[Histoire des révolutions d’Italie]. Obra histórica de Giuseppe Ferrari (1812- 1876), publicada primero en francés en Paris, en 1856-58; después en Milán, revisada y aumentada, en 1870.
El autor condensa en ella sus puntos de vista sobre la historia de Italia, y razona las conclusiones anti unitarias a que llega. Comienza afirmando el carácter excepcional de la historia italiana. En ella, los acontecimientos «se suceden como innumerables episodios creados por la inagotable vitalidad de la tierra en un laberinto de escenas fantásticas, en las que la razón se extravía y las leyes del espíritu humano parecen suspenderse. Por todas partes la variada belleza, los ímpetus poéticos, los horrores atrayentes, sustituyen a los caracteres de unidad, de universalidad, de continuidad que se dan habitualmente en las historias nacionales». Bizantino, feudal, municipal, teocrático, este país es «una ingobernable fantasmagoría. En todas las comarcas se renuevan los partidos, las sectas se dividen, se multiplican los señores; cada Estado forma una pequeña nación, un mundo separado». Los propios individuos carecen de unidad, llevan dentro de sí mismos varios seres contradictorios. ¿Qué relación une a tantos hechos y a tantos hombres que parecen dispersos? ¿Cuál es la esencia de este país? Para contestar a esta pregunta es preciso estudiar la historia de Italia de un modo completamente diferente a la de los demás países de Europa : en éstos se busca el principio de unidad política, en aquélla es preciso descubrir un principio de unidad extrapolítica.
Si se busca el significado de todas las luchas italianas, se observa que todas ellas son contiendas entre güelfos y gibelinos; es decir, que no constituyen un simple conflicto de fuerzas políticas, sino de ideas. La necesidad lógica de la historia de Italia se encuentra por tanto en la inagotable lucha ideológica que, época tras época, ofrece a Europa una nueva aportación de contenido espiritual: «La Italia revolucionaria, con un ímpetu continuo de seis siglos por entero aplicado a la guerra de las ideas, desdeña las monomanías del arte político para invitarnos al espectáculo extraordinario de una nación sin confines, de un progreso sin gobierno, de una supremacía conquistada fuera de todas las teorías conocidas sobre la independencia, sobre la fuerza, sobre la grandeza de los estados; finalmente nos ofrece el espectáculo de un drama en el que los términos se fundan exclusivamente sobre principios abstractos y cuya unidad reside por completo en la inteligencia del hombre». Por tanto, esta anómala historia extrapolítica de Italia desemboca en una especie de Olimpo de una historia superpolítica: «su excepción se convierte en la regla de las reglas; su historia es superior a las demás historias».
La condición para poder sostenerse a tal altura será, por consiguiente, la de permanecer en un estado político atomizado, favorable a la manifestación absolutamente libre de sus luchas ideológicas. De este modo trata Ferrari de justificar y a la vez de idealizar su federalismo político; pero los fundamentos de esta construcción doctrinaria son visiblemente arbitrarios. Si la historia de Italia en la Edad Media y en el Renacimiento es complicada y tempestuosa, no se puede, sin embargo, admitir la afirmación de que en ella falten algunos hilos conductores semejantes a los que existen en los demás estados europeos. Igualmente gratuita es la otra tesis fundamental del libro: que la historia de Italia se compendia en un conflicto constantemente abierto y puramente arbitrario entre güelfismo y gibelinismo. Si por güelfismo y gibelinismo se entienden teocracia y gobierno estatal laico, estos principios no constituyen una exclusiva italiana, sino que, al contrario, son de naturaleza universal. A pesar de este grave error de fundamento, el libro es rico en sugestivos escorzos históricos, los cuales gustaron tanto a Alfredo Oriani, que éste se los apropió no sin desenvoltura al escribir su Lucha política en Italia (v.).
M. Vinciguerra