Historia del Helenismo, Gustav Droysen

[Geschichte des Hellenismus]. Primera obra de Johann Gustav Droysen (1808-1884), fundador de la llamada escuela histórica prusiana. La obra, que según el propósito del autor, debía te­ner una mayor amplitud y cuyo primer volumen debía constituir solamente el pre­facio, se compuso finalmente de tres partes, aparecidas por separado: La historia de Alejandro Magno [Geschichte Alexanders des Grossen], publicada en 1833; la Historia de los sucesores de Alejandro [Geschichte der Nachfolger Alexanders], publicada en 1836, y la Historia de la constitución de los reinos helenísticos [Geschichte der Bildung des hellenistischen Staatensystem], publi­cada en 1843; cada una de estas partes, muy revisadas, fueron posteriormente reunidas y publicadas bajo el título de Historia del Helenismo, publicada en 1877-78, en Gotha.

Droysen fue el primero que utilizó el tér­mino «helenismo» para designar la nueva forma de cultura que, después de las con­quistas de Alejandro, floreció en gran parte del mundo conocido, cultura que es funda­mentalmente la cultura griega, la cual al entrar en contacto con la de otros pue­blos, absorbió ciertas características de ellas, transformándose y convirtiéndose de griega en universal. Así, Droysen fue el primero en reconocer la función histórica de este período, que no es visto como expresión de la decadencia griega, sino como la apari­ción y el florecimiento de una nueva fase histórica, esencialmente diversa, pero igual­mente gloriosa y significativa; no es el fi­nal, sino la expansión del genio helénico, la unión entre la cultura griega y la occi­dental. Partiendo de este punto de vista, el juicio de Droysen sobre Alejandro, cuya actividad determinó principalmente la fiso­nomía de esta época, no podía ser sino admirativo. Droysen ensalza al macedonio, tratando de justificar incluso los aspectos menos admirables de su carácter y de su acción, sea desde un punto de vista histórico, sea de un punto de vista humano. Ante todo, como es natural, celebra la fu­sión entre griegos y bárbaros preconizada por Alejandro, que aunque pudiera parecer como una negación de los fines por los que Macedonia había declarado la guerra a Per­sia, fue también la premisa necesaria para que surgiera la nueva civilización, al extenderse el espíritu griego por el mundo.

En las otras partes de la obra, desaparecida la figura del héroe, tan predominante que os­curecía a los demás personajes, goza de un relieve más marcado una amplísima se­rie de figuras: los Diadocos primero, y des­pués los sucesores inmediatos de Alejandro (segunda parte), y los epígonos (tercera parte). El segundo volumen comprende la historia del imperio de Alejandro, desde la muerte del héroe (323) hasta la ocupación de Macedonia por Antígono y el fin de la invasión celta (277). Es una era de luchas y agitaciones que Droysen trata de inter­pretar, considerándolas como el desarrollo de las fuerzas negativas que habían de sur­gir necesariamente de la gran obra de Ale­jandro, como la antistrofa de la época del gran rey, según definición del propio Droy­sen. Alejandro se había propuesto como fin último lograr la fusión entre Oriente y Occidente en una monarquía de tipo orien­tal. Pero la reacción opera naturalmente en sentido contrario con la descomposición del Imperio macedonio, a pesar de las tenta­tivas que para impedirla realizaron en pri­mer término Perdicas y después Polis- perconte en Occidente y Eumeno en Orien­te. Se intentan todas las soluciones, pero en vano, y se llega a la formación de los diversos reinos helenísticos. El tercer volumen comienza con un amplio resumen en el que se examina la marcha de la cultura en las dos márgenes del mar Egeo, después de lo cual se reemprende el tema original.

Mientras Macedonia y Tesalia están agita­das por luchas sin fin, por la peste y por la invasión celta, salen a la luz nuevos elementos históricos: en Grecia, la liga etólica y la liga aquea; en Occidente, Cartago, el estado mercantil, y Roma, el estado agrario. En el primer conflicto entre estos dos estados, conflicto en el que los griegos de Occidente se hallan interesados de modo esencial, éstos se ven abandonados total­mente por los estados helenísticos: Egipto, Siria y Macedonia, ocupados en luchar en­tre sí. El antagonismo entre estas tres gran­des potencias permite la formación y exis­tencia de los pequeños estados, que viven una vida de tensión y descontento, prepa­rando así el terreno para la conquista ro­mana. Con esta conquista se iniciará una nueva serie de luchas movidas por las ideas religiosas entre el monoteísmo y el poli­teísmo, que terminará con la victoria del monoteísmo, si bien se trata de un mono­teísmo que, con el Cristianismo, renuncia a su primitivo carácter nacionalista para asumir el carácter de universalidad. La his­toria de Droysen está desarrollada claramente, de acuerdo con el principio de la dialéctica hegeliana; los acontecimientos es­tán generalmente vistos a la luz de las cau­sas finales a que tienden. Droysen está do­tado de una excepcional facultad de abs­tracción y de captación de una línea esen­cial en la complejidad de los hechos, así como de visión de las causas motrices por encima de las apariencias superficiales de los acontecimientos; la consecuencia es que su obra, más que una historia de aconte­cimientos, aparece como una historia de ideas. Esta facultad de síntesis y de aclara­ción destaca, sobre todo, en la historia de los sucesores de Alejandro, período histórico complicadísimo en sí y del que, por añadidura, disponíamos de testimonios muy in­completos y desligados. Droysen ha hecho de los acontecimientos de este período un movimiento complejo, pero inteligible, que se desenvuelve de acuerdo con una línea ló­gica y bien precisa de desarrollo.

Para­lela a esta actitud suya, es característica la manera con que Droysen concibe la historia según otra tendencia: la de ver en los acontecimientos el sello de una volun­tad superior que los guía hacia un fin de­terminado. Se comprende así cómo Droysen se sintió atraído, antes que por otro tema, por el período de Alejandro Magno, en el que cabe ver tal voluntad mejor que en cualquier otro momento de la historia. En cuanto al valor de Droysen como escritor, posee un estilo rápido, tenso, en el que a veces se trasluce el esfuerzo para expresar del modo más claro ideas que por sí mis­mas resultarían bastante complicadas: un estilo casi atormentado, más de pensador que de narrador, pero que, precisamente por su densidad, presenta con frecuencia una, particular eficacia. El modo de perfilar los caracteres resulta vivísimo, tal vez su­perior al que desearíamos hoy para una obra histórica. Y si es cierto que en la actualidad puede afirmarse que las ideas y su método se hallan en parte superados, nadie puede negar la importancia que sus volúmenes — y especialmente el primero, que todavía es el más vivo — han tenido para nuestro conocimiento del mundo an­tiguo.

M. R. Posani