Historia de la Literatura Francesa

La primera sistematización de una literatura tan amplia y compleja como la de Francia, sobre todo si ha de abarcar los orígenes y los primeros siglos, sólo podía llevarse a cabo en el siglo XVIII. Después de las investigaciones eruditas de la época precedente (entre las que es fundamental la Recopilación sobre los orígenes de la lengua (v.), de Claude Fauchet), son no­tables algunas investigaciones y seleccio­nes de textos, además de los ejercicios es­tilísticos y biografías: en particular, lo re­unido por la Biblioteca general de autores de Francia [Bibliothèque générale des au­teurs de France] de Dom Lirón, publicada en 1719, algunas recopilaciones y diserta­ciones del abate Gujet (Origen e historia de la poesía francesa antes de Clément Marot [Origine et histoire de la poésie fran­çaise avant Clément Marot] en 1719, como introducción a una obra de otro literato) y de Titon du Tillet (Descripción del Par­naso francés realizado en bronce, seguido de una lista de poetas y músicos [Description du Parnasse françois executé en bronze, suivie d’une Liste des poètes et des musiciens], de 1727).

La primera obra verda­deramente orgánica es la Historia literaria de Francia [Histoire littéraire de France], a cargo de los benedictinos de St. Maur — Dom Rivet y otros —, y publicada de 1733 a 1763 en doce volúmenes. Interrum­pida, la obra fue reemprendida en 1814 por la Académie des Inscriptions et des Belles Lettres y continuada hasta nuestros días, 1734    llegando al vol. XXXVIII, fase. 1.°, de 1941. El examen de los antiguos autores y de las obras, desde los orígenes hasta el siglo XIV, está desarrollado con documentación y co­tejos luminosos y en parte definitivos. Esta obra monumental se presenta en todo y por todo como un trabajo de erudición, se­gún los dictámenes de un espíritu de aná­lisis setecentista que un siglo más tarde, en el curso de la obra, encontró nuevos auxilios en un método llamado científico por excelencia, el «histórico». Muchos en­sayos particulares sobre determinados pe­ríodos: la época de Francisco I (a cargo de Raynal, 1750), el reinado de Luis XIV (por Lambert, en 1751), el reinado de Luis XV (por D’Aquin de Chateaulyon, en 1752, refundido el año siguiente), los orí­genes (por D’Ussieux y Bastide Ainé, en 1772) o los trovadores (por Millot, en 1774), no hacen sino confirmar un interés por un aspecto determinado de las letras france­sas, sin considerarlo dentro del ámbito de una investigación histórica completamente sujeta a una metodología. En las discusio­nes guiadas por una valoración del gusto y del entusiasmo frente a los «sistemas» de la razón, el examen de la literatura na­cional se sale de los límites de una inves­tigación para ilustrar obras aisladas y con originalidad propia: también desde dicho punto de vista representa una excepción el Liceo (v.) de Jean-François La Harpe (1739-1803), en una veintena de tomos, ini­ciado en 1799 y publicado con apéndices.

Es característica de esta obra una intención didáctica que, incluso por la facilidad de la exposición, aproxima toda investigación a un tipo de retórica discursiva y exornativa, extraña a la crítica propiamente dicha; mérito suyo es en cambio la vulgarización para hacer accesibles las obras de arte a un amplio círculo de lectores. Un eco de esta obra, aunque modificado por la rica sensibilidad de una naturaleza emotiva y por nuevas observaciones, lo constituye en pleno siglo XIX el Curso familiar de litera­tura [Cours familier de littérature] de Al­phonse de Lamartine (1790-1869): la obra, publicada en 28 volúmenes entre 1856 y 1869, forma una verdadera enciclopedia li­teraria que no carece de agudas observa­ciones ni de un noble y humano sentimiento de gran poeta, por ejemplo respecto al jo­ven Mistral y su Mireya (v.). La renovación espiritual que condujo al romanticismo y a las nuevas afirmaciones del siglo XIX ha­bía de inspirar, necesariamente, toda una nueva concepción de la crítica literaria : parece que en Francia la cultura es consi­derada cada vez más como un hecho social ligado a la vida de la nación, no al esplen­dor de la Corte ni a un exiguo círculo de personajes. El interés se amplía y abarca nuevas formas artísticas populares, religio­sas y políticas; así todas las manifestaciones de un pueblo están concebidas en la his­toria de una sola vida espiritual. Bajo este aspecto la historia literaria tiene un ver­dadero desarrollo en el siglo XIX, el «siglo de la crítica».

