Fragmentos, Novalis

Se suele indi­car con este título la colección de pensa­mientos, meditaciones religiosas, filosóficas y científicas, fantasías, reflexiones críticas y estudios de varia naturaleza que Novalis (Friedrich von Hardenberg, 1772-1801) es­cribió entre 1795 y octubre de 1800, en su mayor parte improvisando sin ninguna in­tención de publicar nada, con el único fin de aclarar problemas que su espíritu le planteaba o que le sugerían eventuales lec­turas, conversaciones y encuentros. Sin em­bargo, el «fragmento» fue también una de las formas de expresión literaria cultivadas y preferidas por el espíritu intuitivo y mís­tico de los románticos; y fue Friedrich Schlegel el primero en definirlo: «una pe­queña obra de arte, apartada del resto del mundo y cerrada en sí misma como un erizo». De manera análoga, Novalis llama a sus «fragmentos» «astillas de una intermi­nable conversación conmigo mismo», «son­das dentro de mí», «textos para el pensa­miento», «semillas para el pensamiento» — «fermenta cognitionis», como más tarde dirá también Baader—; y cuando Friedrich Schlegel le pidió «un ramillete» para la revista «Athenaum» (1798, v.), el autor re­currió a la masa de sus apuntes, los selec­cionó, los «trabajó», los acabó formalmente y los llamó Polen de flores [Blütenstaub].

Se publicaron en la primera entrega y fue­ron su voz más íntima: la que creó la at­mósfera de «poético arrobamiento» que fue el «aura vital» del primer romanticismo, la que indicó los nuevos caminos con pala­bras enigmáticas, llenas de sutiles encantos: «Nosotros vamos buscando en todas partes lo absoluto y encontramos tan sólo cosas»; «Las cosas más altas… son las que nos son más necesarias»; «En cada instante el hom­bre tiene la posibilidad de vivir en lo su­prasensible»; «Hacia el interior anda el misterioso camino. Dentro de nosotros o bien en ningún lugar; en otras partes está la eternidad con sus mundos, el pasado y el porvenir»; «Estamos cerca de estar des­piertos cuando soñamos con soñar»; «La vida es el principio de la muerte. La vida existe gracias a la muerte. La muerte es fin y principio al mismo tiempo, etc.». En mayo del mismo año, Novalis envió una segunda selección a Friedrich Schlegel para la re­vista «Anales de la monarquía prusiana» [«Jahrbücher der preussischen Monarchie», 1798]: lleva el título Fe y Amor [Glaube und Liebe] y reúne — alrededor de la ado­rada imagen de la hermosa «reina Luisa», símbolo de la nación — toda una «armonía de pensamientos políticos, sociales y reli­giosos» sobre la unidad del Estado, sobre el ideal del «Príncipe», sobre la realeza como «principio vital» en el Estado y «fuen­te de luz» — comparable a «lo que es el sol en el sistema de las estrellas»—, sobre el «espíritu de amor», gracias al cual el Es­tado deja de ser «un mecanismo o una fá­brica», para llegar a ser un «cuerpo místi­co», animado por una «viviente concordia de aspiraciones y de obras», en cuyo centro está «la personalidad ejemplar del sobe­rano»: «Toda idea necesita un símbolo; ¿y qué símbolo es más digno y oportuno que un hombre excelente y amable?… El rey es un hombre elevado a realizar un destino en la tierra»; «Todos los hombres tienen que llegar a ser idóneos para ocupar un trono»; «El rey es el que educa a los hom­bres con miras a esta lejana meta», etc.

Es la interpretación romántica del principio monárquico, de la que partirá Novalis al año siguiente, en el ensayo La Cristianidad o Europa [Die Christenheit oder Europa], para evocar — con místicas luces — la uni­dad política y religiosa de la Edad Media. Novalis estaba preparando un tercer grupo de «fragmentos», siempre en el mismo año 1798, para otro número de la revista «Athenaum», pero no lo llevó a cabo. Sin em­bargo, llegó a nosotros el manuscrito; por lo menos inicialmente tenía que dividirse, según los temas, en dos subgrupos: Frag­mentos logológicos [Logologische Fragmen­te] y Poeticismos [Poetizismen] y compren­de, en efecto, pensamientos del año 1797 y de todo 1798, cuando mayor fue en No­valis el fervor de la especulación filosófica y estética, al margen de «experiencias místi­cas» después de la muerte de Sophie. Fue­ron los años en que ciertas sugestiones neoplatónicas y místicas se juntaron en su espíritu a las nuevas afirmaciones del Idea­lismo absoluto, suscitando el poético, inge­nuo y grandioso sueño de un «idealismo mágico». Los «fragmentos» ofrecen, casi en forma de diario, su «estratificación» inme­diata: «Cada palabra es un mágico conjuro»; «Siempre que un Espíritu llama, un Espíritu se presenta»; «Todo lo que es personal, es místico, y por lo tanto una variación ele­mental del Universo»; «Cada uno hace, a su manera, milagros»; «La meta es… em­plear arbitrariamente los propios sentidos, llegar a ser unos perfectos instrumentos del propio Yo»; «Una vez, todo era aparición de Espíritus»; «Depende de la debilidad de nuestros órganos, si no conseguimos vernos a nosotros mismos en un mundo encantado. Los cuentos de hadas no son sino sueños de aquella patria nuestra que está por todas partes y en ningún lugar»; «El mundo ha de ser romanticizado. De esta manera puede recuperar su originario sentido»; «La poe­sía es la Realidad verdadera y absoluta. Éste es el núcleo de mi filosofía. Cuanta más poesía hay, tanta más verdad».

