[Abhandlung über der Urprsung der Sprache]. Célebre ensayo que se redactó definitivamente en el otoño de 1770 en Estrasburgo y presentó, a principios de 1771, a la Real Academia de Ciencias de .Berlín que había convocado un concurso, premiado, sobre el tema: «En supposant les Hommes abandonnés á leur facultés naturelles, sont ils en état d’inventer le langage? Et par quelles moyens parviendront-ils d’eux mémes á cette invention?».
La disertación ganó el premio y fue impresa, por orden de la Academia, en Berlín en 1772. Herder argumenta: el lenguaje natural, común a los individuos de una especie, está en su mayoría constituido por sonidos. Dichos sonidos expresan pasiones y suscitan conmociones, pero no bastan por sí solos a explicar el lenguaje humano, en el cual interviene la inteligencia (o razón, o reflexión, «Besonnenheit», «Besinnung», según la vacilante terminología herderiana) para usarlo intencionalmente. Para distinguir netamente el lenguaje natural del humano, Herder se remonta a los conceptos de «razón» (reflexión, inteligencia, etc.) y de «instinto». A estas dos fuerzas primigenias e indiscriminadas reduce ambos lenguajes. «Se trata, dice, del complejo organismo de todas las fuerzas humanas, del complejo gobierno de su naturaleza sensitiva, cognoscitiva y volitiva, o más bien de la única fuerza positiva del pensamiento qué, ligada a una cierta disposición física, en el hombre se llama «razón» y en los animales se convierte en «instinto».
Precisamente entre los instintos mecánicos coloca Herder el fundamento genético del «lenguaje natural», que es definido como «una oscura capacidad sensitiva, en los animales de la misma especie, de entenderse recíprocamente sobre su finalidad en el ámbito de su actuación». El «lenguaje humano», en cambio, es un «acuerdo del alma consigo misma, un acuerdo necesario como es necesario que el hombre sea hombre», porque «si la razón no es una fuerza independiente y operante aisladamente, sino una tendencia de todas las fuerzas, propia de su especie, el hombre ha de poseer la razón, en primer lugar porque es hombre». La palabra «origen» no tiene para Herder un significado temporal, ni designa un acontecimiento del pasado, sino que se refiere a un momento eterno del espíritu humano: un momento que se renueva cada vez que el hombre crea su lenguaje.
En la cuestión del lenguaje la actitud herderiana es por ello resuelta y explícitamente inmanentista. «No es tarea de la filosofía —observa el autor— «explicar el elemento maravilloso de dichos instantes, estando tan lejos de saber explicar la misma creación del hombre. La adquiere en el primer momento de su libre actividad, en el pleno sentimiento de la sana existencia y explica, por ello, dicho momento, sólo desde el punto de vista humano». Con ello Herder refuta las teorías de quienes propugnan el origen divino del lenguaje y subraya el carácter dinámico de la reflexión. «El hombre demuestra reflexión cuando despliega la fuerza de su alma tan libremente que puede aislar, por decirlo así, en medio de un océano dé sensaciones que pasan tumultuosas a través de sus sentidos, una onda, retenerla, fijarla con atención y tener conciencia de hacerlo». De ello es lógico deducir que el lenguaje es la misma alma humana cada vez que se conoce a sí misma, es decir, cada vez que es activa; de ahí el carácter creador del lenguaje. Este es el núcleo fundamental de la disertación que trata con viveza y agudeza otros problemas secundarios. Él ensayo, surgido en un momento de gracia, está lleno de un estremecimiento alegre de intuiciones que se suceden y disponen en armónica unidad. Herder reflexiona, coordina, aclara y desarrolla intuiciones separadas e inorgánicas del pensamiento de Hamann, articulándolas lógicamente y configurándolas en teoría coherente.
Da a dicho pensamiento una forma discursiva y filosófica, lo libra de su envoltura metafísica y alusiva, lo integra y con todo ello consigue renovarlo y recrearlo. De él — especialmente de este ensayo— derivan los principios más fecundos de la lingüística moderna, desde Humboldt hasta Croce y Vossler. La obrita tiene una euritmia y una perfección insólitas, tanto en el estilo, casi siempre límpido y coherente, como en la fluidez de una escritura que no parece de su tiempo.
G. Necco