Es importante en el desarrollo del gusto literario, precisamente por la exi­gencia de una sistematización de conjunto, el Curso de literatura francesa [Cours de littérature française] de Abel-François Villemain (1790-1870), publicado en 1828-1829 y refundido con el título de Cuadro de la literatura francesa en la Edad Media [Tableau de la littérature française au moyen âge, 1840] y Cuadro de la literatura fran­cesa en el siglo XVIII [Tableau de la litté­rature française au XVIIIe siècle, de 1838]. Ordenando sus lecciones de la Sorbona, Villemain examina, casi por sectores, dos mo­mentos fundamentales en la historia del espíritu francés, el de la Edad Media y el de la Ilustración. En el primer Cuadro, partiendo de la famosa Literatura de Eu­ropa Meridional (v.) de Sismondi, examina las obras literarias de los pueblos latinos y en particular de Francia, España, Italia y Portugal: una parte está dedicada a Ingla­terra, mientras que de alemania y los pue­blos nórdicos confiesa su escaso conocimien­to de los textos y movimientos espirituales. En su visión de conjunto no está conside­rada la Edad Media latina, pues correspon­día a Ampère en otros cursos de la Sor- bona. Pese a estas limitaciones la obra es interesante por el tono que la inspira: el de haber visto el origen del idioma y de las literaturas romances del Mediterráneo, en especial contraste con la civilización árabe, en una sociedad que avanzaba osa­damente hacia nuevas conquistas. El mun­do de los trovadores y de los «trouvères», de las crónicas y de las novelas de caba­llería está analizado con gran riqueza de motivos, aunque la simpatía del autor por aquella edad lejana no está regida por una franca posición crítica : notables son las páginas sobre la difusión de la poesía ita­liana y sobre la obra de Dante, sobre la epopeya española que floreció en torno al Cid, sobre el viejo drama francés y sobre los misterios religiosos.

Con sus amplias perspectivas históricas, centradas en torno a autores y obras, Villemain merece un puesto de honor en la historia de la filolo­gía románica de principios del XIX, junto a Sismondi y al mismo Fauriel. Interés po­lémico ofrece el segundo Cuadro, que pre­senta por vez primera en forma orgánica — según las lecciones de 1827-1829 — un ar­gumento ya tratado por Barante en 1809: queriendo reaccionar contra el entredicho en que se tenía al siglo XVIII durante la — Restauración y el naciente Romanticismo, Villemain estudia los orígenes del pensa­miento moderno desde el siglo XVII. Mien­tras en este siglo se habían dilucidado por primera vez los principios de autoridad del Estado y el respeto a las tradiciones y la fe religiosa, en el siglo de las luces se com­batió con violencia contra el pensamiento y la moral establecidos como autoridad. Se continúa la obra de Bayle, precursor de la libertad de pensamiento; de Fontenelle a D’Alembert se agita una verdadera revolución intelectual y social que los aconteci­mientos políticos completarán en forma gra­ve e incluso terrible. El siglo de Voltaire ve la influencia de Inglaterra en Francia y de Francia en Italia por el mismo cambio de opiniones: nuevas polémicas espirituales abren el camino a la Edad Moderna y Con­temporánea. En estas dos obras de Ville­main, aunque alguna vez la imaginación histórica suplante el recto examen de los documentos y de las figuras, es de loar, co­mo decía el mismo Sainte-Beuve, la tenta­tiva de trazar un panorama de conjunto. El espíritu francés está estudiado en algunos de sus momentos históricos más importan­tes con una viveza de estilo que anima los retratos de los diversos personajes y los ideales que los mueven.

