[Logische Untersuchungen]. Obra de Edmund Husserl (1854-1938), publicada en dos ediciones notablemente diferentes, la primera, en dos volúmenes, de 1900 a 1901; la segunda, en dos partes y tres volúmenes, en 1913. El problema de las Investigaciones lógicas es el fundamento del plano ideal de autonomía del pensamiento matemático y, en general, lógico. La primera parte de la obra contiene una crítica a fondo de la concepción positivista, que consideraba la lógica como un conjunto de reglas empíricas sobre los procesos efectivos de razonamiento, o como la descripción de los mismos. La concepción positivista implica, según el autor, un relativismo escéptico, y, como todo escepticismo gnoseológico, anula su propio valor. A ello el autor, volviendo al núcleo sustancial de la Doctrina de la Ciencia (v.) de Bolzano, opone la idea de una lógica pura como doctrina de las relaciones absolutas intercurrentes en los contenidos pensados de las artes psicológicas de pensamiento. La segunda parte ha experimentado una notable modificación de la primera edición a la segunda, la cual ha sido enriquecida con un tercer volumen.
En la primera se trataba, según su propia definición, de investigaciones «psicologicodescriptivas», de acuerdo con el método de Fr. Brentano y, en parte, la idea de una psicología clasificadora y descriptiva de Dilthey; pero de 1900 a 1912 aproximadamente, Husserl profundiza su metodología y comprende que implica un antipsicologismo no sólo en el terreno lógico puro, sino también en el gnoseológico; por esto las investigaciones del segundo volumen son declaradas en la segunda edición investigaciones «fenomeno- lógicas» y adaptadas a la nueva concepción. Brevemente, al no poder estudiar aquí los finos análisis del autor, podemos decir que la segunda parte de la obra, en la segunda edición, se propone aclarar con análisis fenomenológicos las categorías fundamentales y los puntos de vista de la lógica pura, desarrollando analíticamente su problemática más propiamente filosófica. Estas investigaciones aspiran ante todo a fundar una nueva teoría de la idealidad del concepto, sustrayéndolo por una parte a toda metafísica de fondo realista, y por otra, a todo mero nominalismo que haría incomprensible la relación entre pensamiento lógico y experiencia. Los actos del pensamiento están caracterizados por la intencionalidad, es decir, por un modo particular de dirigirse hacia un objeto. Algunos de ellos se «llenan» de su objeto, llegan a poseerlo completamente y no van a otra cosa; otros, en cambio, lo «significan», representan la unidad ideal y, por decirlo así, el fin interior de una serie de actos intencionales.
Estas significaciones, en que consisten propiamente, según Husserl, las ideas y conceptos, son puramente simbólicas, y, con todo, no son meros signos, simples medios convencionales de comunicación y de representación, sino que remiten a actos que después incluso pueden revelarse como imposibles de comprobación, es decir, de experiencia directa. Para reforzar esta concepción, Husserl desarrolla una nueva teoría de lo universal, por la cual éste no es ni una realidad que existe independiente de la experiencia en que se realiza, ni una mera abstracción de experiencias semejantes entre sí. Es, por el contrario, una unidad ideal de los actos de experiencia y se capta con un acto directo de intención que en sus obras posteriores se precisará como «intuición de las esencias». Por otra parte, tampoco lo universal es abstracto; abstracta es la parte cuando se la desprende del todo, mientras que el universal es un entero y no una parte. El último volumen de la segunda parte, añadido en la segunda edición, intenta fatigosamente construir una teoría del conocimiento sobre la base de aquellos conceptos que tendrán un mayor desarrollo y justificación teorética en sus otras obras, desde las Ideas de una pura fenomenología (v.) a las Meditaciones cartesianas (v. ); la intencionalidad, es decir, la característica del acto de conciencia de dirigirse hacia un objeto, hace que la verdad sea considerada, en su idea, como «adecuación», como evidencia; presencia completa y total del objeto intencional en el acto de conciencia en que se sitúa.
De ahí la concepción de la verdad como intuición, y la capacidad de la fenomenología de distinguir varias especies de intuición según la variedad de las formas de intencionalidad. Entre éstas está «la intuición categórica», cuyas correlaciones objetivas no son momentos «reales», sino puras «formas», aunque no nombres: intuiciones de puras relaciones que ligan entre sí los datos empíricos con los «estados de cosas» percibidos en la intuición sensible y que fundan la posibilidad de interpretación racional de la experiencia mediante los actos significantes. Esta intuición categórica es también una intuición de las leyes «a priori» del pensamiento: de donde nace la posibilidad de una lógica pura en los marcos de un intuitivismo racionalista como es el desarrollado por el autor a partir de 1913. Esta obra — cuyo mayor mérito consiste en la crítica radical del psicologismo, de sus postulados y resultados — es con razón considerada como fundamental en la literatura fenomenológica; es indispensable para quien quiera ver en acto el método husserliano, y seguir de cerca el admirable esfuerzo por él realizado a fin de liberar la filosofía de la metafísica que oscurece sus problemas, de las sistematizaciones forzadas, de su dependencia de otros campos del saber, en los que el propio objeto es desfigurado, para instaurarla como ciencia rigurosa.
Con todo, esta obra está muy lejos de poder figurar entre las más perfectas de su autor; al contrario, para la interpretación general del pensamiento de Husserl figura entre las menos fieles y ha sido en gran parte superada por las obras sucesivas de su mismo autor. Además, en esta obra, más que en otra alguna de Husserl, se revelan los límites y las deficiencias del pensamiento fenomenológico: la noción de conciencia críticamente no resuelta, la concepción de la verdad como «adaequatio», el mito de los datos inmediatos están aquí más que nunca presentes y operantes de manera ingenua todavía y en contraste con los puntos de vista prematuros del propio autor, y de la filosofía contemporánea.
G. Puccini