[Essays on Truth and Reality]. Estos ensayos, publicados en 1914, son el desarrollo y complemento de las principales ideas ya expuestas en Apariencia y realidad (v.). El planteamiento del problema es, sin embargo, completamente nuevo, y la manera de tratarlo, en general, más simple y más fácil. Los datos de la experiencia inmediata — observa el autor — no pueden aceptarse como tales. No son más que apariencias, ni más ni menos que lo que vemos en el sueño; sólo razones de carácter práctico nos hacen aceptar como reales las cosas que percibimos en estado de vigilia y tomar como ilusorias las percibidas en el sueño. Y son apariencias en el sentido particular de que, para quien las considera profundamente, presentan caracteres que sobrepasan como significado el hecho singular de la experiencia.
Nos llevan a una realidad ulterior, única capaz de explicarlos. En este libro, Bradley renueva la famosa distinción de la filosofía escolástica entre esencia y existencia, o, como él dice, entre «what» (el «qué cosa», la naturaleza, el contenido) y «that» (el simple «que», la actualidad). Las experiencias particulares existen, pero éste su existir no se explica si no es admitiendo que su objeto esencial es parte integrante de una realidad absoluta, única para todas. La filosofía debe, por tanto, preocuparse principalmente de distinguir en todas las cosas la esencia de la existencia (su tarea analítica), y, después, de resolver las esencias en lo Absoluto (su tarea sintética). La experiencia, no obstante, si en un sentido queda trascendida, en otro sentido es inmanente, porque, en su íntima naturaleza, representa la propia manifestación de la realidad absoluta. La experiencia es múltiple como conjunto de actos, pero es única como experiencia absoluta; de aquí la tentativa, por parte de nuestro pensamiento, de absorber y conquistar con sus actos lo real, tentativa eternamente incompleta, porque lo real, en su infinitud, superará siempre a los actos del pensamiento, por numerosos que éstos sean. Todas las dificultades y las contradicciones de nuestro conocer derivan de esta inadecuación entre las fuerzas del pensamiento humano y la tarea que se propone.
Estando ligado a entidades finitas, nuestro pensamiento deberá contentarse con verdades relativas, sujetas a error, y con entidades aparentes, sujetas al mal. Pero aunque no conozcamos nunca la verdad o la bondad perfecta del Absoluto, no por esto estamos separados de él. En cada acto particular, la conciencia repara en el universo. El filósofo, pues, de cada acto particular ha de saber remontarse a lo Absoluto. Así es cómo el sabio debe trascender las formas inferiores de las cosas para elevarse hacia las superiores, las mejores, las más bellas, las más verdaderas, la más espirituales, porque son las más reales. «No sé si en mi caso es un signo de debilidad o de vejez, pero cada vez voy considerando más literalmente verdadero lo que en mi infancia admiraba y amaba como poesía.»
En el fondo de este libro se encuentra el mismo agnosticismo que en Apariencia y realidad (sabemos que existe un Absoluto, pero como sólo podemos conocer lo relativo, las apariencias, lo Absoluto se nos escapa) y la misma necesidad de reaccionar contra el atomismo de los conocimientos y de la realidad, que habían dominado en la filosofía inglesa desde Bacon a Spencer. Pero la obra está impregnada de un misticismo más encendido, de una mayor insistencia sobre la idea de que lo Absoluto manifiesta su inagotable riqueza a través de las apariencias que experimentamos, a las que hemos de considerar, por tanto, como el aspecto exterior de Dios. Totalmente nueva es la última parte del libro, en la que se predica un modo de vivir heroico, capaz de conservar a nuestro ser todo su carácter trágico.
A. Dell´Oro