Excepciones Dilatorias contra los Herejes, Quinto Septimio Florencio Tertuliano

[Liber de praescriptione haereticorum]. Tratado del apologista (n. hacia 155-160, muerto en extrema vejez), compuesto hacia el 200, dos o tres años después de su famosa Apología (v.). En el derecho romano se rehusaba al adversario el dere­cho de exponer sus propios argumentos, so­bre la base de un pronunciamiento ante­rior.

Tal procedimiento sigue Tertuliano frente a los herejes. Inútil es escuchar sus argumentos y vano refutarlos, porque un gran número de pruebas anteriores demues­tran que ya no tienen derecho a continuar siendo escuchados. Las herejías no deben asombrarnos porque Cristo ya las profetizó, y su finalidad es poner a prueba la fe de los creyentes. Parodiando un pasaje de Cicerón, Tertuliano afirma: «La curiosidad de saber cede el puesto a la fe, y la vana­gloria a la salvación». Ahora bien, la pri­mera excepción es que «nosotros no debe­mos permitir a los herejes la usurpación de apelar a las Escrituras; antes debemos evitar su trato y, después de una amones­tación, alejarnos de ellos». La verdadera e importante cuestión es saber quién es el depositario de la fe, y a quién pertenecen las Escrituras. La respuesta es clara, y con ella la segunda excepción: Cristo envió a sus apóstoles, los cuales fundaron comuni­dades o iglesias en cada ciudad, de las que sucesivamente las otras han recibido la transmisión de la fe, para convertirse en Iglesias apostólicas, hijas de iglesias funda­das por los apóstoles.

Siempre que una doctrina concuerda con la que profesan las Iglesias apostólicas, es verdadera porque expresa lo que las Iglesias recibieron de los apóstoles, éstos de Cristo, y Cristo de Dios; si una doctrina está en desacuerdo, debe sin discusión repudiarse. ¿Cómo po­dría admitirse, en efecto, que Pedro «roca sobre la que fue edificada la Iglesia», o Juan, que reclinó su cabeza en el pecho de Jesús, ignorasen sus doctrinas, sobre todo después del descenso del Espíritu Santo que les enseñó «la plena verdad»? Inútil es insinuar que los apóstoles no lo transmi­tieron todo a las Iglesias, y que existe un evangelio oculto: hipótesis refutada por las mismas palabras de los apóstoles. Tercera excepción: el testimonio de las Iglesias, como medio para descubrir la verdadera doctrina. Algunas de ellas se equivocaron, pero fueron corregidas por los apóstoles. Ni es de creer que todas las grandes Iglesias erraran de tal modo como para formar una fe única.

Si algunos herejes pretenden in­vocar para sí una antigüedad apostólica, que presenten también las listas de sus obispos y apóstoles, como hace la Iglesia de Esmirna ensalzando a Policarpo, puesto en su sede por S. Juan, y la de Roma a Cle­mente, ordenado por S. Pedro. Por el con­trario, sus errores fueron ya de antiguo denunciados por los apóstoles. La cuarta excepción es la de la conducta, desorden, falta de organización, procacidad de las mujeres, que se han introducido en todos los cargos del ministerio; la de la inconsi­derada predicación, dirigida más bien a pervertir a los católicos que a convertir a los paganos. La unidad de los herejes es únicamente el cisma; y la comparten con magos, astrólogos y filósofos. Han menos­preciado el temor de Dios, y ya no tienen a Dios. Mientras la Apología de Tertuliano tiene un valor limitado al período de las persecuciones externas, esta obra contra los herejes, escrita en forma brillante, vale — aceptados los postulados teológicos so­bre los que se basa la argumentación — para todos los tiempos. Su concepto funda­mental es el de una verdad objetiva, trans­mitida en bloque de siglo en siglo, y vin­culada a la continuidad de la sucesión apostólica, más bien que recreada de con­tinuo y descubierta por cada individuo en una experiencia religiosa interior.

G. Pioli