El año 1798 y el invierno de 1799 los pasó Novalis en Freiberg, para llevar a cabo unos estu­dios en la Academia de Minería y seña­laron para él el lento paso desde el interés especulativo — bajo la influencia de Fichte — al interés por la ciencia y la filosofía de la naturaleza — bajo la influencia del geólogo Werner, del físico Ritter, de Baader y de Schelling. Ya se pone de manifiesto en muchos de los Fragmentos logológicos su nueva posición espiritual — especialmente en los últimos —; pero su mayor documento es otra — y mucho más amplia — masa de «notas y apuntes», recogida, en parte, en algunos cuadernos sistematizados por ma­terias, y, en parte, en un único manus­crito— la llamada «Gran Miscelánea» [«Allgemeine Bouillon»] —, en la que Novalis es­cribió, como él mismo dice, «lo que le pasaba por la cabeza» entre junio de 1798 y el verano de 1799. Los temas son los más varios: sobresalen — junto a los «retornos» de filosofía y de poética — la física, la quí­mica, la mineralogía, la «cosmología», la matemática, la fisiología y la medicina: y juicios recientes de «hombres de ciencia» han puesto de relieve la sustancial seriedad de preparación que constituye el fondo cien­tífico de los Fragmentos. El mismo Novalis los consideraba como preludios a una «obra de carácter enciclopédico» que representa­ría su «Sistema del espíritu científico». Pero quien los lee, no puede sustraerse a la im­presión de sentirse transportado hacia un singular mundo de hechizo. El objeto de la observación es culto o científico, pero re­bosante de las asociaciones de ideas más imprevistas.

Cada relámpago de «analogías» es una chispa que ilumina de repente «mun­dos reales-irreales» inexplorados. Cada «fe­nómeno exterior» de la naturaleza aparece como equivalente de «procesos interiores» que se cumplen en nuestro espíritu; cada «movimiento del alma» encuentra en la naturaleza su correspondencia y su símbolo; y en el paso continuo de uno al otro de los dos mundos — no divididos por ninguna frontera — la vida entera, lo mismo en la realidad física que en la humana, se con­vierte en algo incalculable. Está actuando el «pensamiento mágico» del que ya habla­ban los anteriores «fragmentos». El pensa­miento «no arrastra a su pie el peso» de un razonamiento; sino que es siempre y por completo, una «libre embriaguez de aleta­zos». Entre las cosas más opuestas y leja­nas «hay puentes y arcos iris». «Ideas y experiencias» rebotan de una a otra ciencia — o desde el mundo de la ciencia al de la poesía o del arte — o desde el mundo de la realidad al de lo Suprasensible—; brota de ello una constante variación de perspec­tivas apenas vislumbradas, largas y lejanas, que centellean en un móvil juego de luces desconocidas y de arcanos fulgores. «Los misterios — dice, por ejemplo, un «fragmen­to»— son los condensadores de las capaci­dades adivinatorias»; y otro: «Por todas partes está en la base una gramática mís­tica»; y otro: «Cada línea es un eje del Universo». Las fórmulas de la ciencia son comparadas a una «llama entre la Nada y un Algo»; el éxtasis es definido como «in­terior fenómeno luminoso», idéntico a la «intuición intelectual».

Era la época de los grandes descubrimientos — especialmente en el campo de los fenómenos eléctricos, mag­néticos, bioquímicos, nerviosos —; la cien­cia conseguía llevar su luz hasta iluminar las fuerzas más misteriosas y obscuras, jus­tificando la impresión de que unas esferas más altas de existencia estaban a punto de abrirse para los hombres. Los «fragmentos» de Novalis, en el período de los estudios en Freiberg, por su tono de interioridad y por su mezcla de ciencia y poesía, quizá cons­tituyen la más alada y embriagada expre­sión de este romántico estado de ánimo: «Ciertos pensamientos — dice, en efecto, un «fragmento» — llegan a la línea límite don­de el mundo llega a ser mágico. ¿No son acaso, por este mismo hecho, verdaderos?» Carácter análogo tienen también los «frag­mentos» de un último grupo, escritos en Weissenfels, entre el verano de 1799 y oc­tubre de 1800, cuando le afectó un vómito de sangre, del que ya no se recobró hasta su prematura muerte. Solamente se advier­te, en medio de sus queridos «estudios y experimentos» — a los que su actividad de superintendente de minas ofrecía nuevas posibilidades—, un retorno cada vez más insistente a los «problemas de poesía y re­ligión», de los que había partido al prin­cipio. Acostumbrado a considerarse a sí mismo como «materia de experimento», No­valis sabía muy bien que su mal progre­saba inexorablemente — lo escribió incluso en su Diario: «Yo no llegaré al fin. Moriré en la flor de mis años» — y sus reflexiones sobre las «enfermedades» adquieren por ello un tono nuevo. Ya no son observaciones objetivas de un hombre de ciencia que destaca un detalle o formula una hipótesis, sino que siempre tienen el tono de «una confesión personal».

