Obra política de Diego de Saavedra Fajardo (1584-1648), publicada en 1640 en Münster (se cree que por primera vez) y en otras partes y reeditada, con adiciones, en 1642, en Milán; es también conocida con el título abreviado de Empresas políticas, íntimamente relacionada con una vasta literatura de tipo renacentista sobre la naturaleza del mejor gobierno y sus maneras, tiene por precedentes el Príncipe (v.) de Maquiavelo, la República (v.) de Bodin y la Razón de Estado (v.) de Botero, y en cuanto a su simbolismo, los Emblemata de Alciato, la obra examina éticamente la conducta del príncipe en cada contingencia de la vida. Después de treinta y cuatro años de vida política el autor, que tiene experiencia de las Cortes de Europa y ha participado en importantes actos de gobierno, tanto en España como fuera de ella, desgrana algunas reflexiones en forma de «empresas». Apoyándose en la Biblia, donde, como él mismo dice, se encuentran multitud de representaciones imaginarias, como la serpiente de metal, el cordero de oro, el león de Sansón y otros símbolos, que sirvieron para dar fe a la mente humana de las más altas verdades, representa en cien «empresas», cada una adornada por un dibujo y un lema en latín en la versión definitiva, todas las modalidades con que un príncipe cristiano puede llevar a cabo dignamente su obra.
A diferencia de las obras anteriores, más que examinar con tono polémico la formación del príncipe y sus atribuciones en el gobierno de su pueblo, Saavedra Fajardo afirma la necesidad de que un príncipe sea verdaderamente cristiano. Éste no debe abandonarse a la razón de Estado, execrable teoría, ni a una política meramente arbitraria, o a guerras originadas por lo común por la ambición de dominio. Por otra parte, un verdadero regidor del pueblo debe estimular el cultivo de las letras y las artes y manifestar plenamente con su bondad aquel íntimo sentimiento religioso que es prerrogativa del origen divino de su poder, sancionada por la devoción de sus súbditos. Con mayor razón no deberá favorecer las creencias necias y supersticiosas, ni creer ciegamente en programas políticos abstractos y solamente basados en principios filosóficos; los unos y las otras resultarían perjudiciales para una sensata administración de gobierno. Deberá, además, desterrar las intrigas de Corte, e incluso los engaños inherentes a la diplomacia, por cuanto a través de éstos se olvida el bien de los súbditos y se hace descender la política a mera relación de intereses y a juego de hábiles embajadores. En resumen, mediante ejemplos simbolizados en las «empresas» y en los diferentes lemas, son examinados los actos de gobierno de un príncipe desde un punto de vista didáctico que, si bien favorece la exposición de los distintos problemas políticos, da empero al tratado un tono desigual y didáctico. Por lo demás, resaltan varias contradicciones a causa de la concepción moralista que tiene su origen en la literatura política española y en las teorías filosóficas del Renacimiento.
El autor, que no cita más que a Mariana y a Alfonso el Sabio y, de los antiguos, la Biblia, Aristóteles, Tácito y Séneca, quiere especialmente afirmar su antimaquiavelismo, condenando los razonamientos utilitarios del Príncipe que se encuentran incluso en tratadistas católicos (recuérdese a Botero), puesto que recogieron muchas ideas sobre la necesidad de concebir la política, si no como ciencia por sí misma, al menos como una ciencia portadora de una eficacia específicamente suya, justificada por una moral superior. La obra, pronto traducida a varios idiomas, es un notable documento de la contrarreforma católica, además de serlo del gusto del siglo XVII, por la manera con que un tratado político es presentado en forma de dibujos y «conceptos»; es ejemplar la nitidez de algunas partes, por su observación de la realidad cotidiana y su buen sentido y moderación al juzgar vicios y virtudes incluso en un príncipe. Muy apreciada, en sentido contra reformista, es la dignidad humana de los súbditos frente al concepto de un «príncipe» maquiavélico dominador y fuerte. Es asimismo notable por el programa político de la «empresa» IV, con un cañón cuya boca está obstruida por una mano que viene del cielo y con el lema «Non solum armis» en la edición definitiva (en la de Munich de 1640 hay, en cambio, dos libros sobre los cuales se ve una corona ornada con dos plumas para escribir y la inscripción italiana «Hor il scetro et hor il pletro»). Esto significa la armonía de las armas y de las letras, ya afirmada por otros tratadistas, pero aquí buscada con nuevo conocimiento de los fines morales de la política: ésta debe aspirar al bienestar común y no solamente al logro de la gloria o al menos del poder terrenal.
C. Cordié