Una Historia de la literatura francesa [Histoire de la litté­rature française] sumamente orgánica es la de Jean-Marie-Napoléon-Désiré Nisard (1806-1888), aparecida en varios volúmenes de 1844 a 1861. Las obras precedentes del autor (algunas de las cuales fueron pronto objeto de discusiones en los círculos ro­mánticos) mostraban una actitud, si no in­diferente hacia sus contemporáneos, al menos desconfiada : el crítico prefería los grandes escritores sencillos y francos, dig­nos representantes de la tradición francesa, mientras retrataba a Lamartine y a Hugo con los rasgos de un Lucano y un Estacio, poetas latinos «de decadencia», e indicaba los males de una literatura fácil. La lite­ratura «difícil», para Nisard, era la gran literatura y especialmente la del siglo de Luis XIV. Si el antirromanticismo inicial vicia la comprensión de la obra, lo mejor de ella está precisamente en la considera­ción de una literatura de principios sólidos y firmes, clásica por definición. Distin­guiendo la «historia literaria de una na­ción» de la «historia de su literatura» (es decir, los hechos literarios de la exigencia de una tradición que sea genio y perfección del lenguaje y de la poética), Nisard no cree que haya arte en la Edad Media, por la escasísima participación en la tradición clásica: sólo en el Renacimiento el espíritu francés adquiere conciencia de sí mismo, en un equilibrio substancial entre fantasía y sociedad, vida ideal y vida práctica. Acomodando la grandeza de los antiguos con la nobleza del cristianismo, el clasicis­mo francés adquiere una verdadera y subs­tancial armonía: el crítico desprecia el es­píritu y el arte de los primeros siglos de Francia (a excepción de Villon, comprendi­do y defendido con sinceridad) y en el Re­nacimiento aprecia el soplo innovador en la prosa de Margarita de Navarra y de Rabelais y en la poesía de Marot, pero esca­samente en la de Ronsard. Se detiene luego a explicar «su» siglo, el de Boileau, de Corneille, de Racine, de La Fontaine.

El siglo de Luis XIV es, pues, producto de una com­pleja visión del mundo: Boileau, despre­ciado por los poetas fáciles, contiene en sí lo mejor de una experiencia que ha sido esencial para la humanidad. Aunque Nisard no juzgue uno por uno a los autores y se limite a señalar abstractamente las líneas maestras de una tradición (como le reprochaba Sainte-Beuve, que tuvo que defenderlo, sin embargo, de los ataques de sus contemporáneos), la Historia formula, por primera vez y con decidida claridad, la con­cepción del «espíritu» francés como clasi­cismo y armonía. Éste será muy pronto uno de los puntales de la crítica del siglo XIX; los mismos adversarios se servirán de esta definición, que incluso en tiempos re­cientes ha sido empleada como una fórmula, apta para combatir el romanticismo y sus hipotéticos males respecto a la moral y la política. La obra de Nisard tiene el mérito de haber fijado con rigidez un esquema que se ha hecho esencial en los juicios corrien­tes sobre la literatura francesa: aunque con razón se ha advertido que, desde Boileau hasta Voltaire y La Harpe, esta exigencia había sido ya substancialmente sentida. Desarrollando con sus riquísimas dotes de crítico y de literato el camino trazado por Villemain, Charles-Augustin de Sainte- Beuve (1804-1869) podía extender su aná­lisis no sólo a una investigación erudita, sino a una profundización psicológica de los autores y de las diversas edades: cada figura y cada episodio están vistos así en su justa luz. Fuera de una verdadera historia literaria, sentida menos en su desarrollo orgánico que como abstracción y trabajo di­dáctico, el crítico desarrolla sus indagacio­nes en todos los sectores de la cultura na­cional: en el Cuadro histórico y crítico de la poesía francesa del siglo XVI (v.) de 1828, en Port-Royal (v.) de 1840 a 1859, en Chateaubriand y su grupo literario bajo el Imperio (v.) de 1861.

