Eumeswil (Ernst Jünger). La libertad y la anarquía.

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Eumeswil

Me vendieron este libro diciendo que era una novela y en realidad no lo era: se trataba de algo mucho mejor, con aires novelescos a veces, con un escenario futurista, después de Mad max, y un narrador demasiado consciente de su libertad y su insignificancia para ser capaz de sentirse a gusto en el mundo o consigo mismo.

Cuando Ernst Jünger escribió Eumeswil tenía 82 años. Una barbaridad para cualquiera, sin duda, pero no para él que vivió hasta los 103, después de haber sido miembro de la Legión Extranjera Francesa, siete veces herido en la I Guerra Mundial, acaparador de cruces de Hierro y otras condecoraciones alemanas por su valor en el frente, miembro de las fuerzas de ocupación alemanas en París en la II Guerra Mundial, catador descriptivo de todas las drogas habidas y por haber (y adicto a ninguna) y referente intelectual del siglo XX.

Cuando Jünger habla hay que creer que ha reflexionado sobre ello y que todo cuanto dice lo dice en serio. ¿Un ejemplo? Se hizo nazi antes de que los nazis llegasen al poder y condenó públicamente a Hitler y al partido mucho antes de que los nazis perdiesen la guerra. Incluso antes de que la comenzasen. ¿De quién más sabéis tal cosa? No se exilió, no se atrevieron a tocarle. Le mandaron al frente, primero a Francia y luego a Rusia, y fue al frente. Porque había que ir y punto. Enterró a sus amigos, enterró a sus enemigos, enterró a sus admiradores y a sus críticos y un buen día, a los 103 años, se murió con un enorme habano entre los labios. ¿Hay quién dé más?

Eumeswil es una de las pocas novelas que habla claramente de internet y teléfonos móviles antes de que se inventaran. Ya sabéis que todo el mundo pensó en cómo sería la humanidad en Marte, pero a nadie se le ocurrió lo de internet o lo del móvil. Para Jünger era casi obvio.

La novela se desarrolla en la fortaleza de un dictador, y nos habla de ese mundo un historiador que al mismo tiempo es camarero de noche en el bar de la fortaleza. Sus objetivos son fundamentalmente dos: el conocimiento y la linbbertad.

Así nace la figura del anarca, que puede ser de todo menos anarquista. Un anarquista es alguien que quiere la anarquía también para los demás. Al anarca los demás le importan un ardite y se ocupa exclusivamente de sus asuntos, preocupándose de que la autoridad ajena le afecte lo menos posible. En el recorrido pro la vida en la alcazaba, en la ciudad o en las academias universitarias, el narrador nos da su visión de la vida y de las dificultades del hombre para mantener su esencia, su libertad y su autonomía en un mundo cada vez más tecnificado y donde todos los seres humanos son más dependientes de sus vecinos.

El libro está lleno de ideas poderosísimas y profundas refelxiones sobre las trabas que verdaderamente se oponen a la libertad y sobre los modos de desviarse de ella sin apenas percibirlo. Mirad, por ejemplo, lo que dice de las huelgas de hambre:

«Si uno está dispuesto a poner en juego su cabeza, no hay que estropearle el juego. Hay que tomarle en serio. Al que32 quiere luchar, hay que aplicarle las leyes de la guerra».

O más adelante, sobre la utopía:

«Nunca fracasamos por culpa de nuestros sueños, sino por no haberlos soñado con suficiente fuerza»

O sobre el nacionalismo:

«Cuando una nación o un imperio se desmoronan, las viejas tribus intentan separarse de nuevo, invocando su peculiaridad. Pero tal peculiaridad ya no existe, porque la perdieron bajo el peso del Imperio, como el grano de trigo la perdió bajo el peso de la rueda del molino».

O finalmente, sobre la libertad:

«El amor es anárquico, el matrimonio no; el guerrero es anárquico, el soldado no. El homicida es anárquico, el asesino no; Cristo es anárquico, Pablo no. El hombre libre es anárquico, el anarquista no.»

Las citas son innumerables y el libro no tiene desperdicio.