Poema heroico en 37 cantos en octavas reales del escritor español Alonso de Ercilla y Zúñiga (1533- %1594), publicado en tres partes en Madrid en 1569, 1578 y 1589. La primera parte fue escrita en América durante la guerra de Chile, en cuya conquista tomó parte Ercilla.
El poema empieza con una amplia descripción geográfica del país y de las costumbres de los araucanos. Éstos se disponen a resistir a la amenaza de los españoles, pero están muy divididos para elegir un jefe supremo. Por consejo del cacique Colocolo deciden dar el mando a quien lleve más lejos un grueso tronco sobre sus espaldas y la prueba es ganada por Caupolicán. Éste ocupa Tucapel para evitar que la ciudad caiga en manos del capitán español Valdivia quien, derrotado por el cacique Lautaro, es perseguido hasta Santiago dejando en manos de los araucanos la ciudad de la Concepción, que es saqueada e incendiada. Mientras los araucanos celebran con grandes fiestas su victoria, Francisco de Villagrán, con nuevas tropas enviadas entre tanto por el marqués de Cañete, ataca al cacique Lautaro cercado en un fuerte y extermina a todos los araucanos, comprendido Lautaro, que se niega a rendirse. Los indios se reúnen en asamblea y surgen diferencias y desafíos entre los caciques. Los araucanos asaltan el fortín español de Penco y las naves, pero son rechazados y el cacique Tucapel, herido, huye. Los españoles, habiendo recibido refuerzos, entran en el estado de Arauco y, pese al heroísmo de los caciques Tucapel, Rengo y Galvarino, a quien los españoles cortan las manos, consiguen vencer en la batalla. La discordia vuelve a surgir entre los araucanos, y Tucapel y Rengo se desafían a singular combate, hiriéndose ambos; pero Caupolicán consigue apaciguarles y les lanza imprudentemente al asalto de los españoles, que destrozan al enemigo y hacen prisionero a Caupolicán que, antes de sufrir el suplicio, se hace cristiano.
Todos los obstáculos están removidos ante los conquistadores que se dirigen hacia la nueva tierra sometida al imperio de Felipe II. El poema que quedó incompleto, trata de combinar, siguiendo las huellas de Ariosto y de Tasso, los elementos históricos y los fantásticos, pero la fusión no está del todo conseguida y los numerosos episodios novelescos (las historias amorosas del héroe araucano Lautaro con Guacolda, de Caupolicán y de Fresia, las peripecias de la india Glaura, etc.) y las ficciones y los recuerdos clásicos (el sueño del poeta en la batalla de San Quintín, la visión de la batalla de Lepanto en la gruta del mago Fitón, la historia de Dido tomada del relato virgilíano, la aparición de la Virgen, etc.) contrastan con el clima de crónica de la narración. El propósito de Ercilla de ser historiador además de poeta, que él nos manifiesta muy claramente, da al poema un carácter más descriptivo que fantástico. Por el contrario tienen mucho relieve cosas y aspectos de la realidad ambiental, por lo que Ercilla puede considerarse la primera voz poética del alma americana. Frente a los héroes españoles Valdivia, Villagrán, Reinoso, el general García Hurtado de Mendoza, el soldado Andrés y el mismo poeta, están los indómitos héroes araucanos, adoptando actitudes nobilísimas, y captados en su psicología de defensores de su tierra. La versificación es bastante descuidada y prosaica pese a la hinchazón clasicista, pero tiene siempre una fuerza narrativa y un vigor descriptivo que hacen de la Araucana el mejor ejemplo del poema histórico español.
C. Capasso
* Siguiendo las huellas de Ercilla, la conquista de Chile inspiró también un largo poema narrativo a Pedro de Oña, nacido en territorio araucano (1570-1643?): Primera parte de Arauco domado (Lima, 1596) que se proponía celebrar la figura del jovencísimo general don García Hurtado de Mendoza, al que Ercilla dejó en sombra en su poema.
C. Capasso
* Con la misma intención de justicia histórica, más que de necesidad poética, Diego de Santisteban Osorio (n. 1577) publicó la Cuarta y quinta parte de la Araucana (Salamanca, 1596), recogiendo los sucesos históricos donde los había dejado Ercilla. Pero tanto a esta continuación como a la de Hernando Álvarez de Toledo (Pitrén indómito), les falta el menor aliento poético y el carácter épico de la gesta está diluido en la crónica versificada.