La importancia de Sainte-Beuve, capital en el desarrollo de la crítica francesa, se advierte sobre todo en las diversas series de los Lunes (v.) y de los Retratos literarios (v.). Se han selec­cionado las páginas más representativas de toda su obra con el fin de componer una historia literaria propiamente dicha, aunque sea con dificultades e insuficiencias. Pues la característica esencial en la finísima crí­tica de Sainte-Beuve es también la renuncia a un esquema estrictamente histórico por una aplicación cada vez más íntima a un mundo psicológico, en el que la figura de un artista se revivía según su testimonio humano y un período literario era enten­dido según la totalidad de sus afirmaciones vitales, casi independientemente de un jui­cio de conjunto. Merecedoras de recuerdo por su nueva visión de los orígenes, son las lecciones e investigaciones de Claude Fauriel, en particular la Historia de la poesía provenzal (v.) del año 1846; los ensayos polémicos de Gustave Planche (1808-1857) y de Jules Janin (1804-1874), y para los límites de la misma investigación literaria, el Curso de literatura dramática (v.) de 1843, debido a Saint-Marc Girardin (1801- 1873). Documento de una actividad que comprende las costumbres y la vida espi­ritual son los Estudios sobre el siglo XVI en Francia [Études sur le XVIe siècle en France], de 1848, debidos a Philarète ChasIes (1798-1873); los del suizo Alexandre Vinet (1797-1847) : Estudios sobre la literatu­ra francesa del siglo XIX [Études sur la lit­térature française au XIXP siècle], de 1849, y la Historia de la literatura francesa del siglo XIX [Histoire de la littérature fran­çaise au XIXe siècle], de 1851. Hippolyte Taine (1828-1893) hizo una sistematización, intencionadamente positivista, de la inves­tigación literaria, en particular con los Fi­lósofos franceses del siglo XIX (v.) y los Ensayos de crítica e historia (v.) : substi­tuye el examen de las figuras particulares y la narración de los hechos de la vida literaria, por el análisis de los elementos que concurren para formar una obra, con­cediendo especial atención a los sociales y filosóficos.

Las páginas mejores del crítico presentan, junto a las de Sainte-Beuve, una concepción propia de los puntos fundamen­tales de la cultura de un país, especialmen­te de los novelistas y memorialistas, enten­didos todos ellos como documentos de su época. En estos críticos del siglo XIX se perfila la necesidad de comprender los di­versos momentos de la tradición del «espí­ritu francés», sobre todo en la época clásica. Se revalorizan, en comparación con el ro­manticismo, los siglos primitivos; los diversos problemas relacionados con el «clasi­cismo» y luego la «querelle des anciens et des modernes» están vistos en un desarrollo más armónico, en una continuidad histórica que las investigaciones eruditas habían de consolidar con el estudio del ambiente y de los problemas sociales reflejados en las obras poéticas y en las memorias, así como en las sátiras y en los escritos religiosos y políticos. Con un moralismo polémico de fuente católica y con actitudes inspiradas en las doctrinas evolucionistas, los diversos trabajos críticos de Ferdinand Brunetière (1849-1906) refunden principios ya predi­lectos de Nisard; estos trabajos comprenden desde los ensayos en que estudia el desarro­llo de las formas literarias, de modo aná­logo a como Nisard examinaba la reforma y decadencia de la tradición clásica y del «espíritu francés», hasta la Histoire de la littérature française classique (1515-1830), publicada en París de 1905 en adelante. La posición según la cual sólo en el siglo XVII la literatura encontró su pleno florecimien­to, y el clasicismo más puro de la tradición se insertó en el racionalismo y en la clari­dad francesa, está sostenida con un fervor dialéctico que no excluye una atención de lector ni de moralista.

