Ensayo crítico de Eugenio Donadoni (1870-1924), publicado en 1916. Es uno de los mejores libros del atrevido y poco afortunado escritor lombardo, y ha señalado las directrices para toda la crítica posterior acerca de Foscolo. El escritor afirma en el prefacio haberse propuesto «estudiar objetivamente el mundo interior de Hugo Foscolo, y, a la luz de aquel mundo interior, valorar su producción artística» descubriendo sus orientaciones en el vasto repertorio de ideas que hace de Foscolo «uno de los más desordenados pensadores de su tiempo», y no olvidando que él «era un filósofo o demasiado pequeño o demasiado grande para someterse a un sistema rígido».
Foscolo, conocido con harta frecuencia como un «tenebroso» de alcoba y como hombre de armas y de letras al mismo tiempo, es estudiado sobre todo como conciencia pensante y como poeta. Aquí se le considera más que nada como poeta, como un ideólogo que había alternado las lecturas de Locke, Cabanis, Destutt de Tracy con las de Vico y las de los grandes clásicos humanistas; de este modo se fijan los antecedentes ideales de los Sepulcros (v.), situados en una zona intermedia entre el sensualismo de los «ideólogos» franceses y el sentido arcano de la piedad y de la religión dirigidas a un supremo «Infinito», procedente de Vico. Foscolo tuvo en su tiempo una mentalidad tendida hacia dos edades, como Stendhal, que tantos puntos de contacto tiene con él. Y Donadoni llega a la conclusión de que «Foscolo fue poeta — por lo menos el Foscolo sincero y auténtico — de espíritu y maneras esencialmente románticos, del mismo modo que Manzoni fue poeta de espíritu y manera esencialmente clásicos».
Esta obra es además justamente alabada por el vasto material erudito y por la historia ideal de una época, estudiada sobre el fondo del protagonista. Si hacia otros escritores, como Tasso y, sobre todo, Fogazzaro, Donadoni demostró menos comprensión y tal vez incompatibilidad temperamentales, con Foscolo se siente plenamente identificado. Su método crítico, que puede definirse como un feliz compromiso entre el de la introspección psicológica (Sainte Beuve) y el de la escuela estética (De Sanctis), da óptimos frutos en esta obra, que es al mismo tiempo un espléndido retrato moral y un ensayo de valoración estética.
L. Giusso