Halle y Jerusalén, Ludwig Achim von Arnim

[Halle und Jerusalem]. «Comedia estudiantil y aventurera de peregrinos», de Ludwig Achim von Arnim (1781-1831), escrita en 1811 y publicada, póstuma, en 1846. Se trata de una refun­dición de Qardenio y Celinda (v.), donde, como dice Wilhelm Grimm, «las antiguas murallas desaparecen entre los rosales». Cardenio resume en sí las mudables for­mas que adquirió en el transcurso de los siglos la leyenda de Fausto, en una especie de indistinta personalidad que representa el tipo del estudiante ambientado, más que en una época remota, en una ciudad uni­versitaria alemana del tiempo de Arnim. Dos son los idilios que se entrelazan en los tres actos de la primera parte.

En la ciudad de Halle, Lisandro está enamorado de Olim­pia, que, a su vez, está enamorada de Cardenio, jactancioso, espadachín y muje­riego, el cual, además, tiene por amante a una prostituta, Celinda. Olimpia, en un mo­mento dado, reacciona y se casa con Lisan­dro, al que juzga fiel y honesto. En casa de Nathán el Hebreo, adonde va Lisandro a pedir prestado algo de dinero para su boda, se presenta Ahasvero (v. El judío errante), que es el verdadero protagonista del drama. Ahasvero convierte a Cardenio, y lo aleja de Olimpia revelándole que es su hermana, mientras la víspera de las bo­das intentaba robársela todavía a su rival. Pero esto no basta: consigue incluso conver­tir en casto idilio el sensualísimo amor de Celinda. Espíritus, fantasmas, muertes im­provisadas concurren a la obra purificadora de Ahasvero. La segunda parte, «Jerusalén», renuncia a la forma y a la unidad propiamente dramática y se presenta como una sucesión de cuadros. En una nave que va con rumbo a Tierra Santa, volvemos a encontrar a Ahasvero, Celinda y Cardenio, que son arrojados al mar durante una tem­pestad por la tripulación, que los acusa de «embrujar el tiempo». Por otra parte, en el cuadro siguiente, Lisandro y Olimpia bau­tizan en un barco inglés a su primer hijo.

Se describe después el asedio de Acre con viva admiración hacia los ingleses, co­mo conviene a un alemán en vísperas de la guerra de liberación. Todos los habitan­tes de Halle, antiguos compañeros de fran­cachela, se encuentran después como pe­regrinos piadosos y ascetas. En el cuadro «A la vista de Jerusalén» el poema dra­mático se eleva al nivel de verdadero arte: las tropas mahometanas y cristianas entre­chocan pintorescamente en una fantasma­goría escénica de gran efecto. Lisandro, he­rido, muere a la vista de la ciudad santa. Cardenio y Celinda, después de haber vivi­do como ermitaños en el desierto para ex­piar sus culpas de amor, caen agotados el día de Pascua en medio del tumulto de la muchedumbre. Olimpia muere en el con­vento y Ahasvero reanuda su lamentable camino por el mundo. Esta figura del ju­dío errante, después del antiguo y ya popularísimo Volksbuch de 1602, aparece por primera vez en la moderna literatura ale­mana: el poemita El judío errante de Ch. F. Schubart no tuvo resonancias durables, y el fragmento de Goethe, del mismo título, no fue publicado, póstumo, hasta 1836. Ar­nim fue, pues, el primero que envolvió aquella figura en una luz romántica: su ac­titud religiosa y su misión altamente huma­na le imprimen una fisonomía particular. G. F. Ajroldi

Todo lo que él imagina lleva la señal de lo arbitrario. Trabaja casi sin plan; interca­la anécdotas y episodios, que le interesan momentáneamente, pero sin cuidar del con­junto. Juega con las cosas y toda su poesía parece de este modo obra del capricho. (Tieck)