Obra de Teodoro Prodromo, que vivió en tiempo de los Comnenos (siglo XII), como poeta oficial de la corte bizantina. Fue un curioso tipo de poeta: siempre en la miseria, eternamente hambriento, siempre buscando ayuda en todas partes y luchando con sus acreedores. Su herencia literaria consta de una serie de poesías sobre los más variados temas: escritos astrológicos, poemas cortos épicos, una novela (v. Rodante y Dosiclés) y unas epístolas. Salvo la novela, que es un caso aparte, las poesías satíricas, o epístolas, son las más interesantes. Nos muestran a este desgraciado poeta en su lucha diaria con el hambre, y en el ansia que le obligaba a dirigirse al emperador u otros grandes para que le ayudaran.
Es imposible encontrar poesía más sentida y menos convencional que ésta; y aunque no sabe, o no puede, llegar a gran, altura, constituye sin embargo una singular excepción en la ya envejecida y formal tradición poética de Constantinopla. La Epístola al Emperador es una verdadera sátira contra los estudios literarios, que nunca dieron que comer a quienes los ejercieron. Teodoro cuenta al emperador que su padre le había encaminado hacia las letras poniéndole el ejemplo de uno que, dedicándose a escribir poesías, de pobre habla llegado a ser un rico señor. «Puede ser»,-dice Teodoro «pero ahora preferiría el oficio más humilde a mi profesión». Al llegar a este punto, con gran sentido del humor, establece una comparación entre su condición desesperada y la de los numerosos obreros que viven cerca de su casa.
Por ejemplo, le da una gran envidia un remendón por la abundancia de comida que reina en su casa: mientras el autor va buscando los pies para sus versos, de los que no sacará desde luego ni un trozo de pan, el otro se está hartando de carne, de pescado, de vino y otras vituallas que hacen poner los ojos en blanco al pobre poeta. El cual se pregunta a sí mismo — y al emperador — si no valdría más quitarse de encima el hábito eclesiástico y convertirse también en obrero. Pero siempre espera que la generosidad del emperador le saque de sus apuros, y con este ruego termina la epístola. Es una composición viva y garbosa, y un poco triste, al mismo tiempo, verdadera expresión de aquella literatura griega de carácter popular que mantiene su vivacidad e interés incluso al cabo de tantos siglos.
A. Agnelli