Frases como las si­guientes no pueden leerse sin emoción: «La idea de Ritter sobre el surgir y el desaparecer de la materia, ilumina también el pro­blema de la muerte… ¿Quién puede decir dónde vamos a parar en el momento en que nos marchamos de aquí?»; «Las enferme­dades han de ser un elemento importante de la humanidad, puesto que son tan nu­merosas y que el hombre ha de luchar tanto contra ellas… Acaso sea que cada hombre ha de tener sus años de martirio»; «Aún conocemos muy poco el método para sacar provecho de nuestras enfermedades… Éstas pueden ser para nosotros años de aprendizaje en el arte de vivir y en la for­mación de nuestra alma». Otro fragmento parece una síntesis de toda su vida: «Si nuestro padecer, en el cuerpo, es una lla­ma que quema, ¿por qué no ha de ser lo mismo, dentro de nosotros, la vida del es­píritu?» Claro está que dos mil quinientas «confidencias consigo mismo» — de las que solamente unas pocas fueron corregidas por el autor — no pueden estar todas a la misma altura. Ya Schelling había hablado de una cierta «frivolidad en el tratamiento de los temas»; a veces nos encontramos frente a un mero «juego de palabras», a una especie de «pirotecnia de la inteligencia» y «ca­prichos de la imaginación». Pero se trata tan sólo de «manifestaciones febriles» en un empeño que es substancialmente serio. Precisamente algunos de sus «pensamientos» que al principio suscitaron mayor «alarma», resultaron más tarde unas verdaderas «an­ticipaciones adivinatorias» — como los «frag­mentos fisicomatemáticos», en los que se vislumbra en más de un punto la «teoría de la relatividad»; o las observaciones sobre la «común tendencia a la voluptuosidad, la religión y la crueldad», en que se vislumbra el Decadentismo (v.); o la aspiración a «una poesía desprovista de relaciones racionales, sólo por asociación de imágenes, como los sueños—, una poesía solamente sonora, he­cha de palabras bellas sin conexión, y con efecto de conjunto, al igual que una música» en que ya se precisan los términos de la futura estética del Simbolismo (v.).

Se comprende, pues, que, pese a lo que puede haber de efímero en los Fragmentos, su fascinación haya ido aumentando con el correr del tiempo; ellos constituyen, en efecto, el «paisaje interior» de un alma que fue una de las más delicadas y más ricas en misterio en la historia de la espirituali­dad moderna: el Romanticismo (v.) que nace se vierte en ella con la viveza y la pureza de una inagotable y límpida fuen­te. Y no está desprovisto de significado el hecho de que el primero en recoger una nueva «cosecha de pensamientos» de los papeles manuscritos, fuera precisamente el gran «mistagogo» del Romanticismo, Friedrich Schlegel, que a la noticia de un nuevo empeoramiento en la salud de Novalis había corrido a Weissenfels y no se había alejado de la cabecera de su amigo hasta que éste murió: la selección de los últimos «pensa­mientos» fue publicada’ al año siguiente en la primera edición de los Escritos, bajo su dirección y la de L. Tieck (cfr. Novalis, Schriften, vol. II, 1802). En 1846, Ed. von Bulow se encargó de una selección suple­toria, para la quinta edición, en el vol. III. Más tarde fueron necesarios el ensayo de Maeterlinck (1896) y el de Richarda Huch (v. Romanticismo, I, 1898) para que se des­pertara nuevamente la atención hacia los Fragmentos. E. Heilborn pudo entonces sa­car de los manuscritos una notable cantidad para su nueva edición de las Obras (No­valis, Werke, 1901). En 1907, J. Minor, en su edición crítica de las Obras, arregló dos volúmenes con un útil índice final. Y ya por fin, P. Kluckhohn, valiéndose también de anteriores indagaciones de E. Havenstein, pudo establecer un convincente orden cronológico en la confusión de los manus­critos (cfr. Novalis, Obras, vols. II, III, 1929); su edición es por ahora la de más útil consulta. En cambio, F. Kamnitzer or­denó su edición por materias (Novalis, Fragmente, 1929). [Trad. parcial de una selección de Fragmentos por A. Peris Villa- campa en el volumen de obras de Novalis (Valencia, 1944)].

G. Gabetti