C. Capasso
* Lope de Vega (1562-1635) rindió tributo de su admiración ilimitada a don García Hurtado de Mendoza en su Arauco domado. Muerto el capitán Valdivia por los nativos, Villagrán y Aguirre, dos veteranos que con él habían luchado por someter a los indios araucanos a obediencia, quieren «cada cual ser gobierno» de aquella tierra, ignorando los derechos de la corona española. Don García recibe órdenes de su padre para apresar a los traidores y someter a los indígenas rebeldes a la corona. Es muy joven, pero como nuevo Alejandro, viene dispuesto a vencer: «Dos cosas en Chile espero / que su gran piedad me dé, / porque con menos no quiero / que el alma contenta esté. / La primera es ensanchar / la fe de Dios; la segunda / reducir y sujetar / de Carlos a la coyunda / esta tierra y este mar / para que Felipe tenga / en este antártico polo / vasallo que a mandar venga». A su llegada a Chile, el joven guerrero ordena una procesión con exposición del Santísimo Sacramento. Solicita por tal medio la protección divina para la campaña que va a emprender. «Las empresas de los españoles en Ultramar — dice Vossler —, no son representadas en el teatro de Lope de Vega como meras expediciones profanas de conquista, sino como una mezcla de aventuras y servicio divino, de codicia humana y osadía o confusión y celestial providencia». A su llegada, don García hace prisioneros a los españoles rebeldes y los deporta al Perú y después a España; mientras tanto queda en el fuerte de la Concepción esperando más tropas de la Península, que nunca llegan. Los rebeldes, enardecidos por su triunfo sobre Valdivia, aprestan un ejército de veinte mil indios al mando de Caupolicán.
Los españoles sólo cuentan con seiscientos hombres. Los indios atacan el fuerte, el combate es crudo y don García salva milagrosamente su vida. La vida de estos hombres en América es muy dura, constantemente expuestos al hambre y a la fatiga. La segunda batalla se libra en las márgenes del río Biobio, frontera por mucho tiempo del territorio araucano. Los indios aprisionan a Rebolledo (el centinela que se durmió en el fuerte de la Concepción, rendido de fatiga) y se disponen a comérselo, mas el aventurero se salva al hacerles creer que padece cierta enfermedad. Los indios, al oír salvas en el fuerte de la Concepción — tiradas en honor de San Andrés, cuya fiesta celebran los españoles —, lo atacan;’ y don García los vence. A Chile llegan, entonces, noticias de la abdicación de Carlos V en favor de su hijo Felipe II. Un nuevo combate se prepara en la quebrada de Purén; allí, Avendaño hace prisionero a Caupolicán. Don García, antes de matar al héroe araucano, le convierte al cristianismo; le apadrina en su bautismo, y Caupolicán exhorta a los nativos a que acepten el cristianismo y se sometan al rey español. Una vez realizada la conquista total de Chile con Arauco, Engol y Ancud, muerto ya Caupolicán, el momento es oportuno para dar gracias a Dios. Y todos se dirigen al templo. Si bien es verdad que los otros caudillos españoles reciben sus correspondientes elogios en la comedia (Avendaño, en Purén; don Felipe Alarcón y Biedna, en Andalicán), el autor ignora a Ercilla, a quien nombra de paso. Sobre todos vibra la voz y surge la figura gigante de don García Hurtado de Mendoza, que eclipsa a todos los otros guerreros.
C. Conde
* El mismo Lope de Vega vertió el tema “a lo divino” en el auto sacramental La Auraucana, cuyo modelo es, evidentemente, el poema de Ercilla. Veamos algunos ejemplos de la transformación que sufren los personajes de Ercilla al ser enriquecidos con una intención trascedente. El Caupolicán de Ercilla era: “noble mozo de alto hecho. / Varón de antigüedad, grave y severo, / ….. / Amigo de guardar todo derecho, / áspero, riguroso, justiciero, / de cuerpo grande y relevado pecho. / Hábil, diestro, fortísimo y ligero, / sabio, astuto, sagaz, determinado, / y en casos de repente reportado». Agregando, a estas características, las virtudes cristianas de abnegación y sacrificio, tendremos el tipo híbrido de Jesucristo indiano que nos da Lope. El Caupolicán de su auto habla: «…a saltos bajé y subí. / En mi misma perfección, / del cielo a la Encarnación / salté a unas puras entrañas / y entre aflicciones extrañas / a una Cruz di un salto eterno, / de ella al sepulcro, al infierno, / y del al Cielo…». Caupolicán, como Cristo, «no vive sólo de pan»; vence a los enemigos de la religión con la Cruz. Es la suya una cruz vengadora que destruye, mata y aniquila aquello que se interpone al logro de sus propósitos de convertir infieles. Colocolo es, en La Araucana de Ercilla, el anciano prudente y comedido, cuyo consejo todos solicitan y acatan; es él quien hace reflexionar a los indios para que actúen con cordura. Ofrece el mejor modelo para encarnar la figura venerable del precursor de Cristo. Lope cubre al indio con la piel del cordero; los indígenas le invocan solemnemente y le piden consejo. Pero, a pesar de sus atributos y de que, como dice de sí mismo: «Voz de la palabra soy / que era Dios en el principio, / y estaba cerca de Dios / y esta palabra que vimos / / Yo he venido / a ser solo el testimonio / del Sol que ha de redimiros; / estrella soy de su aurora.» En él se funden el Colocolo histórico americano y el paganismo indígena, con la figura evangélica del Bautista que prepara a las gentes para recibir el mensaje del Mesías. Rengo es, en Ercilla, osado, atrevido, envidioso del bienestar ajeno. Es jactancioso y, sobre todo, indómito como buen araucano. Es el dechado lopesco para tipificar al demonio. Resulta un demonio con visos de gracioso, casi inofensivo. Los caracteres ercillanos están delineados con bastante firmeza. Al acudir a ellos, Lope toma lo único aprovechable para su auto.
C. Conde