Fliegende Blätter, Kaspar Braun

[Hojas volantes]. Revista semanal ilustrada, humoristicopoética, fundada en 1844 por el grabador xilógrafo Kaspar Braun (1807-1877) y por el literato, librero y editor Friedrich Schnei­der (1815-1864); dejó de publicarse en 1928. Inspirada inicialmente en el ejemplo de una análoga hoja humorística inglesa — el Punch (v.) —, alcanzó en seguida una per­sonalidad peculiar, y, en sus tiempos me­jores, entre la fecha de la fundación y los primeros años del nuevo Imperio, fue la expresión de todo un mundo cultural bur­gués e idílico, más tarde desaparecido. Se respira en ella, como en una isla lejos del mundo, la atmósfera del Munich de los dos Luises y de Maximiliano II, cuando pintores y poetas llegaban de todas partes de Ale­mania a la «ciudad de los artistas», a ori­llas del Isar, como a una fiesta perenne. Sin embargo, las fuerzas constructivas de un más amplio y peligroso empeño seguían fermentando; pero actuaban en otras par­tes, lejos de la verde alfombra de hierba que se extiende a los pies de los blancos Propileos y de los románticos paisajes ita­lianos pintados al fresco bajo las arcadas estilo Renacimiento del Jardín de la Resi­dencia: «olían a Prusia» y hacían fruncir las cejas y arrugar la frente.

¡Que piense el Canciller del Rey, si quiere, en salvar con sus proyectos de «sistema trialístico» la Baviera «de un demasiado fraternal abrazo del Norte»: más vale ocuparse de cosas bonitas! Y entre los convenios de la «Mesa Redonda» en el palacio de Maxi­miliano y las veladas musicales en la her­mosa casa del «bellísimo» Heyse, entre una discusión de arte o de tradiciones locales en «Alt-England» y una discusión de lite­ratura en el «Cocodrilo», ¡qué vida más dulce! Poesía, pintura, música, historia y fantasía, filosofía y fábulas, «sombras chi­nescas» y «Schnadahüpfl» — «teatro de ma­rionetas» e investigaciones de archivo —, todo cuajaba espontáneamente y encontraba su sitio en el ritmo fácil y variado de la ar­moniosa existencia. La nueva revista fue el resultado del contacto de este alegre idilio de arte y de cultura con la realidad inme­diata de la vida del pueblo, que reflejó en su interior con una sátira desprovista de odio, con una ironía benévola sin aspereza, con una sonriente caricatura falta de mal­dad, mientras que, por otro lado, volvien­do a tomar al mismo tiempo una vena de barroco, siempre presente en el arte local, la engalanó con poéticas visiones, fábulas, baladas y cantos. Y fue precisamente en las páginas de las Fliegende Blätter donde, a través de la pluma de L. Eichrodt, se coloreó y vivificó con sus canciones el «maestro de escuela Gottlob Biedermeier», del que debía derivar más tarde el nombre de un período entero — tan modesto en la entonación como valioso en los resultados alcanzados — del arte y de la cultura en alemania. Fue en las páginas de las Flie­gende Blätter donde el vienés conde Pocci eternizó su Üemorroidario de Estado (v.).

Fue en las páginas de las Fliegende Blät­ter donde — en las palabras y en los di­bujos humorísticos de Wilhelm Busch — lle­varon a cabo sus pillerías, por primera vez, Máximo y Mauricio (v.), antes de ser lleva­dos al molino y transformados en miserable alimento de patos. Spitzweg le dio sus de­licadas y poéticas agudezas de «Malerpoet», que «tenía un genio especial para las vi­ñetas y hacía brillar la sonrisa dentro de una lágrima, y brotar la lágrima dentro de una sonrisa». Schwind narró en ella, en di­bujos y colores, con una fantasía cada vez nueva, sus románticos cuentos de hadas. Y, de número en número, toda una multi­tud de personajes comicopoéticos saliendo a luz, poco a poco: ¡por cuántos años el feroz Wühlhuber, el llorón Heulmeyer, el progresista Master Vorwärts fueron popu­lares dentro y fuera de los límites de Ale­mania! Tal vez en ninguna otra publica­ción el largo, amplio y laborioso proceso con que la burguesía alemana se asimiló las conquistas de la cultura nacional desde el clasicismo al romanticismo, ha encontra­do una expresión de arte tan inmediata y tan de «justo tono». Es un arte en tono menor; pero precisamente en este arte en tono menor y de «estilo doméstico» Ale­mania ha tenido siempre una de sus más originales tradiciones de arte y de poesía.

G. Gabetti