Historia y Demostraciones sobre las Manchas Solares y sus Accidentes, Galileo Galilei

[Istoria e dimostrazioni intorno alie macchie solari e loro accidenti]. Obra dedicada a Filippo Salviati y publicada a cargo de los Lincei en 1613, que com­prende tres cartas de Galileo Galilei (1564- 1642) a Marco Welser, relativas a sus obser­vaciones sobre las manchas solares. Tales observaciones datan del otoño de 1610. En abril del año siguiente, Galileo, en Roma, enseñaba con el telescopio las manchas al cardenal Bandini y a sus huéspedes. En enero de 1612 fueron publicadas en Augsburgo tres cartas dirigidas a Welser por el jesuita Cristóbal Scheiner, profesor en Ingolstadt, con el nombre de Apelles, en las que éste, declarándose descubridor de las manchas solares, daba cuenta de sus obser­vaciones y proponía explicarlas con la hipó­tesis de enjambres de estrellas que rodaban alrededor del Sol, oscureciendo de vez en cuando su disco luminoso. Entretanto, Ga­lileo había seguido adelante con sus obser­vaciones, por medio de un dispositivo espe­cial del telescopio, y en una carta a Cesi, de mayo de 1612, anunciando su contestación a Scheiner, afirmaba que las manchas «son contiguas a la superficie solar, donde se generan y se disuelven continuamente… y son llevadas rodando por el mismo sol, que en el curso de un mes lunar da una vuelta completa sobre sí mismo, con una revolución parecida a la de los planetas, es decir, desde Occidente hacia Oriente, en torno a los polos de la eclíptica; la cual novedad dudo de que quiera ser el entierro o más bien el último y extremo juicio de la pseudofilosofía».

La primera carta de Galileo a Welser, datada en el mismo mayo, se inicia con una llamada al valor de la experiencia contra la hipótesis metafísica aristotélica de la perfección de los cielos, y continúa confutando paso a paso el escrito de Apelles y su teoría de los enjambres de estrellas. Pero, a mediados de agosto, debido a una mayor precisión en sus observaciones, Galileo está en condiciones de determinar, en una segunda carta a Welser, cómo se for­man, se modifican y se disuelven las manchas solares, totalmente semejantes a masas atmosféricas de vapores. El único movi­miento que en ellas parece uniforme y cons­tante hay que atribuirlo al mismo cuerpo del sol; constante es también la zona de la esfera solar en la que aparecen las manchas.

Las dos cartas ya estaban listas para ser publicadas cuando se imprimió un nuevo trabajo de Scheiner: Disquisición más atenta del misterioso Apelles alrededor de las man­chas solares y de las estrellas que giran en torno a Júpiter [Apellis latentis post tabulam de maculis solaribus et stellis circa Jovem errantibus accuratior Disquisitio]. En las tres cartas que lo forman, el autor, confirmaba su hipótesis con nuevas observa­ciones. Esto dio ocasión para una tercera carta de Galileo, en la que, continuando la confutación de dicha hipótesis, añadía el descubrimiento de puntos luminosos o focos brillantes junto a las manchas y moviéndose con ellas, como prueba de su adherencia a la superficie solar. La importancia de estas cartas de Galileo es muy grande en la his­toria de la ciencia: no solamente se inicia con ellas el estudio sistemático de la consti­tución del cuerpo solar, sino que se intro­duce también un elemento de primer orden en defensa del sistema de Copérnico.

El principio de la incorruptibilidad de los cielos se ve comprometido desde sus cimientos, ya que el sol parece tener unas variaciones to­talmente parecidas a las del mundo elemen­tal: se descubre el movimiento de rotación solar y se plantea el problema preciso de la relación entre él y el de la revolución de los planetas, y con tanta mayor evidencia cuan­to la zona de las manchas solares en la esfera del astro del día corresponde a la de las eclípticas de los planetas en la esfera celeste. Galileo tiene plena conciencia de la importancia de sus cartas, hasta el punto de decir que quiere escribirlas en lengua vul­gar para que las puedan entender todos, incluso los profanos, que, aun sin compren­der nada de lógica y metafísica, tienen ojos para ver e inteligencia para entender. Con­firma así el carácter racional del nuevo saber científico y se convierte en campeón y educador de la nueva sabiduría humana para las nuevas clases ansiosas de cultura. Aquí empieza la campaña de Galileo en abierta defensa del sistema de Copérnico, como centro y síntesis del nuevo rumbo del saber y base para una nueva conciencia libre y activa de la humana civilización. A las cartas sobre las manchas solares se remon­tarán, en efecto, las primeras acusaciones: en ellas el copernicianismo no aparece como una hipótesis matemática, sino como una teoría física confirmada por la experiencia.

A. Banfi