La Aceitera, Riccardo Selvático

[La bozeta de l’ogio]. Comedia en tres actos, en dialecto veneciano, de Riccardo Selvático (1849-1901), re­presentada en 1871 y no publicada has­ta 1922. Es la primera comedia de este poe­ta y comediógrafo que, después de Gallina, fue el mayor representante del teatro ve­neciano. La trama es elemental y sencilla, a la manera de Goldoni: Pasqualin Solini, novio de Tonia, hija de un barquero, tras un disgusto con la muchacha, recurre a los oficios de la lavandera Cate, entrometida y usurera, para que haga de mediadora en la pacificación. Cate atiende en seguida y, ayu­dada por Pasqualin, arregla las cosas y, para obtener algún provecho, hace improvisar a los novios y a Anzoleta, la madre de Tonia, una cena. Pero es ya tarde, el aceite de la lámpara casi está apagado: Pasqualin va a buscar otro, tras haberlo pagado, a casa de Cate. Al mismo tiempo, llega el mal genio de Bortolo, tío del joven, que dado Lo tardío de la hora, se va en busca del so­brino; lo alcanza mientras hacen los pre­parativos del magro festín y se lo lleva con tanta prisa, que al muchacho, sorprendido, se le cae la aceitera.

Al infausto presagio, siguen una serie de desgracias: Bortolo le ve a Pasqualin la llave que Cate le había dado para poder entrar en su casa a buscar el aceite, cree que es la llave de casa de Tonia, y juzga por eso deshonesta a la muchacha, rompiendo el noviazgo. Por otra parte, el barquero Bepo, marido de Cate, cree que la mujer tiene un enredo con Pas­qualin. Éste, por fin, para que Cate le ayude a arreglar sus cosas, le da su propio reloj como prenda de un pequeño empréstito que la enredadora debe hacer a Piero, herma­no de Tonia. Pero en tanto, Piero quiere vengar el honor ultrajado de su hermana, Bepo el de su mujer, y los dos se ponen de acuerdo para dar una paliza a Pasqua­lin y, arrestados como consecuencia, se les cree ladrones del reloj. Aclarados los equí­vocos, todo se arregla felizmente. La aceite­ra, muda protagonista de los hechos, los ca­racteres de Bortolo y de Cate, y el conjun­to coral, todos ellos son elementos del tea­tro goldoniano, que encontró en Selvático, como en Gallina, una íntima afinidad de sentimientos, más que una imitación. Nuevo es, por otra parte, el sentido compasivo con que se contempla este pequeño mundo, mo­tivo característico del renaciente teatro ve­neciano y que hallará un feliz desenvolvi­miento en la segunda comedia de Selvático Los pendientes de vestir (v.).

U. Déttore