digno de todos. Proponiéndoselo o no, Ramuz revela a nuestro espíritu un auténtico problema de sociología, haciéndonos ver cómo cristaliza un estado anímico colectivo. Y, no obstante, la historia sólo consigue. rozarnos, sin llegar a calar hondo en nuestro ánimo. ¿Por qué? Sin duda porque, siendo propicia al simbolismo, se tiene la impresión que todos los resortes se han puesto en juego para llevar aquél a un grado exhaustivo, lo que contribuye en gran medida a minar la verosimilitud de la narración.
Como todo el mundo sabe, Ramuz no se distingue por su habilidad en el análisis de los sentimientos; elude toda psicología y aspira a mantener el interés del lector con la sola arma de la poesía. Ramuz es un artista visual, mejor dicho, un visionario apto, como nadie, para su visión más rica, esta visión mística, por captar lo eterno en lo cotidiano, pero ésta ley fatal se resiente de la carencia de un conocimiento terrenal preciso, concreto. Aquí, Ramuz ha querido demostrarnos que la Belleza no está hecha para los hombres, que los hombres somos incapaces de mirarla cara a cara. No otra es la razón de que el relato acabe con la fuga de Julieta. Pero, después de alabar la belleza de su simbolismo, el lector le hubiera agradecido que el juego gravitase un poco menos sobre la ficción; en otras palabras, que la autenticidad de los personajes y de los acontecimientos no se sujetasen tan rígidamente a una fórmula preconcebida. Dicho esto, huelga aclarar que la novela hace honor a su autor.