El siglo XVII, por la plenitud de la creación de un período histórico, encuentra en el exégeta una bue­na ilustración literaria en el tomo II, Le dix-septième siècle, publicado después de su muerte en 1912; pero en el tomo I — De Marot a Montaigne (1515-1591) — el juicio áspero y malévolo sobre la Edad Media, contra la revalorización de ésta hecha por los filólogos románicos, fue justamente censurado, lo mismo que el carácter poco me­nos que escolar del interés mostrado por los autores del XV y XVI y los problemas relativos a la cultura europea de dichos siglos, considerados como una «preparación de la época clásica». Los dos últimos tomos de la obra (Le dix-huitième siècle, de 1913, y Le dix-neuvième siècle, de 1918), mues­tran con mayor razón la «debilitación» y decadencia del espíritu clásico, desde Marivaux hasta la Enciclopedia y Beaumarchais, y los principios de una literatura que reacciona contra el siglo de las luces, el fervor y la inquietud romántica que cons­piran para alejar de su verdadero camino al arte y a la expresión, llegando hasta Leconte de Lisie y Dumas hijo. El tono uni­versitario y la nitidez de exposición de estos libros — publicados a cargo de los profeso­res Michaut, Doumic y Cherel, utilizando también apuntes de discípulos — explican su extraordinario éxito en la cultura contem­poránea, aunque la escasa sistematización de los problemas propiamente literarios no siempre consigue trazar una segura línea de desarrollo, inspirada en la «historia» de los documentos o en la importancia carac­terística de las diversas obras. Muy divulgado, por la sencillez de la síntesis crítica, es, del mismo Brunetière, el Manual históri­co de la literatura francesa [Manuel de l’histoire de la littérature française] de 1897, que encontró precisamente en la His­toire su desarrollo doctrinal y polémico.

C. Cordié

*   Fruto de investigaciones eruditas, que también se sistematizaron bajo la influencia de Sainte-Beuve y de Taine para la recons­trucción psicológica de los autores, y bajo la de Brunetière y demás para la división de los géneros literarios y de las escuelas poéticas, es la particularmente difundida Historia de la literatura francesa [Histoire de la littérature française] de Gustave Lanson (1857-1939). Publicada por primera vez en 1894, esta obra ha quedado como el «ma­nual» de literatura francesa más conocido en Francia y fuera de ella. Lanson recopiló en él, en forma sencilla y por orden rigu­roso, toda su experiencia de erudito y estu­dioso, discípulo y compañero de los mejores filólogos y «cartistas» de la segunda mitad del siglo XIX. A ello se deben la sólida base y la segura y abundante información en que apoya esta obra, la más importante de las suyas. Por otra parte, su curiosidad por los fenómenos históricos, su interés en enlazarlos con las obras literarias, su tendencia a ver en la literatura la expresión de la vida social de las diversas épocas, lo hace aparecer como heredero de la gran es­cuela historicomoralista que va de Nisard y Villemain a Quinet y a Michelet, al mis­mo Sainte-Beuve y a Taine.

De ahí que puedan considerarse como la parte más viva y duradera de su obra los capítulos que tratan más propiamente de la «historia de las ideas». La primera parte («Literatura de la Edad Media») y casi toda la segunda («De la Edad Media al Renacimiento») son poco más que minuciosas y escrupulosas puntualizaciones : en cambio es excelente la parte relativa al siglo XVI (especialmente en la literatura de tipo políticomoralista) y singularmente entonada respecto al Siglo de Oro, con abundantes páginas en las que las figuras de los clásicos de la lite­ratura francesa están tratadas con cuidada autoridad y situadas en el ambiente social y cultural de la época con mano excepcio­nalmente segura. Pero la obra adquiere su máxima eficacia y se afirma en todo su vi­gor particularmente en el período que va de fines del siglo XVII a fines del XVIII, desde la crisis del clasicismo a las nuevas formas de arte dieciochescas y a la litera­tura filosófica. En cambio, con el siglo XIX, al acentuar el defecto de la subdivisión mecánica en «géneros», se desmenuza y tiende a convertirse en recopilación. De modo que, especialmente respecto a la li­teratura moderna, de la mitad del siglo en adelante, Lanson parece revelar los defectos de una formación típicamente profesoral y escolar. Aunque sus generosos escrúpulos y su ecuanimidad le hayan llevado incluso en dicho campo a superarse en cierto modo a sí mismo, Baudelaire queda confinado a una paginita y casi pospuesto a Sully-Prudhomme, y Verlaine y Mallarmé son despachados en apresurados apuntes (para no hablar de Rimbaud, a quien dedica unas líneas en una nota); todo ello claro indicio de la insuficiencia de su obra a este res­pecto. El autor dio una digna y oportuna suma de material en el famoso Manual bi­bliográfico de la literatura francesa moder­na [Manuel bibliographique de la littéra­ture française moderne] de los siglos XVI al XIX, en edición completa en 1913 y re­novada, con añadidos, en 1921. Fue con­tinuada y ampliada de 1921 a 1935 por J. Giraud, en 1939.

