[Das Wesen des Christentums]. Obra del filósofo alemán publicada en 1841. En ella, la llamada izquierda hegeliana rompe las reservas que el maestro y sus epígonos de derechas habían conservado hacia el Cristianismo, y extrae las consecuencias de la crítica iniciada en la Vida de Jesús (v.) de Strauss.
La identidad del espíritu humano con el divino, afirmada por los hegelianos, no es, para Feuerbach, más que la identidad del hombre consigo mismo. El hombre no puede elevarse por encima del hombre; cuando habla de Dios, proyecta fuera de sí sus pensamientos más elevados; pero* el ser en, que estos pensamientos convergen no tiene realidad fuera del sentimiento que lo crea. Ese ser es infinito, porque infinito es el deseo. El deseo teogónico, el deseo creador de los dioses, es la esencia de la religión, incluso de la cristiana. Toda teología es psicología, y su interés no reside en el conocimiento objetivo que pretende ofrecer, sino en sus motivos genéticos. Decir, por ejemplo, que Dios es justicia y bondad, significa expresar la convicción de que la justicia y la bondad son las cualidades más elevadas del hombre.
La proyección fantástica del sentimiento religioso, obra sobre el sentimiento mismo, exaltándolo; pero puede también tener consecuencias dañosas. El hombre, que ha concentrado en la idea de Dios todo lo mejor de sí mismo, «si se siente privado de todo, pecador y perdido en el seno del ser ideal, es injusto consigo mismo, olvidándose de que Dios es el hombre mismo en su expresión más alta. Por otra parte, las cualidades humanas, referidas a un ser absoluto, vienen alteradas en su concepto: la justicia divina, a causa de estar por encima de la justicia humana, termina confundiéndose con la injusticia; y el hombre religioso puede ser inducido a sacrificar su propia conciencia, en homenaje al ser creado por esta conciencia. La rotura de la unidad del espíritu humano, del que nace el divino, se traduce así, por una parte, en una divinidad inhumana, y por otra, en una humanidad sacrificada. Pero el deseo teogónico puede tomar conciencia de su humanidad, liberándose de toda forma de objetivismo teológico, sin que se sacrifique nada, piensa Feuerbach, de la esencia del Cristianismo.
G. Miegge