Espacio, Tiempo y Divinidad, Samuel Alexander

[Sptice, Time and Deity], Obra en dos volúme­nes pu­blicada en Manchester en 1920. Su doctrina se resiente de las dos grandes corrientes dominantes en el período de la preguerra: el evolucionismo a lo Spencer y un neo-hegelismo de tipo anglosajón.

Genérica­mente puede definirse a Alexander como realista, incluso realista dogmático, si no ingenuo. El punto de partida de su pensa­miento está enlazado con la concepción del tiempo-espacio que aparece en la base de la teoría einsteiniana de la relatividad. El autor sostiene que espacio y tiempo no son dos entidades distintas, puesto que son continuas e incluso divisibles en partes. Un momento o un período de tiempo tiene algo de real, pero la continuidad del tiem­po hace referencia a un principio distinto del tiempo, que «reúna» los diversos mo­mentos del mismo, y esta continuidad es el espacio.

Por la misma razón el espacio sin el tiempo sería discontinuo. Así Ale­xander considera como realidad fundamen­tal el espacio-tiempo. Interviene luego el concepto de «emergencia». Cuando dos o más realidades confluyen, además de las cualidades propias de dichas realidades, «emergen» otras cualidades o atributos que son de carácter completamente distinto. Así la realidad primordial, el espacio-tiem­po indeterminado, va adquiriendo gradual­mente nuevos aspectos, nuevas perspecti­vas: se verifica, en suma, una evolución de lo homogéneo a lo heterogéneo (como pensaba Spencer), en un devenir en el que cada estado contiene, superándolos, a los precedentes: idea que repite en cierto modo, pero con mayor realidad, el proceso dialéctico del idealismo hegeliano. Las emergencias sucesivas son sobre todo el movimiento puro, luego la materia física, las cualidades materiales, la vida y, final­mente, el pensamiento. Es evidente aquí la influencia de las más recientes teorías fí­sicas.

Hay que distinguir también entre cualidad y categoría: para Alexander las categorías (identidad, diversidad, existen­cia; universal, particular, individual; relación, orden; sustancia, causalidad, recipro­cidad; cantidad, intensidad; todo, partes, número; movimiento; selección, que re­cuerda a la kantiana más que a la aristo­télica) son propiedades del espacio-tiempo en sí mismo, mientras las cualidades son emergencias de los complejos espacio-tem­porales, no propiedades absolutas de la rea­lidad primigenia: son, como dice, «empíri­cas» y no categóricas, es decir, contingentes. Entre esas, la cualidad más notable es el pensamiento, que no es un epifenómeno de los procesos vitales ni una entidad ab­solutamente distinta de los mismos, sino un correlativo de los hechos fisiológicos que «emerge» como entidad autónoma. Sobre las relaciones entre alma y cuerpo, importa hacer notar que afirma que en la realidad fundamental espacio-tiempo, el tiempo es como el alma respecto al cuerpo.

Pero aquí surge el problema gnoseológico: y Alexan­der lo resuelve sencillamente, considerando el acto de conocimiento como pura y sim­ple «compenetración» del proceso mental con un objeto, que pueden «existir al mis­mo tiempo» precisamente como dos objetos materiales cualesquiera. Así la idea (es de­cir, la imagen y la idea) de una cosa no tiene carácter netamente mental: es, en el fondo, un objeto del mundo real. La com­penetración de un proceso mental y de una cosa es, sin embargo, debida a un acto de la mente, que no es más que actividad, una serie de esfuerzos; y el acto cognoscitivo es sólo un aspecto del esfuerzo, un es­fuerzo que se refiere a un objeto. En sí misma, la mente «disfruta», «experimenta» sus estados de ánimo: en cambio, en rela­ción con los objetos, «contempla» y de su contemplación (esta «compenetración» de un esfuerzo con un objeto) surgen las ideas, es decir, las cualidades sensibles de los ob­jetos (cualidades «secundarias»).

Si luego la mente se considera a sí misma junto con los objetos, de dicha «amalgama» de la mente con los objetos surgen las cualidades «terciarias», es decir, los valores: la ver­dad, la bondad, la belleza. Pero eso sólo puede aparecer cuando las diversas mentes están en relación entre sí: de este modo todos los valores adquieren aspecto y na­turaleza sociales. La definición de lo di­vino resulta fácil prosiguiendo con método los presupuestos precedentes: lo divino no es más que la emergencia extrema de to­dos los complejos precedentes, un epifenó­meno del sistema de loe valores. Como to­das las determinaciones precedentes, no se trata de una realidad en sí misma: realidad absoluta es sólo el espacio-tiempo funda­mental. También lo divino es una cualidad, la cualidad «empírica» más alta después de la mente. Así pues, la «divinidad» es una cualidad que continuamente emerge de la escala universal de las emergencias: el sentimiento religioso es la sensación de que el universo va abriéndose de continuo, de sus cualidades conocidas por nosotros, hacia una cualidad siempre presente y nunca realizada, la Divinidad.

Por lo cual Dios, en cierto sentido, es cuerpo y alma: el cuerpo es el universo, el alma la divi­nidad siempre emergente. Así panteísmo y trascendencia de Dios encuentran, según Alexander, un acuerdo: Dios es inmanente al mundo como cuerpo, pero lo trasciende como divinidad. No es creador: el verda­dero creador es el espacio-tiempo, y po­demos considerar a Dios como creador sólo de su cuerpo, en cuanto consideremos a éste idéntico a todos los estadios de la evolución emergente e incluso al espacio- tiempo radical. El esfuerzo de Alexander por aclarar los problemas de la metafísica es notable, aunque el resultado no sea del todo satisfactorio por la falta de las cuali­dades analíticas que le hubieran permitido evitar contradicciones y cierta imprecisión de contornos.

M. M. Rossi