M. Bonfantini

*   Escrita con la colaboración de diversos especialistas bajo la dirección de Louis Petit de Julleville (1841-1900) fue la His­toria de la lengua y de la literatura francesas desde sus orígenes hasta el 1900 [Histoire de la langue et de la littérature française des origines à 1900], efectuada entre 1896 y 1900 con una información de primera mano, visiones seguras de los di­versos movimientos literarios y, aunque con inconsecuencias en el criterio crítico, sín­tesis verdaderamente eficaz de personalida­des y de ambientes espirituales. Menos am­plia pero más orgánica resulta la Historia ilustrada de la literatura francesa [Histoire illustrée de la littérature française], a car­go de Joseph Bédier y de Paul Hazard, de 1923 a 1924. En la amplia actividad crítica que va del Romanticismo hasta nuestros días, numerosos ensayos, polémicos o eru­ditos, tratan incidentalmente la historia literaria de las diversas épocas : en general, y aparte incluso de las necesidades esco­lares, sólo raramente se advierte la ne­cesidad de una síntesis de conjunto: hay un gran número de manuales sobre los di­versos siglos, a cargo de profesores univer­sitarios, pero tales obras, a menudo inspi­radas en inmediatas finalidades didácticas, no aportan ninguna innovación en la crítica.

C. Cordiè

*  Escrita con la colaboración de diversos especialistas bajo la dirección de Louis Petit de Julleville (1841-1900) fue la Historia de la lengua y de la literatura francesas desde sus orígenes hasta el 1900 [Histoire de la langue et de la littérature française des origines à 1900], efectuada entre 1896 y 1900 con una información de primera mano, visiones seguras de los diversos movimientos literarios y. aun que con consecuencias en el criterio crítico, síntesis verdaderamente eficaz de personalidades y de ambientes espirituales. Menos amplia pero más orgánica resulta la Historia ilustrada de la literatura francesa [Histoire illustrée de la littérature française], a cargo de Joseph Bédier y de Paul Hazard, de 1923 a 1924. En la amplia actividad crítica que va del Romanticismo hasta nuestros días, numerosos ensayos, polémicos o eruditos, tratan incidentalmente la historia literaria de las diversas épocas: en general, y aparte incluso de las necesidades escolares, sólo raramente se advierte la necesidad de una síntesis de conjunto: hay un gran número de manuales sobre los diversos siglos, a cargo de profesores universitarios, pero tales obras, a menudo inspiradas en inmediatas finalidades didácticas, no aportan ninguna innovación en la crítica.

C. Cordié

*  Reviste, en cambio, particular interés por la aguda polémica que se encuentra en su base, la Historia de la literatura francesa de 1789 a nuestros días [Histoire de la littérature française de 1789 à nos jours] de Albert Thibaudet (1874-1936). Publicada en 1936, es su obra principal y la que mejor refleja el espíritu y las tendencias de la crítica francesa contemporánea. Thibaudet alcanzó pronto fama con su voluminoso ensayo sobre la Poesie de Stéphane Mallarmé (1913) en el que aparecía como profundo y sutil teórico del Simbolismo (v.), pero con un lujo de minuciosos análisis, de sugestivas divagaciones y desviaciones hacia el campo de la filosofía de la intuición, con tal complacencia en las obscuridades refinadas de un estilo extremadamente imaginativo y alusivo, que podía ser considerado como el maestro de la moderna «crítica her­mética». En la misma línea se encuentran un libro sobre Valéry y otro sobre el bergsonismo; pero al mismo tiempo se mostraba igualmente atraído por la escuela positi­vista, y como agudo psicólogo, tanto en la apreciada monografía sobre Flaubert como en el desenvuelto retrato de Stendhal, y como apasionado investigador de las ideo­logías políticosociales en vivos y penetran­tes volúmenes como Les idées de Charles Maurras (1920) y Las ideas políticas de Francia (v.).

