Carta escrita en Roma durante su prisión (60-62 d. de C.) en lengua griega. San Pablo había sido informado por su discípulo Épafras de las dificultades surgidas en la Iglesia, de Colosae, ciudad de Frigia, amenazada por los falsificadores de la verdad evangélica. Éstos sostenían que Jesús no era el autor de nuestra salvación y que los ángeles eran los verdaderos mediadores entre Dios y el hombre. Informado de esto, el ardiente apóstol escribe con su peculiar vehemencia esta carta, al mismo tiempo que la de los Efesios (v.), con la que guarda muchos puntos de contacto en cuanto a la doctrina y al estilo.
El mismo propósito y el mismo momento de composición explican esta relación mutua. Hechos los primeros saludos, entra en seguida en lo que constituye el objeto principal de su carta: la divinidad de Jesucristo y su «pléroma». Después de una acción de gracias, donde se incluye un elogio dedicado a los colosenses (I, 3-8), San Pablo hace votos para que tengan un conocimiento cada vez más claro de la verdad evangélica y una conducta conforme a aquella verdad, para honrar al Hijo de Dios que les ha llamado a su reino. Este Hijo es, en su vida divina, la imagen del Invisible, el primogénito de la creación, la causa ejemplar y eficiente de todas las criaturas (I, 9-16). Como hombre, es la cabeza de la Iglesia; primogénito de los muertos, posee el «pléroma», esto es, la plenitud de la inteligencia. Con su sangre pacifica todas las cosas; reconcilia a los gentiles con Dios destinándoles a la santidad con tal que sean perseverantes en la fe (I, 18-23). San Pablo ha sido especialmente encargado para anunciar este misterio (I, 24-29-11, 1, 3).
Por esto los colosenses deben evitar los errores contrarios a la dignidad de Cristo: mantenerse en guardia contra una pretendida filosofía, invención humana, que Cristo no aprobó. No más observancias legales, ni más mediadores falsos que se alejan de Cristo, el verdadero y único Mediador (II, 4-23). La segunda parte es moral (III, 1 – IV, 6); los fieles deben vivir para el cielo, despojarse del hombre viejo, y revestirse del hombre nuevo que Cristo ha hecho resurgir. El Santo inculca los deberes recíprocos entre los cónyuges, entre padres e hijos, entre amos y esclavos y exhorta a los colosenses a la oración y a la prudencia. La carta termina con saludos, recomendaciones y bendiciones. Su autenticidad es indiscutida y siempre formó parte de los libros canónicos inspirados.
G. Boson