Las fábulas esópicas [Le favole esopiane] del conde Giovan Battista Roberti (1719-1786) vieron la luz en volumen en 1774 y obtuvieron un magnífico éxito. Fueron reimpresas en 1781, en Como, con un corto prefacio del conde G. B. Giovio, que ensalza al autor como al más grande de los fabulistas italianos; volvieron a ver la luz en Bassano a expensas de Remondini de Venecia, en 1782, precedidas de un Discurso del autor sobre la fábula y los fabulistas más conocidos en las demás naciones, en alemania y en Inglaterra especialmente; otra edición se hizo en Bassano, también a expensas de Remondini, en 1789, después de la muerte del autor, en los 12 volúmenes de sus Obras; y una selección de éstas, elegantísimas entre las elegantes fábulas del XVIII, se halla en la Colección de apólogos escritos en el siglo XVIII [Raccolta di apologhi scritti nel secolo XVIII], de la «Biblioteca dei classici» (Milán, 1827).
Este último título es el más adecuado a muchas de las composiciones de Roberti, pues en su mayor parte, son apólogos más que fábulas. Tómese por ejemplo el titulado «Una canaria y un pardillo» [«Una canarina e un fanello»], en que el poeta nos quiere decir que estamos por lo general dispuestos a prodigar alabanzas a los mediocres a quienes nadie teme, mientras que somos avaros con los que, siendo mucho más grandes, reconocemos como émulos peligrosos; en este apólogo el pardillo filósofo entera a su amiga canaria que la hembra del verderón, la «móvil aguzanieves, la pintada jilguerilla», le tributan honores ahora cuando es vieja, mientras callaban envidiosas cuando, resplandeciente de juventud, conquistaba los corazones. Pero este carácter de apólogo aparece mejor en la breve composición que se podría titular «Lo mejor es enemigo de lo bueno» y que se titula el
«Diamante»: «Candido e sfavillante / Splendea saldo diamante, / Ma da una maculetta / Era sua luce infetta. / Il fabbro delicato / Che il volea immacolato / Lo scheggia, il rade, il lima / In ogni angolo e cima, / E omai tant’opra á messa / Che screpola e si spezza».
Todas estas composiciones son breves y sencillas en la invención, fáciles y leves en la versificación. La soltura ligera de la estrofa anacreóntica en Roberti está siempre adornada de aquella lúcida nitidez, que era el modo cómo se expresaba un alma sinceramente piadosa, que había situado el ideal del escribir «en una vía de término medio entre la parsimonia que invita y la ornamentación que satisface».
G. Franceschini