Estos últimos puntos de vista acabaron por prevalecer en la Historia y por hacerle concebir la literatura en estre­cha relación con los ideales, los gustos, los humores espirituales y el ambiente intelec­tual y moral de cada período, con claras referencias al binomio Sainte-Beuve-Taine. Trabajando como renovador sobre los acos­tumbrados esquemas, anheló y trató de realizar un tipo de narración que agrupara a los escritores y las obras según las suce­sivas «generaciones», teniendo en cuenta, naturalmente, las inevitables interpolacio­nes, los retrocesos, los anticipos y los re­trasos. Así, la primera parte de la obra lleva el título de «La generación de 1789» (es decir, de los que tenían 20 años en 1789), y agrupa, en una serie de nutridos capí­tulos, a Napoleón (curiosamente valorado como escritor), Chateaubriand, la «Escuela protestante», Madame de Staël y el grupo de Coppet, los Ideólogos («Áticos y Cris­tianos»), los nuevos Críticos, los Políticos y los Economistas. Sigue luego la gran gene­ración romántica de 1820, la época román­tico-naturalista-parnasiana de 1850, etc. Aunque discutible, esta nueva disposición con­fiere a la obra un singular aspecto de vi­talidad y actualidad, debido también a la continua atención a las corrientes intelec­tuales y culturales, a la abundancia de com­paraciones y referencias a los tiempos mo­dernos y a un estilo extremadamente enér­gico y coloreado, voluntariamente despreocu­pado.

Ciertamente, Thibaudet demuestra a menudo ser mejor crítico de ideas y del gusto que de las formas, y revela cierto embarazo ante obras poéticas de tradicio­nal solemnidad, como las de Vigny y La­martine; mientras, toma espléndido des­quite de refinado psicólogo y de literato de alto gusto, con Victor Hugo, por ejem­plo. La parte moderna resulta algo preci­pitada: la poesía es a menudo sacrificada a las demás formas literarias más específica­mente «sociales», como el teatro y la no­vela, mientras la crítica está tratada con un perfecto conocimiento, con un ingenio agudísimo, mordaz ecuanimidad y superior sentido común. Toda la obra respira ade­más un gusto vivo, un sentido tan sensible y agudo de la «república literaria» que la coloca merecidamente en la gran tradición humanista francesa.

M. Bonfantini

*   Una actividad crítica bastante combativa anima la Historia de la literatura francesa contemporánea de 1789 a nuestros días [His­toire de la littérature française contempo­raine de 1789 à nos jours], publicada por René Lalou en 1922 y refundida en 1941. Afortunada es la reciente Histoire de la lit­térature française de René Jasinski, de 1947, que examina con mucho interés figuras y obras menores en general descuidadas. Una breve pero brillante literatura en varios volúmenes, de la Edad Media al siglo XX, es la de Verdun L. Saulnier, de 1943-1945.

C. Cordié

*   Una rápida pero segura sistematización de la amplia materia desde sus orígenes hasta la época actual, es para Italia la «voz» de la Enciclopedia Italiana (v.) respectiva­mente a cargo de Giulio Bertoni (1878-1942), Ferdinando Neri, Luigi Foscolo Benedetto (en el vol. XV, 1932, p. 997 y sig. Bene­detto desarrolló su trabajo en un «sumario histórico» que precede a una selección de Escritores de Francia, Milán-Mesina, 1940). Un perfil delicado, sinuoso, verdaderamente «en artiste» entre los fragmentos de un hermoso florilegio, es el de los Escritores franceses de Diego Valeri (Milán, 1937, y edición francesa, como Littérature française, id. 1941). Fruto de una revisión de la ma­teria y de tarde en tarde rico en visiones felices es la Historia de la literatura fran­cesa de Cario Pellegrini (Mesina-Milán, 1939, y con añadidos, Milán, 1943; 3.a ed., 1946). Recordemos el manual de R. Palmarocchi Literatura francesa contemporánea (1927).

C. Cordié