Tragedia de (1789-1854) escrita con la Iginia d’Asti, durante su prisión en los Plomos. Fue representada por primera vez en 1832 en el teatro Carignano de Turín, provocando un vivo entusiasmo; pero después de la tercera representación fue prohibida por la censura. No se conocen los motivos que determinaron esta medida; por una carta de Gioberti podría parecer que el gobierno creyendo ver en el personaje de Jefté una especie de Tartufo (v.), hubiese sospechado alusiones no demasiado favorables para la Compañía de Jesús.
La acción tiene por fondo las sombrías montañas de Engaddi, donde vive una población de judíos que ha escapado a la destrucción de Israel por los romanos, y se inicia con la lucha en que se debate Ester, hija de’ Eleazar, cristiano, y esposa de Azario capitán de los judíos. La diversidad de creencias religiosas ha acarreado que sus padres, para escapar a la persecución de los israelitas, hayan tenido que buscar refugio en la caverna que había sido escondite de David; y en vano ella, debatiéndose entre los deberes de esposa y el afecto filial, se esfuerza por una conciliación. Pero muy pronto este odio de los judíos hacia sus connacionales, se convierte en un recurso de importancia secundaria en la máquina de la tragedia que, en cambio, gira en torno a las maquinaciones de Jefté, sumo sacerdote.
Éste, aunque ya anciano, es acometido de insana pasión por Ester y, al no lograr ser correspondido, se aprovecha de un secreto coloquio que tiene ella con su padre, eludiendo la vigilancia de su esposo, para cumplir sus venganzas y acusarla ante Azario de haber violado la fe conyugal con un desconocido, tal vez un romano. El ministro de Dios manda preparar la ceremonia con que, según la ley bíblica, solía ser probada la inocencia de las mujeres de quien se sospechaba que fuesen adúlteras. La infeliz Ester, ante el pueblo reunido en el templo, se ve obligada a tomar el brebaje que ha de decidir su suerte, pero en el que Jefté ha mezclado un fuerte veneno. Entre las angustias de la muerte la joven consigue, sin embargo, declarar la verdad a los presentes, de manera que a grandes voces el pueblo pide el castigo de Jefté, a quien el propio Azario atraviesa con su espada. Esta tragedia tiene en su primera parte indudables puntos de contacto con el Saúl (v.) de Alfieri, ya en la disposición de las escenas, ya en el lenguaje de los protagonistas. Ester es hermana en sus sufrimientos de Micol, hasta que las persecuciones de Jefté hacen de ella una criatura predestinada a la muerte, como símbolo del bien que, al sucumbir, hace triunfar la verdad y la inocencia.
T. Momigliano